Cuando hablamos de Sevilla solemos pensar en su casco histórico y pocas veces en sus populosos barrios periféricos. Sin embargo, la prohibición de salir a la calle y el cese de toda actividad presencial ha dejado al desnudo cómo está dividida la ciudad. En ese centro de postal, calles estrechas y naranjos, los ciudadanos más vulnerables, sobre todo las personas mayores, requieren apoyo para que alguien les traiga la compra a casa, las medicinas o les llame por teléfono para hacerles más llevaderos los días en soledad. En las zonas sur y este de la ciudad sí pueden salir a comprar comida y medicinas, pero no tienen con qué. Son las economías domésticas a corto plazo, que necesitan salir a la calle para ganarse el sueldo de ese día, y que se han visto sin nada de un día para otro. Llevan así dos meses.
En algunos de estos barrios, a unos pocos kilómetros del centro, se viven historias muy duras, según constatan desde Ramuca, una red vecinal de apoyo mutuo que se ha activado en Sevilla desde el primer día del confinamiento. Según las últimas cifras ofrecidas por el Ayuntamiento de Sevilla, se han alcanzado ya las 35.500 familias atendidas al día para cubrir sus necesidades alimentarias y la atención a menores con distribución de comida en los colegios públicos en colaboración con la Junta de Andalucía alcanza la cifra de 2.869 escolares. El propio Consistorio afirma que antes de esta crisis, los servicios sociales municipales atendían al día a entre 10.000 y 12.000 familias. A pesar de este esfuerzo -la cifra se ha multiplicado por tres- muchas familias se siguen quedando fuera de radar de la administración local.
“Estarán esforzándose pero no es suficiente. No están llegando. Nosotros, que estamos en primera fila, y que no somos grupo caritativo ni una ONG, no damos abasto. La gente lleva esperando comida mucho tiempo”. Quien esto cuenta es Beatriz, una de las coordinadoras de Ramuca. Esta red vecinal nacida en la zona de la Macarena (tanto intramuros como extramuros), rápidamente se ha multiplicado en subgrupos, o Ramuquitas, (más de 24) y llega ya hasta el barrio de Los Pajaritos. La integran en su mayoría personas, sobre todo mujeres, con trayectoria previa en movimientos asociativos.
Salud mental, apoyo escolar, asesoramiento
Al principio se pensó en los recados para las personas mayores o vecinos que no pudieran encargarse de determinadas tareas. Pero rápidamente surgieron otros problemas y, también rápidamente otros colectivos se fueron sumando para intentar paliarlos. Destacan en este sentido las profesionales de la salud mental que vieron inmediatamente las consecuencias psicológicas del confinamiento. Desde la primera semana se organizaron para prestar atención gratuita a través del teléfono, y cada día de la semana una psicóloga atiende llamadas de quien lo necesite y hace seguimiento de las personas en una situación más desesperada. “Ha habido mucha angustia y mucha ansiedad, sobre todo en la gente mayor, aunque no sólo”, relata Beatriz.
A los pocos días del cierre de los colegios, alguien de la red se interesó por el apoyo escolar y rápidamente se formó un grupo al que se sumaron muchos voluntarios para ayudar a las familias en las tareas escolares a través de Internet. A Ramuca ha llegado también una gran demanda de asesoramiento en asuntos laborales por lo que se pusieron a trabajar con una asesoría de derechos sociales, a donde derivan a las personas que necesitan ayuda. Y lo mismo ocurre con las personas migrantes.
Atención telemática, un lastre en emergencia
Sin embargo, cuando se le pregunta cuál es la necesidad más difícil de cubrir, Beatriz no lo duda: la alimentaria. “Dependemos de las donaciones y hay familias que llevan esperando cestas de comida dos y tres semanas, incluso gente que no ha recibido ninguna. Hay gente que llama a servicios sociales, luego a Cruz Roja, y a Cáritas y se los van pasando de una a otra, como una pelota. Les piden papeles, estar empadronados, hacer los trámites por Internet”, crítica. “Nosotros estamos reuniéndonos desde el día después del confinamiento. Son ellos [el Ayuntamiento] los que tienen que hacer esta labor, ponerse las pilas, más fondos, más personal, y dejarse de atención telemática. Poner más teléfonos… Todo es telemático, todo, ¿Cómo puede ser?”, denuncia.
“La coordinadora de Los Pajaritos me cuenta historias muy duras, de gente que vive de las ventanitas”, dice Beatriz. Se refiere a las ventanas de los pisos bajos de estos bloques, desde donde se venden chucherías. “La gente que vive de limpiar casas, de vender chatarra. Hay muchas economías muy frágiles, y nos cuentan que allí apenas llega la ayuda del Ayuntamiento”, relata esta activista. Ramuca está llegando a través de las donaciones que reciben en cuentas bancarias y gracias a la colaboración altruista de varias decenas de taxistas, pertenecientes a la asociación Solidaridad del Taxi.
David es uno de ellos, casi cada día recoge las cestas de comida adquiridas por Ramuca en el supermercado La Única, en la calle Amargura, que hace las veces de nodo logístico. Hay otros centros, como la frutería Las Comadres, en León XIII. Una de las particularidades es que compran también productos frescos, como fruta, verdura o carne, a diferencia de otros servicios de asistencia en los que la comida que se dona es sobre todo no perecedera. David distribuye entre 20 y 30 cestas de comida a la semana. Este periódico tuvo la oportunidad de acompañarle en una jornada de reparto el pasado jueves. La primera parada, la calle Amargura, para cargar las cajas de comida y enseres de higiene de primera necesidad.
“Los barrios más solidarios no son los que más tienen”
Los trabajadores de este supermercado de barrio junto a las voluntarias de Ramuca tienen preparadas las cajas que corresponden a cada familia, con su dirección y teléfonos de contacto. David los carga en su vehículo, y comienza el reparto; esta vez siete domicilios, situados en Su Eminencia, Cerro del Águila, Padre Pío-Palmete, Los Pajaritos y Las Candelarias. “Los barrios más solidarios no son los barrios que más tienen”, dice tajante este taxista, que al igual que Beatriz, acumula años implicado en el voluntariado. Al preguntarle qué zona de Sevilla destaca por su solidaridad, de forma automática responde: “Macarena intramuros y extramuros”. “Y los barrios que más ayuda necesitan son Los Pajaritos, Las Tres Mil, Letanías, Rochelambert, Padre Pío, La Doctora, Su Eminencia, Candelarias, Tiro de Línea, Los 10 Mandamientos, Valdezorras…”, y sigue citando.
Las familias que reciben estas donaciones son españolas y también migrantes sin papeles o que se dedican sobre todo a la venta ambulante. Con el confinamiento, toda fuente de ingresos ha desaparecido. En el reparto de este jueves son frecuentes nombres como Ibra, Fatú, Omar, Arami, Mamediarrá o Rocío, la única sevillana en la lista de la jornada. Los demás son inmigrantes de Senegal que habitan pisos en estos barrios deprimidos sin que por ello se les borre la sonrisa y el agradecimiento del rostro cuando bajan a recoger sus cajas de comida. Estas son las familias que se quedan fuera del radar, como dice Beatriz, a donde el Ayuntamiento no llega.
Cuando se les pregunta a estos voluntarios cómo saldremos de esta crisis o si creen que perdurarán estas redes solidarias, si la sociedad cambiará en algo para mejor, son escépticos. “Siempre he estado en estas redes, siempre he pensado que eran muy necesarias y ahora se ha visto y espero que la gente lo haya comprobado, que son absolutamente indispensables. Que yo sola no soy nada, aislada; hay que aprender a reunirse y trabajar juntos”, cuenta Beatriz. “La mayoría de los que estamos ayudando ya lo hacíamos antes”, resume David, que se manifiesta esperanzado en un cambio social más justo y solidario, aunque desconfía del sistema en un momento como este.