Kate se levanta al amanecer, tiene que salir a correr por el Retiro con sus Nike Air y oxigenarse el pelo para conseguir ese tono albino que le exige su Operador turístico. Después se ducha y se viste con las prendas reglamentarias: calcetín blanco bajo sandalia anatómica, pantalón holgado y forro polar. La riñonera, el termo de agua y algunos otros absurdos complementos de montañismo como la mochila tampoco pueden faltar. El mapa arrugado en la mano: “Me resulta humillante salir así a la calle, pero estamos obligados por contrato”.
A las nueve se reúne con el resto de su grupo en la puerta del hotel después de desayunar un desayuno continental. “Al principio nos hacía gracia. Ahora no hay quien pruebe el pavo industrial y los suizos. Mis padres me mandan desde Bochum (ciudad alemana) müesli auténtico y pan negro”. La jornada que les espera es draconiana: pasar tres horas recorriendo Madrid en un autobús sin techo (llueve o truene) escuchando una grabación de la guía turística por los cascos, bajar en la Plaza de Toros de Ventas, hacer fotos, bajar en el Santiago Bernabeu, pagar la entrada del museo Real Madrid (20€ que tienen que pagar de su bolsillo), hacerse fotos en los vestuarios, bajar en el Prado, hacerse foto junto a la estatua de Velázquez, bajarse en Cibeles: hacerse fotos frente al Palacio de Correos. “Hay mucha competencia, todos los ”guiris“ queremos conservar nuestros trabajo, no tenemos otra opción que venir a España de vacaciones, aunque sea en estas condiciones, a veces amenazan a nuestras familias con saquear su chalé de Mallorca si no colaboramos. Es una violación de los Derechos Humanos”.
Lo peor viene cuando los sueltan en el barrio de Malasaña con sus bicis plegables y sus segways. “Nos obligan a bajar sonriendo por todo Fuencarral hasta la Puerta del Sol. Algunos no sabemos casi montar en bici. Sabemos que esa calle es peatonal y que nos odian. Nosotros no molamos, los skaters sí. Hay mucho clasismo. Me siento como cuando estaba en el instituto y se metían conmigo”. Dejamos a Kate bebiendo obligada su frappe del Starbucks (5€, el forfait no incluye dietas) y grabando (por enésima vez) el luminosos de Schweppes con su smartphone.
Kate es solo un testimonio más de lo que los expertos ya conocen como la barcelonización de Madrid. El proyecto “Madrid, la millor botiga del món, 2” es una iniciativa impulsada por el equipo popular de Ana Botella.
“Se trata de copiar lo que funciona. Nos da igual lo de las rivalidades históricas y los planes soberanistas que tenga cada cual: aquí se trata de trincar eficazmente y de uniformizar las ciudades”.
Son palabras de Sigfrido von Ordóñez, concejal de urbanismo del Ayuntamiento, máster en Gentrificación y Seguridad por la Universidad de Detroit.
“¿Entre la glorieta de Bilbao y la Puerta del Sol tú que ves? Nosotros vemos unas Ramblas potenciales. Fíjate bien: ¡es lo mismo! El plan consiste en, primero, peatonalizar a saco, luego, pones por todo Fuencarral y Montera unos puestos de pajaritos aquí, un bosque de las hadas allá, muchos puestos de periódicos, putas ya tenemos y dan color local, ¿estatuas humanas?: tropecientas, doce macdonald’s, una tienda Custo Madrid y otra de Desigual, un slalom de captadores de ONG,s, algún comercio de toda la vida un poco maqueado (que no se diga), las mafias de trata de guiris en los puntos calientes haciendo su trabajo, músicos callejeros con el factor X homologado, una capa muy tocha de yogur helado, alquiler eventual de espacios para marcas de coches, una comisaria (OBVIO), agentes locales castizos contratados (falsos carteristas, vendedoras de lotería, pocoyós de pantomima, barquilleros, pakis lateros vestidos de chulapo), alguna protesta animalista (si puede ser con tías en bolas) y al final, en vez de encontrarte a Colón te encuentras la tienda de Apple, que viene a ser, hoy por hoy, más o menos lo mismo”.
Dejamos a Sigfrido echando espuma por la boca en su despacho, buscamos un bar grasa, pedimos unos cafés con porras y butifarra, brindamos al sol…
Lo que ha unido el capital que no lo separe el nacionalismo.
Kate se levanta al amanecer, tiene que salir a correr por el Retiro con sus Nike Air y oxigenarse el pelo para conseguir ese tono albino que le exige su Operador turístico. Después se ducha y se viste con las prendas reglamentarias: calcetín blanco bajo sandalia anatómica, pantalón holgado y forro polar. La riñonera, el termo de agua y algunos otros absurdos complementos de montañismo como la mochila tampoco pueden faltar. El mapa arrugado en la mano: “Me resulta humillante salir así a la calle, pero estamos obligados por contrato”.
A las nueve se reúne con el resto de su grupo en la puerta del hotel después de desayunar un desayuno continental. “Al principio nos hacía gracia. Ahora no hay quien pruebe el pavo industrial y los suizos. Mis padres me mandan desde Bochum (ciudad alemana) müesli auténtico y pan negro”. La jornada que les espera es draconiana: pasar tres horas recorriendo Madrid en un autobús sin techo (llueve o truene) escuchando una grabación de la guía turística por los cascos, bajar en la Plaza de Toros de Ventas, hacer fotos, bajar en el Santiago Bernabeu, pagar la entrada del museo Real Madrid (20€ que tienen que pagar de su bolsillo), hacerse fotos en los vestuarios, bajar en el Prado, hacerse foto junto a la estatua de Velázquez, bajarse en Cibeles: hacerse fotos frente al Palacio de Correos. “Hay mucha competencia, todos los ”guiris“ queremos conservar nuestros trabajo, no tenemos otra opción que venir a España de vacaciones, aunque sea en estas condiciones, a veces amenazan a nuestras familias con saquear su chalé de Mallorca si no colaboramos. Es una violación de los Derechos Humanos”.