CRÓNICA

El 8M se consolida como la cita ineludible para decirle 'se acabó' al machismo

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Era el mediodía del viernes cuando un grupo de cien personas se concentraba frente al Ayuntamiento de Madrid. Las trabajadoras de la Red de Atención a Víctimas de la Violencia de Género del consistorio habían elegido el 8M para hacer una huelga: “La red está colapsada, tanto a nivel ambulatorio como residencial”, denunciaba una trabajadora. Por la tarde, en muchas de las manifestaciones que recorrían las ciudades podían verse banderas palestinas y gritos contra la masacre en Gaza: “No es una guerra, es un genocidio”. El 8M servía para hablar de lo cercano y de lo lejano, de lo que sucede cuando la igualdad es una consigna sin recursos detrás y de lo que pasa cuando las guerras arrasan y el derecho más básico desaparece. De que sigue habiendo muchas reivindicaciones como para llenar manifestaciones.

Decenas de miles de personas mostraron en las calles que el 8M es ya una fecha consolidada, incluso en tiempos en los que el feminismo vive agitado y en la sociedad parece haber un eco de “fuisteis demasiado lejos”. En varias ciudades -Toledo, València, Barcelona por primera vez, y Madrid, por ejemplo- hubo dos convocatorias que escenifican una división de posiciones o, quizá más bien, maneras muy distintas de entender el feminismo. Nunca fue el movimiento un espacio único ni unitario, más bien la diferencia siempre caracterizó al feminismo, pero en los últimos años, cuando la protesta se hizo masiva, el foco más grande, y la disputa política e institucional entró fuerte en la igualdad, la diversidad se convirtió en crispación.

Las manifestaciones fueron multitudinarias en Barcelona y Madrid. En la capital, la Comisión 8M convocó a una masa que recorría el centro de la ciudad, entre Atocha y Colón. Ahí, donde las derechas han lanzado en los últimos años sus soflamas, el feminismo llegaba para hablar de “cambiarlo todo”. Las proclamas por el derecho al aborto, la reorganización de los cuidados, la crítica de la precariedad de las empleadas del hogar, la brecha salarial, o la violencia sexual llegaron a la plaza donde ondea una bandera de España gigante. Si hay una marca país que se ha fraguado en los últimos años esa es, sin duda, la del feminismo.

“Mi mamá me ha traído para que vea lo que es luchar como una chica”, decía un cartel que sujetaba un niño de cinco años a hombros de su madre. Ella, Bea, de 36 años, ha ido cambiando el énfasis en sus reivindicaciones. Ahora, dice, le preocupa la maternidad, “lo difícil que lo tenemos”. Aída, de 86 años, marchaba orgullosa cogida del brazo de sus dos hijas y rodeada también de su nieta, de 18. “Esto es lo nuestro, yo voy a todas... a todas las de izquierdas, claro”, contaba Aída, para la que el 8M es una cita alegre después de pasar otros tiempos en los que hablar y manifestarse no era algo sencillo. “He corrido mucho delante de la policía y nos hemos llevado muchos palos. Es bonito venir todas las de la familia hoy”, recordaba. Sus hijas pedían igualdad en todo, “en la vida”.

A esa manifestación, la de la Comisión 8M, acudían el PSOE, Sumar y Podemos con sus pancartas y sus comitivas: la ministra Ana Redondo, en la primera; la vicepresidenta Yolanda Díaz en la segunda; la extitular de Igualdad Irene Montero en la tercera. También sindicatos y organizaciones de la sociedad civil, desde Greenpeace hasta los Yayoflautas o colectivos por la memoria.

Entre Cibeles y Plaza de España transcurría la otra manifestación, convocada por diferentes asociaciones feministas y mucho menos numerosa, y cuyo lema se centraba en la abolición de la prostitución. Aunque la ley trans no estaba este año en sus pancartas, sí aparecía en carteles y consignas. “Hembras humanas”, decía el cartón que levantaba una mujer. “Ser mujer no es un sentimiento”, era uno de los gritos que se escuchaban.

'Se acabó' pero el machismo sigue

Uno de los hitos entre el pasado 8M y este fue el 'Se acabó' que iniciaron las jugadoras de la selección femenina de fútbol el pasado agosto. Estaba en la cabecera de la marcha de la Comisión 8M en Madrid y en el espíritu de la reivindicación: por un lado, lo conseguido en los últimos años; por otro, la declaración de intenciones ante lo que queda.

Porque el mismo viernes sobraban los ejemplos. “Hay mujeres que con el aborto pierden su derecho a la vida, las niñas que están en el seno materno”, decía el portavoz de la Conferencia Episcopal, César García Magán.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, compraba el relato ultra para atacar al feminismo. Ayuso recitaba los datos de suicidios de hombres o de afectados por accidentes de trabajo para preguntarse “cuándo es el Día del Hombre para hablar de todo esto”. También el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, aprovechaba la efeméride para asegurar que el Gobierno ha “malversado” la idea de feminismo y de utilizarla como “argamasa del muro” que, proseguía, ha levantado contra parte de la sociedad. En València, Vox se jactaba de haber conseguido impedir, por primera vez, la declaración institucional del ayuntamiento por el 8M.

Ese 44% de hombres que creen que las políticas de igualdad han llegado demasiado lejos se correspondían mayoritariamente, según la encuesta del CIS, con votantes del PP y Vox. Echar un vistazo a las manifestaciones era ver con claridad la otra cara de la cifra, ese 56%. Hombres de todas las edades acudían a las convocatorias, algunos con otros hombres, otros al lado de compañeras.

Hay convocatorias reactivas, manifestaciones, concentraciones que se convocan como reacción a una decisión, recortes, políticas. El 8M es ya algo más que una reacción ante una injusticia estructural y empieza a parecerse a un ritual social en el que el feminismo es movimiento y herramienta. Como decía una de las miles de manifestantes a través de un megáfono: “Estamos cambiando el mundo y pensamos seguir haciéndolo”.