El papa Francisco cumple cinco años de reformas incompletas y de enemigos en la curia
El 13 de marzo de 2013, a las 20.02 horas, un nuevo Papa aparecía en el balcón central de la basílica de San Pedro. Se trataba de Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice jesuita, el primer Papa sudamericano. Un Papa, como él mismo dijo “venido del fin del mundo”, que quiso llamarse Francisco en honor del santo de Asís y su vocación de “reparar la Iglesia”.
Cinco años después, la Iglesia sigue amenazando ruina (menos fieles, escándalos financieros y de pederastia) y muchas de las reformas de Bergoglio se muestran incompletas y algunas boicoteadas por una curia (los mandos que gobiernan la administración del Vaticano) que demuestra, una vez más, que Francisco, amado fuera de la institución, tiene enemigos dentro. Para los suyos, Francisco es el hombre llamado a colocar a la Iglesia católica en el siglo XXI. Para los contrarios, resulta poco menos que un hereje peligroso con el que hay que acabar a toda costa.
Francisco fue elegido después de la dimisión de Benedicto XVI, un Papa al que los sectores más tradicionalistas han intentado contraponer como parte de la oposición a Bergoglio. Francisco desde el primer momento se presentó como un Papa “sin atributos”, dispuesto a escuchar y a hablar de una “Iglesia pobre y para los pobres”.
En lo doctrinal, este Papa ha supuesto una revolución porque ha puesto énfasis en la misericordia y en la acogida, en lugar de los temas que en las últimas décadas habían copado la doctrina: el aborto, la eutanasia, las relaciones sexuales y la homosexualidad. Francisco ha abierto otros campos jamás tocados por un Papa, como la apertura de la Iglesia a los gays o a los divorciados vueltos a casar. O su preocupación por el medio ambiente: Bergoglio ha sido el primer pontífice en escribir una encíclica verde, y en reabrir el debate sobre el diaconado femenino o los 'viri probati' (hombres casados que podrían ejercer como sacerdotes).
En estos cinco años, Francisco se ha postulado como uno de los grandes mediadores de la escena internacional. Su papel fue fundamental para abrir las fronteras entre Cuba y Estados Unidos, para volver a unir en torno a una mesa a los líderes de Israel y Palestina, para la firma de los acuerdos de paz en Colombia, o para la paz entre las dos Coreas.
Como pontífice (que significa tendedor de puentes), este Papa ha sido el primer líder mundial en clamar contra la “vergüenza” del drama de los refugiados que morían en “ese inmenso cementerio en que se ha convertido el Mediterráneo”, ha exigido a las comunidades católicas de todo el mundo que acojan a familias de refugiados (él mismo se trajo a doce familias de su viaje a Lesbos), y ha defendido a las minorías rohingyá, las víctimas del genocidio armenio o las cruces del muro que Donald Trump quiere construir en la frontera con México.
En el ámbito ecuménico, Francisco logró encontrarse, por primera vez en mil años, con el patriarca de Constantinopla, y reivindicó la figura de Lutero en el V Centenario de la Reforma. Durante este pontificado, además, las relaciones con el Islam moderado han mejorado indudablemente, a diferencia de lo sucedido durante el papado de Benedicto XVI y sus polémicas palabras en Ratisbona.
Si este Papa es reconocido y amado en el exterior, los enemigos más acérrimos se encuentran entre los mismos muros del Vaticano. Se trata de la 'Cábala', un grupúsculo curial que, según distintas fuentes, se están reorganizando después de estos primeros años para acabar con el pontificado de Francisco. Se trata de cardenales como Gerhard Müller o Raymond Burke, a quienes Bergoglio ya ha sacado fuera de su círculo de colaboradores; y de otros más cercanos, como el cardenal Robert Sarah, actual prefecto de Liturgia.
No son muchos, pero sí están muy bien organizados, y copan puestos en prácticamente todos los estamentos curiales. Y es que la reforma del Papa está comenzando, precisamente, por la curia. De ahí han surgido los informes desfavorables al pontífice, desde los primeros que aseguraban su mala salud o su supuesta participación durante la dictadura de Videla, inmediatamente desmentidos. Y, también, los que ayudaron a filtrar determinadas informaciones sobre desfalcos (como Vatileaks) o, incluso, lobbies gay en el interior de la Santa Sede.
Las sombras del Papado
Las críticas han arreciado con algunos errores de bulto cometidos por el Papa. El más grave ha sido la cerrada defensa que Francisco hizo del obispo de Osorno, Juan Barros, acusado de encubrir abusos sexuales en Chile. En el primer discurso público del Papa en el Palacio de la Moneda Francisco subrayó: “No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza ante el dolor causado a niños por parte de ministros de la Iglesia.” Entre esos ministros se encontraban Fernando Karadima, el sacerdote formador de obispos acusado y condenado por decenas de abusos. También Juan Barros, a quien el propio Francisco nombró obispo pese a que las víctimas lo acusan directamente de encubrimiento.
Tras el polémico viaje a Chile y después de escuchar a las víctimas, el Papa dio marcha atrás y ordenó una investigación para aclarar la responsabilidad del prelado.
El proceso de reforma de la curia y la lucha contra los abusos sexuales del clero son dos de los grandes interrogantes que dejan estos cinco años. Después de un lustro, y aunque se han dado pasos para la participación de laicos y mujeres, para la desclericalización de la curia y una mayor transparencia económica, lo cierto es que los cambios todavía no se han materializado.
De hecho, los escándalos económicos en torno al IOR (Banco Vaticano), o el polémico ático de Bertone (el ex secretario de Estado vaticano aseguró la semana pasada que la reforma de su casa contaba con las bendiciones de Bergoglio), están siendo una constante en la Roma de Francisco.
En cuanto a los abusos sexuales, la anunciada política de 'tolerancia cero' choca con la falta de medios para investigar y juzgar todos los casos que llegan hasta la Santa Sede. Es cierto que Francisco se reúne cada viernes con víctimas de la pederastia clerical, pero también que, en demasiadas ocasiones, los abusados se encuentran con mucha incomprensión y con condenas que, en ningún caso, les deja satisfechos.
Por ejemplo, la irlandesa Marie Collins, que era la única superviviente de abusos clericales que se mantenía en la Comisión Antipederastia vaticana, dimitió ante la “falta de cooperación” por parte de un grupo de la curia romana. La propia Iglesia contabiliza 600 casos de pederastia denunciados al año. Los medios para investigarlos son pocos.
Serán, con todo, los próximos meses los que determinen si el pontificado de Francisco se convierte en un Papado histórico o, por el contrario, queda en una gran desilusión. El nombramiento de nuevos cardenales, que darán al sector “bergogliano” mayoría en un futuro cónclave, podría marcar definitivamente un camino sin marcha atrás, toda vez que Francisco aseguraría que, incluso tras su muerte, su sucesor continuaría con las reformas.