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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Otras voces: Salud y normalidad en el espejo social

Escultura moche representando una parálisis facial

Miguel González

Miguel González envía al buzón de este blog un artículo sobre la percepción de los enfermos en la sociedad. La cita con la que inicia el post viene de esta nota de prensa de Europa Press

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La parálisis facial es uno de los cuadros clínicos más incapacitantes para el paciente que la padece, con consecuencias sociales y psicológicas en ocasiones devastadoras. Según los especialistas en este campo, el grado de incomodidad que la población general siente ante una persona con parálisis facial es solamente comparable al que siente con una persona con una enfermedad psiquiátrica, y mucho mayor que el reflejado ante una persona con retraso mental, senil, sorda, ciega o en silla de ruedas.el grado de incomodidad que la población general siente

La cita anterior, extraída a modo de divulgación científica por una agencia de información “seria”, me ha recordado un proverbio húngaro: Aquel cuya sonrisa le embellece es bueno; aquel cuya sonrisa le desfigura es malo. El dicho, sin lugar a dudas, es excelente para adornar los lugares comunes de cualquier libro de autoayuda; pero no puedo más que disentir de él.

No descubro nada nuevo al decir que la autoestima como concepto es una construcción ideológica que tiene que ver más con el rango de comparación social dentro de un universo de relaciones mediatizadas por la norma social en esta sociedad del espectáculo, que con la autopercepción y apuesta por los deseos, necesidades vitales y sentimientos individuales. Pero saberlo no evita que me indigne cada vez que me topo con apólogos del criterio apisonador de la opinión general, sobre todo si se muestran con el disfraz más o menos aséptico de la objetividad científica. Una opinión general, por lo demás, llena de prejuicios, la mayor parte de ellos profundamente inducidos precisamente por la mediatización normativa y espectacular.

Así pues, afirmar que determinado cuadro clínico es incapacitante por las consecuencias sociales y psicológicas que conlleva para concluir a renglón seguido que la población general percibe con gran incomodidad a las personas afectadas por esta enfermedad deja muy claro el sistema de valores que rige en toda esta aseveración.

Según esta lógica -que podríamos ampliar a cualquier enfermedad, como el propio artículo sugiere-, la cuestión a la hora de abordar la salud del paciente no es tanto que el enfermo consiga un bienestar, sino que la población general no se vea afectada por la disfunción que el enfermo supone en el seno de la sociedad normalizada. Se abstrae el concepto de sociedad y lo lleva al terreno sumamente capcioso de lo ideal, que tiene su correlato en las historias del “buen vivir” que la publicidad se encarga de inculcar en las masas de individuos con su masaje persistente en la sociedad del espectáculo.

Un “mundo feliz” que, con su concepción idealizada y dogmática de la normalidad, abunda significativamente en los efectos perniciosos, tanto a nivel social como psicológico, de las personas que sufren.

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