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Votar de oído

Hasta ahora yo votaba de oído. Sí, tal cual. No se extrañen. Muchos aparcan de oído –hasta que el parachoques da contra el bordillo- y no pasa nada. Solo alguna pequeña abolladura, quizás. Pues eso, que yo hasta la fecha he votado siempre de oído y la ley lo contempla.

El procedimiento para votar de oído es el siguiente. Amanece el domingo electoral y me preparo para acudir al colegio junto a toda mi familia. Mi familia es una piña. Nos juntamos incluso para ir a votar. ¿Llevas tu papeleta preparada? ¿Cuál quieres? Preguntas que se hacen en los minutos previos a cerrar la puerta de casa. Y en ambiente festivo recorremos las calles tranquilas propias del fin de semana, sin el infernal ruido del tráfico. El olor a churros de la chocolatería próxima como background. Bromeamos sobre a quién le daremos el voto, siempre eligiendo lo más alejado a nuestras inclinaciones políticas para agitar un poco el ambiente y ver las chiribitas en los ojos de mi padre. Bueno, que me pierdo en las licencias literarias.

El siguiente paso es localizar mi mesa. A menudo un lío porque en demasiadas ocasiones mi apellido se clasifica mal. ¿Lo habrán puesto por la d o por la s esta vez?

Entonces, -y aquí está el votar de oído- pido a algún miembro de mi familia que me coja la papeleta de mi elección y acudo dispuesta a introducirla en la urna.

Aclaro que votar de oído, o dicho de otra forma, el votar asistido por una persona de nuestra confianza no es ilegal, inmoral ni… sino que está perfectamente contemplado en la Ley Orgánica del Régimen Electoral General.

Ya está, ya he votado de oído. Sí, he ejercido mi derecho al voto, pero…

Pero qué sucede si eres ciego y supongamos:

A) tu inclinación política confronta con la de tu familia y no quieres quedar como el garbanzo negro

B) No cuentas con alguien de tu confianza que te ayude a votar

C) No quieres que nadie, ni tu madre, ni tu marido ni el que pasaba por allí dispuesto a ayudarte sepa a quién votas.

Recordamos: cada ciudadano tiene derecho a que se le garantice el secreto del voto.

Hasta hace bien poco no había alternativa. Las personas ciegas no teníamos garantizado el votar con autonomía e independencia, con libertad en según qué ámbitos y circunstancias. Votabas de oído y punto.

Si algo va a tener este 2015 son citas electorales. En Andalucía, desde donde les escribo, este  22 de marzo celebramos elecciones autonómicas. Unas dos mil personas ciegas totales mayores de edad podremos ejercer nuestro derecho al voto en condiciones de igualdad al resto del electorado y esto es novedoso, aunque parezca mentira. El proceso implica cierto grado de planificación. Sí, la vida de cualquier retrón exige ese anticiparse para muchas tareas cotidianas.

Los ciegos teníamos hasta el 24 de febrero para solicitar en un teléfono gratuito de la Consejería de Justicia el kit de votación o material de votación accesible. Nunca lo había solicitado. En estos comicios se ha triplicado el número de personas ciegas solicitantes del material de votación accesible. Hemos sido 281 en toda Andalucía frente a las 100 que lo pidieron en las elecciones autonómicas de 2012.

En mi fantasía  el mencionado kit se me antoja una suerte de maletita llena de papeles en braille. Sin embargo, el proceso me parece engorroso. Les explico.

Tras telefonear al servicio de atención al ciudadano para estas elecciones autonómicas, descubro que el kit tendré que recogerlo en mi colegio electoral el mismo día de los comicios y allí manipular todo su contenido.

Cada kit de votación está homologado por un equipo de técnicos de la Comisión Braille Española y sellado por las Juntas Electorales de cada provincia. El kit contiene una guía explicativa en braille para la emisión del voto, un sobre de votación normalizado y un sobre grande con tantos sobres como candidaturas concurren. Esos sobres van etiquetados en braille y tinta con el nombre de una de las candidaturas, e incluye la papeleta normalizada de la candidatura correspondiente.

La ley electoral prevé que los miembros de la mesa deben asistirnos proporcionándonos un espacio de privacidad donde manipular todo el kit, entiéndase, revisar su contenido, leer la guía, elegir la papeleta e introducirla en el sobre.

Habría preferido recibir el material de votación en mi buzón -que estará atestado de papeletas enviadas por todos los partidos- y  llevar los deberes hechos de casa. Me habría gustado leer la guía con calma, recrearme en el placer de leer los caracteres en braille (hay tan pocas ocasiones para ello), extender todas las papeletas sobre la mesa, elegir la mía y meterla dentro del sobre. Vale, soy una romántica, pero es que no son días para improvisar en un colegio atestado de votantes embargados por la ilusión (léase con ironía) y los pequeños incidentes propios de una jornada electoral.

A partir de ahí, el procedimiento es el mismo que para el resto de ciudadanos. Mostrar el DNI o el pasaporte y depositar nuestro voto en manos de un miembro de la mesa. Momento del todo frustrante, por cierto, porque siempre me quedo con las ganas de introducir con mis propias manos el sobre en la urna.

Prometo contarles en otro post la experiencia de votar en secreto, con autonomía, con libertad, en igualdad, porque este año por primera vez ¡no votaré de oído!

Hasta ahora yo votaba de oído. Sí, tal cual. No se extrañen. Muchos aparcan de oído –hasta que el parachoques da contra el bordillo- y no pasa nada. Solo alguna pequeña abolladura, quizás. Pues eso, que yo hasta la fecha he votado siempre de oído y la ley lo contempla.

El procedimiento para votar de oído es el siguiente. Amanece el domingo electoral y me preparo para acudir al colegio junto a toda mi familia. Mi familia es una piña. Nos juntamos incluso para ir a votar. ¿Llevas tu papeleta preparada? ¿Cuál quieres? Preguntas que se hacen en los minutos previos a cerrar la puerta de casa. Y en ambiente festivo recorremos las calles tranquilas propias del fin de semana, sin el infernal ruido del tráfico. El olor a churros de la chocolatería próxima como background. Bromeamos sobre a quién le daremos el voto, siempre eligiendo lo más alejado a nuestras inclinaciones políticas para agitar un poco el ambiente y ver las chiribitas en los ojos de mi padre. Bueno, que me pierdo en las licencias literarias.