Las instalaciones de la Fundación Banco de Alimentos de Sevilla es un continuo ir y venir de voluntarios, carretillas elevadoras y, como no, productos que se almacenan o se entregan a las 298 entidades sociales que distribuyen la comida a personas realmente necesitadas, “beneficiarios” en la terminología que utilizan sus gestores. La pandemia conllevó un pico de trabajo derivado de las necesidades de las miles de personas que, de la noche a la mañana, se quedaron sin posibilidades. Unas 50.000 personas al mes reciben a día de hoy los alimentos que gestiona el Banco, un número todavía mayor al que había antes de que el coronavirus llegara casi sin previo aviso. “Tuvimos la sensatez de considerarnos un sector esencial. Si los sectores esenciales no iban a cerrar, el suministrador de productos de primera necesidad para la población más vulnerable era más esencial si cabe”, comenta Agustín Vidal-Aragón, presidente de la fundación.
Al final de Mercasevilla, en Sevilla Este, la fundación dispone desde hace un año de tres naves donde recibe, almacena o entrega, respecivamente, los alimentos que le llegan de la mano generosa de compañías del sector alimentario, donaciones particulares o empresariales, excedentes de producción o “mermas” (alimentos no comercializables pero que se pueden consumir sin problema), incluso de otro tipo de ayudas como las del Fondo de Ayuda Europea para los Más Necesitados (FEAD) o las procedentes de las campañas puntuales como la 'Operación Kilo'.
Palés, bañeras y transpaletas es el único paisaje, en perfecto orden, para hacer acopio o distribuir el sustento para miles de familias que continúan teniendo que servirse de la labor de las entidades sociales para sobrevivir. Aunque las llamadas 'colas del hambre' no ocupan ya demasiados espacios en los medios de comunicación, no se rebaja el ritmo el Banco de Alimentos, donde fundamentalmente trabaja un buen número voluntarios, en su mayoría de edad avanzada, realizando labores de diverso tipo. Son aproximadamente unos 120 los que trabajan de forma regular. Alejandro, responsable del almacen, insta a no entorpecer su paso, mientras una de las muchas furgonetas que cargan los palés preparados con productos variados en la zona de 'picking'.
Todo está perfectamente organizado, clasificado e informatizado pese al imparable trasiego. Los productos con caducidad más lejana, en un lugar; aquellos a los que le quedan menos vida, en otro. En otra ubicación algo más alejada se encuentran las oficinas y el almacen de frutas y hortalizas. “La situación está algo más normalizada, pero todavía hay más beneficiarios de los que había antes de la pandemia”, comenta José María Barea, responsable del gabinete técnico en la fundación. “Hubo un 25% de incremento” a partir de marzo de 2020, apunta Sonia Marinelli, encargada de la comunicación, aún con “la incertidumbre” de si las personas que han tenido que acudir las organizaciones sociales para mantenerse podrán “salir de esa situación o no”.
600.000 kilos de comida al mes
Para Agustín Vidal-Aragon, la demanda se redujo un poco desde la recuperación económica y de la movilidad, pero la pandemia golpeó duro al principio. “La llegada del coronavirus fue un shock muy fuerte. ¿Y ahora nosotros qué hacemos?, nos preguntamos. Muchos bancos y mucha gente se llegaron a plantear cerrar. Nosotros estuvimos evaluando esa posibilidad, pero creo que, afortunadamente, tuvimos la sensatez de seguir con nuestra tarea”, recuerda. La máquina tuvo que “engrasarse” de otro modo. La pandemia cambió también algunas de las acciones del Banco, como la paletización por parte de los voluntarios de los productos recogidos en las campañas, que llegan a la nave de recepción y cuyo formato se vio obligado a variar “Detrás de cada kilo que se recibe a un gran proceso logístico y estudio de gestión”, señalan Barea y Marinelli, que guían la visita de elDiario.es Andalucía.
Vidal-Aragón recuerda: “Tuvimos que replantearnos cómo desarrollar nuestra actividad en el nuevo escenario que se nos planteaba. Una entidad como la nuestra, con pocos recursos, replantearse toda su estructura y el procedimiento habitual de trabajo fue difícil, pero creo que lo logramos. Incorporamos en cierto modo el teletrabajo, cambiamos los procesos y la manera de aprovisionar y de distribuir los alimentos. Fuimos capaces de adaptarnos a esta situación. El Banco ha estado en primera línea colaborando con muchas instituciones, públicas y privadas, que se han volcado a lo largo de toda esta crisis. Ha habido colectivos muy volcados en la solución de todo esto, con especial recuerdo de los sanitarios o de los trabajadores de los servicios esenciales o del sector primario, entre otros muchos. Es necesario trabajar en red y colaborar para conseguir ser eficiente y utilizar de manera óptima los recursos con los que contamos.
El almacén propiamente dicho se llena y se vacía cada mes tras gestionar 600.000 kilogramos de alimentos. Unos siete millones al año, siempre aproximadamente. Las entidades (una veintena cada día) valoran las necesidades y justifican el número de beneficiarios cuando acuden al Banco, en cuyas instalaciones también desarrollan su labor algunas personas a las que la Justicia les ha conminado a prestar las llamadas 'prestaciones en beneficio de la comunidad'. La fundación, como en la atención primaria sanitaria, va citando a las organizaciones sociales, cada cual con su propia logística. Reciben, además, un “reparto proporcional” de los que denominan productos “fuera de cesta”, aquellos que tienen una vida menor de la del resto de alimentos.
No solo alimentos gestiona el Banco. En el almacen se han recibido en las últimas horas 45 toneladas de productos de higiene donados por las fundaciones de Persán y de Cepsa, dirigidas a 4.500 familias de Sevilla. “Hay donaciones casi todos los días”, apunta el responsable del gabinete. También resaltan la gestión que hicieron en su momento de los 2.500 menús diarios, a través de 14 entidades, dentro del proyecto de la ONG World Central Kitchen del chef de cocina José Andrés. “La pandemia fue muy dura al principio y hubo un aluvión de demandas de un día para otro. Evitando riesgos, había que dar una respuesta entre todos y lo hicimos”, comentan.
Inserción laboral
Aunque la “tensión” de la primavera del pasado año acabó, “hay más demanda de la que había antes”. Las consecuencias de la crisis económica de 2008 parecían ir menguando, el coronavirus llegó, arrasando a su paso no solo con la salud de miles de personas sino con las ya dificultades de miles de familias. Ahora, en el Banco quieren ser “previsores” y que algo similar no pueda poner en solfa la labor de la fundación, convertida en “uno de los organismos más esenciales” para dar sustento a personas desfavorecidas a través de las entidades que tienen un contacto más directo con los barrios y viviendas con más necesidades.
“Tengo una cierta sensación de satisfacción por tener la suerte de colaborar con las personas con las que cuenta el Banco de Alimentos y con una suerte de poder trabajar con un equipo que ha sido capaz de transformarse y de alguna manera también sacrificarse y luchar por mantener ese servicio para una serie de personas que, si no, no lo hubieran tenido en ningún otro sitio”, comenta el presidente del Banco en Sevilla.
Cerca de la entrada hay también cabida para un aula de formación destinada a la inserción laboral de personas que, en un futuro ideal, no tuvieran que 'tirar' del Banco de Alimentos para subsistir. “Si no hiciéramos falta, eso sería un éxito”, apuntan los encargados. Sesenta personas se han formado en ese sentido durante este año. Para Vidal-Aragón, “lo mejor de todo sería que el Banco de Alimentos pudiera desaparecer en ese sentido y pudiera dedicarse a esas otras cosas que son importantes y que no se conocen tan bien, como asegurar que no se despilfarran alimentos o tomar conciencia de que destruirlos es absolutamente contaminante. O trabajar en la inclusión de sociolaboral de personas necesitadas o en el fomento del voluntariado pero que, al menos, no tuviéramos que trabajar para satisfacer la necesidad de alimentos de una población tan grande y tan necesitada”.