Pedrera-La Roda: la carretera trampa que acabó con la vida de dos temporeros rumanos

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Néstor Cenizo

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Es mediodía, va a comenzar la ola de calor más temprana que se recuerde, y ocho hombres y una mujer buscan algo de sombra a la puerta del Ayuntamiento de Pedrera. Parecen haber escapado de alguna batalla. Alguno está descalzo. Varios llevan vendado un brazo o una pierna. Y otro viste una camisa de cuya manga izquierda desgarrada asoman algunas heridas.

Pudo ser peor. Hace apenas 24 horas viajaban en el autobús que, cuando ni siquiera había amanecido, se salió de la carretera que une este pueblo de la Sierra Sur de Sevilla con La Roda. Dos de sus compañeros murieron, y hay varios heridos graves. Un testigo que se topó con el accidente ha contado a elDiario.es Andalucía cómo los propios accidentados rompían los cristales para intentar rescatar a sus compañeros. Todos son rumanos y era su primer día de trabajo en la campaña de la recogida del ajo en Antequera (Málaga).

Uno de ellos muestra el vendaje para acreditar que estaba allí cuando la desgracia ocurrió. Dice que él y sus compañeros hablarán luego, cuando las viudas y otros familiares salgan del Ayuntamiento, donde mantienen una reunión con el alcalde. Pero esa charla nunca se producirá.

El accidente ha vuelto a poner de relieve la situación de estos jornaleros que llegan por temporadas a este pueblo del interior andaluz. Rondan los 200, en un municipio de unos 5.000 habitantes. Vienen de la provincia más pobre de Rumanía para incorporarse a la campaña de la aceituna o del ajo. Trabajan, ahorran y regresan a su país. 29 de ellos iban en el autobús, que había salido en torno a las 5.30 de la madrugada de Almenidilla (Córdoba), para ir recogiendo trabajadores en el camino. “Lo del autobús lo hicieron precisamente para evitar los accidentes. Porque antes iban en coche y cansados. Y mira…”, lamenta un vecino. Es el cuarto accidente mortal que sufren los temporeros en los últimos años.

Una carretera sin arcén y por la que acortan los camiones

El conductor dio negativo en la prueba de alcoholemia y drogas, y los vecinos apuntan a una carretera maldita sobre la que se acumulan los accidentes. Hace apenas unos días un coche se salió de la curva y acabó encima de un olivo, según la gráfica descripción de un paisano. Mientras toman una cerveza, dos vecinos explican a qué se debe: “Hay un accidente y enseguida van a apuntar al conductor, cuando la culpa es de que tienen así la carretera”. La curva tiene mala condición y hay que conocerla, coinciden. “El peralte se hizo hacia afuera”. Además, la cuneta está a centímetros del firme: “En el momento que pisas fuera, te manda al carajo”. Hay quien ha aprovechado que no hay arcén para alambrar cada vez más cerca de la calzada y acabar ganando una hilera de olivos.

Por si fuera poco, esa carretera es una trampa porque alguien cambió el trazado de la A-92 en el último instante: en lugar de rodear la sierra por Pedrera, como parece lógico, la autovía discurre hasta Estepa para después dirigirse hacia el sur. El resultado es que da un rodeo que muchos evitan acortando por la angosta carretera, por la que ya circulan decenas de camiones de las canteras y tractores del olivar. Como este medio ha podido comprobar, es habitual que los turismos adelanten en línea continua y con mala visibilidad porque no aguantan el ritmo lento de los vehículos pesados.

En parte del pueblo existe la creencia de que el motivo del cambio fue político. “Yo vi los planos”, asegura uno. “¿Por qué cambiaron para que la autovía pasara por Estepa? ¿Quién era el presidente entonces?” [Rafael Escuredo, natural de Estepa].

“Las carreteras para ir al Rocío están perfectas, pero las de los trabajadores están hechas una mierda”, zanja uno de ellos, que muestra solidaridad de clase: “Este es un pueblo de emigrantes. Estos eran trabajadores que habían venido a trabajar. Llega la aceituna, y van a la aceituna. La vendimia, y van a la vendimia. Busca tú a alguien aquí que quiera ahora salir de su pueblo”. 

Una comunidad rumana desde hace 15 años

“Ayer, cuando me enteré de que había volcado el autobús, me acordé de los coches volcados a los rumanos”, dice Enrique Priego en la casa parroquial. Mientras lo dice, se interrumpe para no llorar. Priego es mucho más que el cura de Pedrera. Es una institución y acaba de ser galardonado por ello, aunque eso él no lo cuenta. Llegó aquí hace más de medio siglo junto a Juan Heredia, Miguel Pérez y Diamantino García, el histórico cura obrero que fundó, junto a Diego Cañamero, el Sindicato de Obreros del Campo. En este tiempo ha sido concejal, sacerdote y jornalero. “Una de las cosas que teníamos claras es que debíamos servir al pueblo”, dice. Hoy, viendo algunas cosas, tiene la sensación de que se ha vuelto atrás: “Me indigna”. Asegura que muchos patronos siguen evitando dar de alta a los trabajadores por todas las jornadas que realizan.

Priego cuenta por qué hay aquí, en mitad de Andalucía, una comunidad rumana flotante. Era el año 2008, Rumanía acababa de incorporarse a la Unión Europea (“con condiciones”, recuerda) y se necesitaba mano de obra barata para poner ladrillos. Cuando la burbuja estalló, pasaron al campo, la mayoría como temporeros: empiezan con la aceituna y vuelven a finales de abril para la campaña del ajo. Luego pueden trasladarse a Extremadura o Cuenca, o cualquier lugar donde haya tajo de temporada, y vuelven unos meses a su país.  

Sus condiciones de trabajo nunca fueron boyantes, pero lo peor siempre fue la vivienda. Nunca ha sido fácil encontrar quien se las alquilase. Priego explica los motivos: “Vienen de una tierra muy pobre. Algo así como la Andalucía de hace 60 años. Viven en chozas, con suelo de terrizo. Y cuando se meten en una casa no tienen excesivo cuidado”, cuenta. Además, suelen instalarse familias muy amplias, de hasta diez miembros.

Un día, el cura se encontró una familia durmiendo debajo de un coche y los metió en la sacristía. Desde entonces, hace 15 años, una familia rumana con cuatro hijos (alguno nacido en Pedrera) vive con él, excepto cuando están trabajando en alguna campaña. Ahora están en Cuenca.

Cuatro familias se han quedado y han hecho vida en el pueblo, pero el resto van y vienen. Hace cuatro años, todo estuvo a punto de estallar. Un roce casual entre un rumano y un pedrereño derivó en pelea, y esta acabó provocando disturbios. Los vecinos acusaban a los rumanos de ser los autores de varios robos. La chispa prendió en un ambiente que se había caldeado con una concentración a las puertas del Ayuntamiento. Las rencillas políticas entre concejales del PSOE e IU añadieron leña al fuego y unas 200 personas pidieron a gritos la expulsión de todos los rumanos. En las manifestaciones se vio a algunos ediles. Se volcaron una decena de coches y la Guardia Civil llegó a desplazar sus grupos de intervención para que los disturbios no fueran a más.

“Los que volvieron, lo hicieron con recelo”, cuenta hoy el cura, que cree que aquello ya está olvidado. “Este pueblo es solidario”, asegura. Cuando murió el primer temporero en accidente de tráfico, el traslado de su cadáver se pagó con una colecta, porque no estaba asegurado. Hace tres años murió otra trabajadora en la carretera, arrollada por un camión, y el pueblo volvió a pagar el traslado, cuenta Priego. “No todo es negro. En la vida siempre hay contradicciones”.

“Ahora hay más inspecciones”

En la alcaldía, Antonio Nogales (IU) explica que el Ayuntamiento se ha vuelto a ofrecer a pagar el traslado del cadáver, pero asegura que esta vez todo estaba en regla, según acaba de constatar de la familia, la empresa y la aseguradora. Uno de los fallecidos llevaba 25 años trabajando con la empresa, que los contrataba en origen. Era el capataz y el encargado de buscar el alojamiento de los temporeros, a los que este miércoles llevaba a Antequera para preparar el terreno antes de la recogida de los ajos. Hay que arrancar la hierba con las manos antes de meter la máquina.

Nogales cuenta que las condiciones de estos trabajadores han cambiado. “Antes iban a destajo: trabajar todas las horas que pudieran para ganar lo más posible. Ahora ya no les permiten estar a partir de la una. Hay más inspecciones. Ya existía la norma, pero no se aplicaba”.

El alcalde comparte el diagnóstico del sacerdote, y también de los vecinos consultados: la tensión en el pueblo duró el tiempo de aquella “calentura” y se evaporó. Este es un pueblo solidario, insiste. Y cuenta que ayer algún vecino se acercó al Ayuntamiento para ofrecer un nicho para los fallecidos. “Porque aquí, como en muchos pueblos, las familias son propietarias de los nichos”. Sin embargo, los familiares les darán sepultura en su tierra. Después, volarán de regreso a España para recoger los ajos de Antequera.

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