El pasado 14 de marzo perdimos una de las mentes más prodigiosas del siglo XX. Stephen Hawking falleció finalmente a los setenta y seis años, dejando un extraordinario legado. Sin duda, sus aportaciones a la astrofísica. Pero también, a la vez, su gran ejemplo de capacidad desde una situación de salud tremendamente adversa.
Mi apreciado Guillermo Fésser le despedía con las siguientes palabras: “Bye Stephen, you were a genius... in helping to normalize so many people’s lives” (Adiós, Stephen, fuiste un genio, en ayudar a normalizar la vida de muchas personas)
Las vidas marcadas por la discapacidad tienen puntos en común. Cito dos: una férrea voluntad individual de lucha y la colaboración necesaria de otras personas, que nos ayudan a ser. En el caso de Hawking, a brillar con luz propia. En efecto, una mente brillante que se impuso a un cuerpo paralizado por la esclerosis lateral amiotrófica. Una firme voluntad de seguir adelante contra todo pronóstico, que ha inspirado a millones en todo el mundo.
Su talento individual, como físico, era extraordinario. Pero pensemos en cómo habría sido la vida de Hawking sin los otros, si esos otros que le rodeaban no le hubieran ayudado a sortear sus dificultades. Comenzando por su familia, profesores y estudiantes que le ayudaban con sus escritos, hasta quienes desarrollaron la tecnología que le permitió hablar.
Con este artículo quiero poner el foco en ustedes, los que no tienen discapacidades. La suya es una responsabilidad social como seres humanos.
Esas otras manos tendidas, que se nos presentan a lo largo de la vida, coadyuvan a las personas con discapacidad a ser lo que somos y llegar lejos. Más lejos de lo que nuestra propia limitación nos impone. Sin su complicidad, sin su compromiso la inclusión no es posible. Hablo de algo que trasciende a la solidaridad, por supuesto.
La figura de Hawking, como a tantos otros, me cautivó, y leí con voracidad tanto su biografía ’Breve historia de mi vida’, como la de su esposa Jane ‘Hacia el infinito’. Su vida fue, sin duda, gracias a sí mismo, pero habría sido otra muy distinta sin los que le permitieron ser él. Un hombre excepcional que no paró hasta el día de su muerte, rodeado de personas excepcionales también que le ayudaron a superar obstáculos. Si Hawking es ejemplo, lo es tanto por él, como por los que ayudaron a que su discapacidad no fuera una limitación para ser. ¿Alguien duda de que el incluir al que funciona de otra manera no es solo una cuestión de solidaridad sino de enriquecimiento social? Suele decirse que Hawking es ejemplo para las personas con discapacidad. Pero eso es una trampa justamente para ellas. Hawking debería ser modelo para quienes no tienen discapacidad.
El filósofo Aristóteles dijo que el ser humano es un ser social por naturaleza. Se “es” en la medida que se “co-es”. El individuo no es autosuficiente y necesita de la protección y la ayuda de los otros. Así es como se forman las comunidades. La cooperación mutua es imprescindible para aquellas.
La discapacidad limita. La voluntad y el amor propio impulsan, y la conciencia social de los otros, su generosidad y compromiso por encima del interés individual, permite al individuo brillar con luz propia.
El pasado 14 de marzo perdimos una de las mentes más prodigiosas del siglo XX. Stephen Hawking falleció finalmente a los setenta y seis años, dejando un extraordinario legado. Sin duda, sus aportaciones a la astrofísica. Pero también, a la vez, su gran ejemplo de capacidad desde una situación de salud tremendamente adversa.
Mi apreciado Guillermo Fésser le despedía con las siguientes palabras: “Bye Stephen, you were a genius... in helping to normalize so many people’s lives” (Adiós, Stephen, fuiste un genio, en ayudar a normalizar la vida de muchas personas)