“¿Periodistas? De la reja pallá”. Está claro que la prensa no es bienvenida en el Cortijo Los Galindos de la localidad sevillana de Paradas. No dejaría de ser uno más de los ejemplos de latifundismo de la España de la posguerra que han llegado a nuestros días si no fuera porque el 22 de julio de 1975, cuatro meses antes de que el dictador muriese, cinco personas perdieron la vida en un múltiple asesinato por el que nunca nadie se sentó ante un tribunal.
Tal día como este miércoles hace 45 años, la vida de este pueblo incrustado en la tranquilidad de la Campiña sevillana se vio alterada por la muerte de cinco vecinos, tres hombres y dos mujeres. Sobre las muertes se han barajado miles de conjeturas, desde el “crimen pasional” (definición de la época) al blanqueo de capital, pero lo que está claro es que en el cortijo quieren que este asunto se vaya olvidando con el tiempo y que, según pasen las generaciones, se deje de hablar del tema.
Si hoy día, con los coches actuales, ya es complicado acceder al edificio principal, hace 45 años se tardaría más de 20 minutos en recorrer los seis kilómetros que lo separan del pueblo. Primero, hay que circular unos cinco kilómetros por una carretera más o menos en buen estado, la que hace años unía Paradas con Marchena, y luego desviarse a la izquierda para transitar por un auténtico camino de cabras.
No hay rejas ni vallas que impidan llegar al cortijo, aunque es propiedad privada, pero la reja a la que se refiere el encargado es una que cierra el camino de acceso con otra finca. Es una especie de referencia para echar a los visitantes no deseados. Y la prensa no está precisamente en territorio amigo.
Aunque el encargado de la finca es un joven que tiene poco más de 30 años a simple vista. Llega en el tractor con el que trabaja en los alrededores. No ha escuchado ladrar a los perros porque lleva unos auriculares inalámbricos, y nada más bajarse del tractor señala el camino de salida de la finca. Es muy joven para haber vivido en primera persona o recordar lo que pasó hace 45 años, pero las órdenes las cumple sin dudar.
Solo contesta a una pregunta, la que se refiere a los propietarios del cortijo: “Son los mismos de entonces”. Tras despedirse con una sonrisa, quizás pensando que ha sido un poco brusco, sigue con su tarea. No pone problemas para hacer fotos del cortijo, pero desde fuera de su perímetro.
Aquella tarde de julio
Si aquella tarde de julio hacía el mismo calor que en estos días, es de entender que nadie en el pueblo estuviese en la calle durante el crimen, y mucho menos cerca de la finca, donde parece que el tiempo se ha parado, y, como entonces, se sigue viviendo del girasol y el trigo que crece en sus 400 hectáreas.
Conjeturas aparte, lo que quedó demostrado con las investigaciones fue que hubo cinco muertes violentas. Se demostró tanto con las autopsias del día siguiente como ocho años después, cuando el caso se reabrió. José Francisco Zapico, agente judicial que estuvo desde el primer momento en el lugar del suceso, tiene claro que todos los muertos son personas que perecieron por estar en el sitio menos indicado en el momento menos indicado. Puntualiza que hubo un homicidio y cuatro asesinatos. Según su investigación de entonces, cuando tenía 33 años, el homicidio fue el de Manuel Zapata, el capataz del cortijo. Le golpearon en la cabeza con la pieza de metal de una empacadora, y con una horca de labranza en el pecho. La misma pieza de metal se usó contra su esposa, Juana Martín, al ser testigo de los hechos.
El tractorista José González y su esposa Asunción Peralta fueron los siguientes. Sus muertes no tienen explicación alguna todavía, porque todo apunta a que González fue testigo de las primeras muertes, y le convencieron para ir al pueblo a buscar a su mujer y volver al cortijo. Nada más entrar en él, les mataron a golpes, les cortaron las extremidades y las tiraron a una alpaca de paja a la que metieron fuego. El humo que provocó ese incendio fue lo que avisó en el pueblo de que algo pasaba en el cortijo.
La quinta víctima fue el tractorista Ramón Parrilla. La idea inicial era quitárselo de en medio unas horas. Al parecer, terminó la tarea encargada, pero en lugar de irse a su casa directamente pasó antes por el cortijo, y fue asesinado de disparos de escopeta.
La ayuda que no fue tal
Cuando la columna de humo del incendio fue vista en el pueblo, los vecinos no se lo pensaron y salieron corriendo al cortijo. No sabían que su ayuda iba a ser contraproducente, ya que todo lo que movieron al llegar provocó que se alterase el escenario del crimen. Y ahí empezó la confusión. Solo se encontraron cuatro cadáveres. No había rastro de Zapata. Se tardó tres días en encontrar su cuerpo, y durante ese tiempo se sospechó de que había sido el autor de las muertes y había huido del pueblo. Incluso el diario ABC hablaba el 24 de julio, cuando publicó las primeras informaciones, de “cuadruple crimen”. La sorpresa no fue solo el hallazgo del cuerpo el 25 de julio, sino que la autopsia determinó que fue el primero en morir. El caso volvió al punto de partida, sin sospechosos.
Los primeros en investigar
Cuando la Guardia Civil y los investigadores llegaron al lugar de los hechos, encontraron a gente apagando el fuego con cubos, moviendo los cuerpos o pisando la sangre. Era todo lo que no tenía que haber en un lugar como ese. Dos ojos concretos se fijaban en todo, los de José Francisco Zapico Berdugo, un agente judicial, que llegó con el primer grupo de investigadores.
No solo es la persona que más sabe del caso, sino que ha memorizado cada uno de los más de 1.000 folios del sumario, cuya copia guarda en su casa. Ahora tiene 78 años. Cuando habla con eldiario.es/andalucia deja claro que aquella no fue una investigación normal: “Es la pasión de mi vida, mi vicio”.
Para empezar, valora lo último que se ha publicado recopilando estos hechos, el libro “El crimen de los Galindos: toda la verdad”, que tiene la particularidad de estar escrito por Juan Mateo Fernández de Córdova, hijo de Gonzalo Fernández de Córdova y Mercedes Delgado, marqueses de Grañina y dueños de la hacienda.
En la publicación, que vio la luz en 2019, apunta como autor a un sicario que aún seguiría vivo, y que habría ido con su padre a “convencer” a Zapata de que no desvelase a la Policía que las cuentas del cortijo no eran precisamente claras. Según su relato, con Zapata se le fue la mano, y luego fue matando a todo el que aparecía por allí.
Según relató a Diario de Sevilla, lo que pasó fue: “Ahí se produjo un golpe a Manuel Zapata con la mala suerte de que un gancho entró por la cervical y lo mató en el acto. Lo mataron en su casa porque se estaba vistiendo para venir a Sevilla, que es lo que ellos querían evitar. Trataron de convencerlo, pero él era un poco terco y no dio su brazo a torcer. Lo intentaron sobornar, algo que ya habían hecho anteriormente. De hecho, se encontraron dinero en la casa, probablemente el que le ofrecieron para que se callara”.
Zapico reacciona rápidamente a la pregunta sobre la veracidad del libro: “Es un disparate. No se lo cree nadie, es un cuento”.
Zapico era auxiliar del juzgado de Écija, el que mandaron al suceso porque el juez de Marchena estaba de vacaciones. Su hermano era realmente el que acudió a trabajar, y como él tenía la investigación en sus genes, le acompañó.
Asegura que tiene claro lo que pasó ese día, pero no lo desvela, pero su opinión es más que certificada, porque nadie conoce el sumario como él. “No se puede afirmar nada cuando el juzgado no lo pudo demostrar”, explica prudente, y a pesar de cómo conoce todo lo que rodea al caso, tampoco puede explicar qué pasó para que una de las víctimas se marchase vestido de trabajo al pueblo a buscar a su mujer con dos personas ya asesinadas, y volviese con ella arreglados como para salir de viaje. “Es algo que queda en el misterio, afirma”.
1.700 folios de sumario
Zapico sabe que tiene un tesoro en su casa, “pero no hay dinero en el mundo” para que se desprenda de él. De hecho, el original del sumario se perdió en un traslado de documentos tras un derrumbe del techo del juzgado de Marchena a los juzgados de Sevilla. Son siete tomos con más de 1.700 folios en total.
Hace 45 años estuvo en todas las declaraciones que se tomaron, diseñó todos los planos para el juzgado y los dibujos de reconstrucción de los crímenes. Lo sabe todo, pero no lo cuenta todo.
Hay tantas leyendas en torno a este crimen que incluso se dijo en su día que el cura del pueblo fue asesinado porque el presunto autor de las muertes le confesó el crimen bajo secreto de confesión. En realidad, falleció de un ataque cardíaco.
Aunque Juan Mateo Fernández de Córdova afirma en su libro que el asesino sigue vivo, e incluso relata un encuentro con alguien que podría ser él en Utrera, lo cierto es que sicario o no la justicia ya nada puede contra él. Como recuerda el abogado sevillano Fernando Osuna, que terminaba el tercer curso de su carrera en el momento del crimen, todo lo que pasó ese día prescribió en 1995. “La Ley dicta en España, y así lo interpreta el Tribunal Supremo, que aunque una persona mate a 20, prescribe como si fuera uno el asesinato”, explica. Es decir, si mata a cuatro personas puede sumar penas por cada muerte, pero la prescripción es por un único crimen.
Se paró el tiempo
Prescripciones aparte, está claro que en cierto modo en Paradas se paró el tiempo aquel día para muchas personas. Es cierto que en el pueblo el crimen no es tema de conversación, pero también que es muy difícil encontrar a alguien que quiera hablar de ello.
Si alguien no se identifica como periodista y se saca el tema en un bar, las teorías de peleas entre grupos políticos distintos o incluso de tráfico de drogas salen a la luz, pero son solo teorías.
Sí llama la atención cómo el pueblo se confinó durante tres días, hasta que apareció el cadáver de Zapata. Lo primero que se pensó es que había matado a la mujer y el resto había caído en sus manos.
Hay que llevar la mente a aquella tarde de julio en la Andalucía más rural. En la casa de Ramón Parrilla en la calle Carmona estaban su mujer, Juana, y sus dos hijas, María, de unos 10 años. y Trinidad, de 4. Con ellas estaba Mercedes, de 5 años, vecina de Marchena y que entonces estaba pasando unos días en la casa de su abuela en la misma calle.
Era la España en la que solo unos pocos tenían aire acondicionado, en la que las casas se cerraban de día con el tragaluz abierto para aprovechar un poco de aire y las cortinas bajadas. Ajenas a lo que estaba pasando, comenzaron a escuchar revuelo en la calle, gente que entraba y salía de la casa, y la madre recogió a Mercedes mientras los vecinos cerraban sus puertas. Las primeras noticias de las muertes ya tenían nombres y apellidos.
Hoy en día, Juana ya no vive en esa calle, y sus hijas, tampoco. Aunque su testimonio tendría mucho valor pasados los años, Trinidad ha preferido no hablar del tema. El crimen, sí lo ha hecho, pero su dolor no ha prescrito.