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“Una niña venía a casa todos los días para que mis hijas tuvieran libros para estudiar”

Sandra* y Cristina* son gemelas. Casi idéntica sonrisa, once años, ojos grandes, misma altura, mismo chorro de energía al jugar en el parque. Sandra y Cristina -casi idénticas- comparten también los mismos libros de clase: el dinero en casa no alcanza para que su madre pueda pagar un lote de libros para cada una. Mismo libro de lengua, de mates, de geografía. Antes era peor, el dinero no llegaba para ningún libro y su madre, Sabina, inventaba maneras para que sus hijas no se quedarán atrás en el colegio. “Todos los días venía una amiga a casa a estudiar con ellas y en clase, las dos usaban el libro de la profesora. Era la única manera para que pudieran estudiar y para poder hacer los deberes. La situación económica ha sido tan difícil que hay cosas básicas como libros y ropa que no he tenido la opción de comprar”, lo explica Sabina, que comparte con sus hijas una sonrisa de esas que hacen sonreír.

Para Sabina -32 años, madre soltera- las cosas comenzaron a complicarse cuando perdió un trabajo más o menos estable. Como una torre de naipes, sin el salario, comenzaron a caerse muchas cosas en casa; la educación de sus hijas y sus tres comidas diarias, fueron las primeras certezas en desmoronarse. “Sin ningún ingreso era difícil darles de cenar y desayunar. Mis hijas comen en el comedor del colegio pero los fines de semana eran duros porque no tenía nada para comer. Conseguía algo de comida pidiendo a los vecinos y amigos”, explica Sabina. Ahora la situación ha cambiado, con el apoyo de Save the Children, las niñas comen en la escuela, cuentan con cheques comida para los alimentos básicos y han podido costearse un lote de libros escolares. “Ahora voy todos los días a recoger comida -al comedor social del barrio- y parte de lo que nos ponen lo dejo para las noches”, cuenta Sabina.

A Sabina las certezas se le desmoronaron con el trabajo pero también con la caída en picado del apoyo del Estado. Mientras que el precio de los libros ha subido un 4,29% en tan solo tres años, las aportaciones para las ayudas a material escolar han sufrido una disminución de 137 millones de euros (45,2%) en tres cursos académicos, según apunta Save the Children en su último informe, Iluminando el futuro con la educación. Una caída en picado de las certezas para miles de familias en España que evidencia que la equidad educativa es, ahora mismo, una utopía con la que, sin embargo, se podría hacer frente a la pobreza infantil en España. ¿De qué sirve que un niño disponga de un aula y un profesor si le faltan los libros, el material escolar o su alimentación no es la adecuada? Una pregunta que indigna y con la que Save the Children está pidiendo firmas para que sean los gobiernos -central y autonómico – los que hagan pública una respuesta. Y para gritar una evidencia: la pobreza infantil es la más dañina, y la que más inequidad provoca en la sociedad

Son las 11:37 de la mañana y acompaño a Sabina e Isabel a la sucursal de un banco en la que quieren informarse sobre los pisos de alquiler social. Isabel es coordinadora de familias de Save the Children y, como hoy, apoya a Sabina en todas las gestiones que puedan ayudarle a ella y las niñas a mejorar su situación. Isabel tiene a su cargo el apoyo a cerca de 60 familias en Valencia pero el trato evidencia una relación -personal, cercana- de muchos años. “La única ayuda que recibo es la de Save the Children”, me cuenta Sabina. “Si tengo cualquier problema la puedo llamar por teléfono y ella es la que me ayuda a poder solucionarlo. Si tengo que ir al Juzgado, tengo que ir al ambulatorio... en todo lo que me puede ayudar, me ayuda”, y Sabina mira a Isabel con esa sonrisa contagiosa que hace que Isabel le mire a ella, me mire a mi y acabemos todas sonriendo.

El apoyo que Save the Children ofrece a Sabina y las niñas en las gestiones fundamentales, con los cheques de comida y de material escolar y con el refuerzo escolar al que cada día de lunes a jueves acuden las niñas, son pequeñas piezas imprescindibles para un puzzle mucho más grande: que Sandra y Cristina -casi idénticas- disfruten hoy de las mismas oportunidades que el resto de niños para poder ser todo lo que quieran ser.

Trabajo de Save the Children de lucha contra la pobreza infantil. Historia de Sandra y Cristina. from Save the Children on Vimeo.

* Nombres modificados para proteger la identidad de las menores

Sandra* y Cristina* son gemelas. Casi idéntica sonrisa, once años, ojos grandes, misma altura, mismo chorro de energía al jugar en el parque. Sandra y Cristina -casi idénticas- comparten también los mismos libros de clase: el dinero en casa no alcanza para que su madre pueda pagar un lote de libros para cada una. Mismo libro de lengua, de mates, de geografía. Antes era peor, el dinero no llegaba para ningún libro y su madre, Sabina, inventaba maneras para que sus hijas no se quedarán atrás en el colegio. “Todos los días venía una amiga a casa a estudiar con ellas y en clase, las dos usaban el libro de la profesora. Era la única manera para que pudieran estudiar y para poder hacer los deberes. La situación económica ha sido tan difícil que hay cosas básicas como libros y ropa que no he tenido la opción de comprar”, lo explica Sabina, que comparte con sus hijas una sonrisa de esas que hacen sonreír.

Para Sabina -32 años, madre soltera- las cosas comenzaron a complicarse cuando perdió un trabajo más o menos estable. Como una torre de naipes, sin el salario, comenzaron a caerse muchas cosas en casa; la educación de sus hijas y sus tres comidas diarias, fueron las primeras certezas en desmoronarse. “Sin ningún ingreso era difícil darles de cenar y desayunar. Mis hijas comen en el comedor del colegio pero los fines de semana eran duros porque no tenía nada para comer. Conseguía algo de comida pidiendo a los vecinos y amigos”, explica Sabina. Ahora la situación ha cambiado, con el apoyo de Save the Children, las niñas comen en la escuela, cuentan con cheques comida para los alimentos básicos y han podido costearse un lote de libros escolares. “Ahora voy todos los días a recoger comida -al comedor social del barrio- y parte de lo que nos ponen lo dejo para las noches”, cuenta Sabina.