Últimamente está muy de moda el concepto MalasMadres, madres subversivas que contradicen los códigos impuestos socialmente. Madres que dejan a sus hijos la tablet con tal de poder echarse un rato a descansar. MalasMadres es un movimiento digital que cuestiona lo políticamente correcto de la maternidad. Sin embargo, este y otros movimientos se olvidan –sin acritud- de las madres que deciden serlo, pero la sociedad le pone trabas. Es el caso de las mujeres con diversidad funcional.
Me atrevería a decir que cualquier mujer con discapacidad se replantea su maternidad en algún momento. Se pregunta a sí misma si será capaz de ser BuenaMadre o madre a secas. La sociedad sentencia. Normalmente y especialmente es en mujeres con problemas de salud mental, cuando la sociedad se posiciona en contra. Por suerte, cada vez más profesionales del ámbito sanitario y activistas, así como las mismas madres empoderadas quienes ponen en cuestión este planteamiento.
Llegados a este punto me pregunto qué es ser una BuenaMadre. Una buenamadre debe dar el pecho y por supuesto cubrirse para que nadie la vea. Una buenamadre debe sonreír a las visitas aunque fantasee con la idea de una inminente plaga de chinches en su casa y un desalojo de los invitados. Una buenamadre debe ser complaciente y decir sí a todo aunque quiera decir no a todo o a casi todo. Una buena madre debe hacer porteo mientras luce una buena figura y hace yoga. O todo lo contrario. Una buena madre debe dejar su salud de lado por sus hijos y por los hijos de sus hijos amén. La sociedad se ha encargado de decidir quién es buena madre y quién no. En esta cultura heteropatriarcal se exige a la madre que sea perfecta. Pero la realidad es que una madre con una criatura de días está llena de mocos, pis y caca hasta las cejas. No nos engañemos. Y es así como debe ser.
Ese ideal de “madre perfecta e inmaculada” no hace bien a ninguna mujer y especialmente si tiene algún tipo de discapacidad. Si para cualquier mujer tener un bebé es algo así como escalar el Himalaya en un día de resaca, para una mujer con discapacidad se puede convertir en un imposible.
Y esto es porque ese ideal es utópico más allá de los anuncios y el yummy mummy[1] de Pilar Rubio y el Instagram de Elsa Pataky. Y esto es porque las madres tienen que hacer frente a una maternidad que en muchos casos es solitaria y culpabilizadora. Esta sociedad nuestra que se llena la boca hablando de igualdad, conciliación y de ampliación de bajas por paternidad deja de lado por ejemplo, a los autónomos. Me pregunto cuántas madres autónomas y con discapacidad son capaces de hacer frente a una crianza sin las redes de apoyo necesarias. Si alguna me lee que levante la patita y me dé la clave.
En estos tiempos en los que se habla de gestación subrogada como la única opción de los ricos para ser padres –sin tener en cuenta los problemas de salud de las madres pobres-, nos olvidamos de las mujeres que podrían tener hijos, pero la sociedad le ha quitado la idea hace tiempo. ¿Ven aquí la injusticia? De las diversas, las invisibles no suele acordarse nadie, pero tienen los mismos derechos que tú, sí que tú.
El estigma es el mayor enemigo de una maternidad deseada. Son muchas las mujeres que deciden ser madres y sus psiquiatras les quitan la idea de golpe y porrazo. “No vas a poder, ni siquiera puedes hacerte cargo de ti misma. Mírate”. En esa jerarquía impuesta de psiquiatra-paciente lo natural es que la mujer crea las palabras del “profesional”. Por suerte no hay nadie mejor que una misma para saber si quiere y puede ser madre, tan sólo necesita las herramientas adecuadas para llevarlo a cabo.
“Está en silla de ruedas y ha sido madre y todo”, escuché hace poco en el hospital. La que lo contaba lo hacía ojiplática, como si la madre en cuestión fuera una especie de Alien amamantadora de crías. Nuestro desconocimiento, estigma y prejuicios nos hacen creer que sólo existe un tipo de Buena Madre y dejan de lado lo distinto, lo diverso, pero sobre todo una posible crianza colectiva y a unos padres que nadie pone en cuestión.
Probablemente lo ideal sería cuestionarnos la sociedad desde otra perspectiva y la maternidad como algo colectivo. De ser así, no tendríamos que estar planteando qué es una Buenamadre porque todas seríamos madres o amigas de madres o compañeras de madres. De esta forma, liberaríamos a las madres con o sin discapacidad de la carga impuesta de tener que sonreír al personal mientras se imagina tirando a su bebé por el balcón a lo Samanta Villar.
[1] Término que describe a la madre joven, atractiva, con buena posición económica y capaz de recuperar la figura en muy poco tiempo.