Me gusta mucho ver charlas en TED. Son cortas (menos de 18min), son variadas, y muchas son interesantes. Con mi amigo Pablo a veces hablamos del “TEDesayuno”, porque te da tiempo a zamparte una charla todos los días con el café y las galletas antes de salir para el trabajo.
He aprendido mucho viendo charlas de TED, y te las recomiendo vivamente si tienes intereses variados. Pero hay algunas que son una pérdida de tiempo. Por ejemplo, la que voy a usar hoy como ejemplo.
Aquí abajo la pongo, pero sólo por aquello de que hay que citar las fuentes. No hace falta que pinches en el play.
En serio.
Para que no te quedes con la duda, te la resumo:
Chica deportista de nivel olímpico tiene un accidente brutal que la manda al hospital. Al principio se quiere morir, pero luego se lo piensa mejor y se aferra a la vida. A pesar de ello, siente que ha perdido todo. Porque, claro, ella esquiaba... y ahora no va a poder esquiar. (esquiar = todo) Es más, los médicos le dicen que nunca va a poder andar, y que no va a tener sensibilidad de cintura para abajo, y muchas otras cosas muy malas. Así que se deprime. Está un tiempo deprimida, hasta que ve pasar un avión y decide que va a ser piloto. Eso le devuelve el entusiasmo por vivir porque... la cosa es moverse rápido, en el suelo o en el aire. Vivir es eso. Moverse rápido. El plan de pilotar le da tanta ilusión que su rehabilitación es fulgurante. En 18 meses, no sólo pilota, sino que hasta camina, como puedes ver en el vídeo... ¡No! ¡No le des al play! Lo puedes ver ahí, pero no lo veas. Por lo que más quieras. Ya estamos acabando... Como decía, la chica ahora pilota, enseña a otra gente a pilotar, camina, da charlas super bonitas por el mundo, y ha descubierto un par de verdades cósmicas en el camino. La más importante, la que titula su charla, que “un cuerpo roto no es una persona rota”... porque luego aprendes a volar y ya te mueves rápido de nuevo. Al final casi llora (pero no) y todos aplauden como locos. La piel de pollo tengo.
Janine Sheperd pertenece a una nueva moda muy en auge en los USA. La de los inspirational speakers. Esto es, personas con buenas dotes comunicadoras, muy energéticas, muy emocionales y cuyo producto comercial es la “inspiración”. Venden inspiración. Si tu estás bajo de motivación, desencantado con la vida y no le encuentras sentido a nada, vas a una charla de Janine, o similar, y sales llorando, cantando, lleno de ganas de hacer cosas y preguntándote cómo puede ser que nunca te hayas fijado en lo bien que huele el aire de tu ciudad y lo bonito que es el cielo. Ella, a cambio, cobra un buen caché por conferencia (no en TED, en otras, porque en TED no se cobra) y vende muchos libros (esto sí lo puede hacer en TED).
Todo esto está muy bien. Lo que cuentan estos conferenciantes es verdad, los sentimientos son todos buenos, y el efecto en la vida de mucha gente de las charlas y los libros de Janine es positivo y sano. Al menos en el corto plazo. Además, y en honor a mi último post, he de decir que estoy seguro de que las intenciones de Janine son las mejores.
Por eso, cuando vi la charla que te he ahorrado que te veas tú, no entendía muy bien qué es lo que me había molestado de la misma. Algo en el estómago me estaba dando acidez pero no sabía lo que era. Después de pensar un rato, decidí que eran unas cuantas cosas.
(Y ahora es cuando me vuelvo un enemigo del amor.)
La primera:
La vida no es una película de Hollywood.
Janine exagera en un sentido que convierte lo que dice, lo que cuenta y lo que hace en algo que no es en general cierto, en un análisis impreciso de la realidad, en una descripción distorsionada del mundo y de la vida de mucha gente.
Me parece a mí que, cuando alguien tiene un accidente grave u otro tipo de problema, su recuperación, su lucha posterior es un conjunto de muchas pequeñas acciones cotidianas en las que hay más cálculo que emociones, más tenacidad lenta y sorda que explosiones súbitas de empuje, más aprendizaje sinuoso que iluminaciones repentinas y aviones que cambian la vida en un segundo. La intensidad, los resúmenes emocionantes y todos los violines sonando mientras el protagonista sonríe beatífico justo antes de los títulos de crédito son efectivos, pero son mentira.
La vida no es una película. Es lo que hay.
Mientras sepamos que una historia contada como la cuenta Janine es ficción, entretenimiento, sentimientos de consumo, no pasa nada. El problema es que nada impide que estas narrativas distorsionadas se filtren a la percepción común que la sociedad tiene de este tipo de situaciones. Especialmente cuando se venden como “casos reales”. Y eso ya no está tan bien.
Si queremos entender un problema para actuar hacia su resolución, es mejor que no partamos de un análisis deformado. Aunque sea bonito y nos haga mimitos en el alma.
La segunda cosa que me molestó, en cierto modo también una forma de exageración, es que:
Su historia no es tan especial como sus palabras (y su web) dan a entender.su web
La misma experiencia de discapacidad, de lucha, de rehabilitación que ha tenido Janine la tienen miles de personas cada año. Pensar que la historia de Janine es única, especial, es un obstáculo hacia la normalización de un problema habitual y grave que muchas personas anónimas tienen a lo largo de su vida. La única diferencia entre esta gente anónima y Janine es que Janine habla muy bien y comunica con pasión e intensidad. El viaje es el mismo. O peor, si le toca a una persona con pocos recursos y no, como parece nuestra protagonista de hoy, a una persona en una situación económica acomodada.
Creer que este tipo de historias son muy singulares, además, nos hace pensar que nosotros mismos nunca nos vamos a ver en esa tesitura y, como consecuencia, nos aleja emocionalmente de las personas que viven dichas circunstancias.
Otra forma habitual de alejarse de situaciones personales que pensamos que no nos conciernen, y la tercera y última cosa que me molestó de la charla es la admiración mal entendida. Intuyo, su producto principal.
La admiración sin acción no sirve de nada.
Si yo admiro a Messi, y eso me lleva a tomar acciones concretas en mi vida que conducen, por ejemplo, a que me convierta en un gran jugador de fútbol, o a crear una fundación, entonces, esa admiración tiene un efecto. Es algo que me cambia, y por tanto cambia el mundo.
Por otro lado, si yo me dedico a decir que admiro a la gente que habla muchos idiomas, pero nunca me pongo a estudiar idiomas, esa admiración es un fantasma inmaterial. No hace nada, no consigue nada, no cambia nada.
El universo seguiría exactamente igual si esa admiración desaparece.
¡Puf!
Nadie notaría la diferencia.
A los retrones se nos admira mucho con esta admiración verbal, inoperante y ectoplásmica. Se nos admiran los logros, la lucha, la tenacidad. La gente nos lo dice todo el tiempo, y a mí me dan ganas de contestar:
Ahá... Me admiras. OK. Tomo nota... ¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos con tu admiración? Porque la admiración no me alimenta, no soluciona mis problemas de salud, y no me paga los recibos.
Bueno, a Janine Sheperd sí se los paga. A Janine sí.
...
Nota: Después de escribir este post, llegó a mí este otro excelente post de Manuel Calvillo con una visión muy alineada con la mía, y en parte complementaria. ¡Te lo recomiendo!