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¿Cómo es un albergue para personas sin hogar (y alguna de las historias que contiene)?

No separan sus manos. Llevan en el albergue municipal de Sevilla un par de meses. Se conocieron en el anexo Miguel de Mañara durante la última ola de frío y ahora están a la espera de una plaza en el módulo habilitado para familias. “Ya somos más que novios, vamos a tener un niño”. Miran al futuro porque no tiene remedio ni puede que importe ya qué les ha llevado a ser dos usuarios del centro para personas sin hogar. “Estamos ahorrando para ver si podemos alquilar un pisito”. Si no fuera por el contexto, que este viernes acogía una jornada de puertas abiertas, la frase podría venir de cualquier pareja de enamorados, que es lo que son en el fondo.

“Esto no es ningún agujero negro”, dice Patricia Muros, coordinadora de la Unidad Municipal de Emergencias de Sevilla (UMIES), que enseña a los medios de comunicación, junto a otros trabajadores sociales y educadores, un espacio que rara vez se puede visitar. Predominan los blancos, la luz, un agradable patio común a los módulos y hasta una pista de petanca que han construido los propios usuarios. Es el punto de partida para muchos, el lugar a partir del cual no volver a estar “en situación de calle”, como dicen tapando la triste realidad de decenas de personas sin un techo en el que cobijarse. “Su única opción es esta”, desde donde se trabaja con ellos la motivación y la inserción. Es un albergue por dentro.

La primera impresión para quien el destino le ha llevado hasta aquí es el personal del Centro de Orientación e Información Social (COIS), que recibe a una media de 200 o 300 personas al mes, depende de la época. Esta semana se abre la campaña de invierno y el Ayuntamiento hispalense ha ampliado el número de plazas, además de estar planteándose nuevas fórmulas para el futuro. En este albergue de la calle Perafán de Ribera, uno de los múltiples recursos sociales dirigidos a este colectivo, el COIS se encarga de asignar a cada persona el más adecuado. En ello estaba Piotr Piskozub cuando encontró la muerte en la antesala del comedor, donde hoy ven felices la tele Antonio y Ana Mar, la pareja que arranca esta información. “El niño da más patadas que Messi”, dice su padre.

Son algunas de las muchas y paradógicas historias que inundan este lugar. “Dicen que somos Sevilla acoge”, señala una de las trabajadoras sociales explicando el aumento de visitas a la ciudad, que en invierno no suele padecer temperaturas muy extremas y que supone un reclamo para personas sin hogar. Chari Nicasio también explica que hay nuevos perfiles, de gente más joven, de un tiempo a esta parte, y que si no se trabaja con ellos “son carne de cultivo de exclusión social”. Durante la visita hay personas de todo tipo, que charlan en torno a unas sillas, en pequeños grupos, o salientes de los diversos talleres de trabajo.

La dificultad de las rutinas y los horarios

A veces no acuden al albergue y la UMIES los busca para iniciarles un proceso, si acceden, de recuperación y motivación “para que no vuelvan a la calle”, o bien se les busca un alojamiento alternativo para evitarles la pernoctación al raso. Los servicios municipales también disponen de hostales conveniados, así como otros recursos fruto de la colaboración y coordinación con entidades privadas para otro tipo de recursos sociales similares. “Cuando llevas 20 años en la calle, es complicado seguir algunas rutinas u horarios”, apunta otra trabajadora.

“Yo la primera noche dormí en un hostal”, explica Cristina, que hoy hace de guía del centro, donde convive con su hija de siete años. Viene del barrio de Torreblanca y la violencia de género la condenó a la calle, quizá por eso aparente más edad de la que asegura tener. Enseña los módulos y sus características, con especial incidencia en los horarios de lavandería, la sala de medicación, la consigna y los variados departamentos de los que consta el albergue. Los usuarios del centro tienen hasta las 21.00h para volver al albergue. Cristina quiere ser limpiadora, presume de ser actriz en sus ratos libres y está ahorrando con su pensión por minusvalía “hasta que me pueda ir”.

El módulo familiar es especial. Se compone de nueve pequeños apartamentos de dos dormitorios, apartados del resto de módulos por la presencia de niños. Actualmente hay seis familias y siete menores. Le suben la comida y la cena. “Hay de todo pero la demanda no ha subido en los últimos años por el aumento de desahucios, la verdad”, explica María del Mar Montilla, otra trabajadora del centro.

Las habitaciones de los módulos de hombres (43) y mujeres (24) se completan con el módulo de inserción, mixto, “la fase previa a la normalización”. En el módulo de emergencias para hombres se valora su situación, derivados de las unidades de trabajo social y desde donde inician un itinerario de reinserción. “Para nosotros es un día especial”, comenta Patricia, “queremos hacernos visibles”. Lo cierto es que muchas veces la apertura de puertas en jornadas como las que este viernes organiza el Ayuntamiento también puede abrir las mentes de la ciudadanía para tomar conciencia del trabajo que se realiza con estas personas, que en muchos casos solo quieren mirar hacia un futuro mejor, con la ilusión de la que hacen gala Antonio y Ana Mar.