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“El acoso escolar ahora se ve más y es más grave”

¿Hay más acoso escolar hoy que hace un año? ¿Tenemos más motivos para la alerta? Se acaba de presentar el primer estudio sobre acoso escolar, cuyas conclusiones pueden conducir fácilmente a la alarma. Las peticiones de auxilio de los menores, medidas a través de las llamadas al teléfono gratuito de la Fundación ANAR, han aumentado un 75% en 2015. Benjamín Ballesteros, psicólogo y director de programas de la organización, pide tomar los datos con todas las cautelas aunque advierte de que el acoso ahora “se ve más y también es más grave”.

Uno de esos casos visibles fue el de Diego, un niño de 11 años al que el acoso le llevó a terminar con su vida en octubre. Su historia apareció en el diario El Mundo el 20 de enero. En los 50 días siguientes, el teléfono de ANAR recibió cuatro veces más llamadas de padres y madres que en las fechas anteriores a la noticia. Las de los menores también se duplicaron.

¿Hay más acoso o se ve más?

Hay más, se ve más y es más grave.

¿A qué se debe?

Las nuevas tecnologías tienen mucho que ver en esto. Inciden de una forma exagerada sobre el fenómeno. Un niño de 11 años que sufre acoso está en la intimidad de su hogar, en su habitación, en su cama... y sigue siendo acosado. Antes salía del colegio y al menos descansaba, era un respiro. Ahora le sigue allá donde vaya, incluso si se cambia de centro escolar. Con los teléfonos móviles con acceso a internet estamos permitiendo que los niños y niñas tengan a su disposición información incontrolada, sin filtro. Es muy importante formar bien a los hijos e hijas, adelantarnos a la información que van a encontrar y generar el criterio adecuado para que ellos sepan colocarla correctamente en su cerebro.

¿Qué efecto tiene que los casos de acoso aparezcan en los medios?

La aparición de una noticia de estas características, si está bien tratada, provoca que muchas personas que sienten que están sufriendo el problema se atrevan a preguntar por él. Esto nos está permitiendo sacar a la luz muchos casos y detectarlos. También hay muchas familias que al leer estas noticias se dan cuenta de que los niños les están dando señales, aunque no se lo cuenten abiertamente.

¿Y qué les diría a esas familias? ¿Cómo recomienda reaccionar si hay sospechas de que su hijo está siendo acosado?

Primero me gustaría aclarar que el 31% de los menores que nos llamaron no habían contado a sus padres el problema. Lo más importante es que las familias estén atentas a las señales. Por ejemplo, la pérdida de materiales de forma reiterada, es decir, que el niño venga con la cartera rota o que le falte la agenda con cierta frecuencia. El aislamiento social es otro síntoma que puede acompañarse con ira, con tristeza o con irritabilidad. Si baja mucho el rendimiento escolar también hay que estar pendiente. Y si directamente no quiere ir al centro escolar, debemos preguntarnos qué está pasando. Si se suman todas estas señales, verde y en botella.

¿Cuáles son los pasos más adecuados una vez que los padres y madres conocen el problema?

Es muy importante no sobrerreaccionar. Nos hemos dado cuenta de que ese exceso de reacción hace rehuir a los niños de contar el problema a su familia. Piensan que van a denunciar, que les cambiarán de colegio... Lo fundamental es actuar con serenidad y tranquilidad. Primero preguntar en el centro escolar porque a veces los docentes están ajenos. Hablar con el tutor, trasladarle la información. Actuar siempre en cohesión y no ir a la pelea.

¿Los docentes están preparados para detectarlo?

No del todo. Todavía no somos lo suficientemente sensibles a las señales y por eso es fundamental que los maestros dispongan de las herramientas necesarias. De hecho, muchos centros escolares nos llaman y nos consultan.

¿Cómo valora las medidas del Gobierno para frenar el acoso?

Todas estas medidas (entre ellas, un teléfono gratuito, una guía de padres, formación de profesores y equipos directivos, materiales informativos...) son positivas y es importantísimo que se lleven a cabo. La información tiene que conocerse, sin alarmismo, y siempre para prevenir. En las aulas hay que trabajar dinámicas con los niños y niñas, darles herramientas para la resolución pacífica de conflictos y hacerles conscientes del daño que causa el acoso. En la fundación hemos editado una guía con información sobre qué hacer ante un caso de este tipo que puede descargarse en la web.

¿El éxito de esas medidas contra el acoso depende solo de la capacidad de la víctima para denunciar?

Precisamente estamos trabajando intensivamente en esto y hemos querido poner en énfasis en el resto de la población escolar. El acoso termina con la implicación de todos. Queremos que se desmitifique la idea de que el niño que ve cómo acosan a otro y lo cuenta a un profesor es un chivato. Todos podemos ser víctimas en un momento determinado por ser diferentes simplemente. Y no hay dos personas iguales.

¿Existe un perfil del menor que sufre acoso en el colegio?

No. Hemos visto que el motivo más importante es ser diferente, sobre todo a nivel físico. Alto, bajo, gordo, delgado, tener las orejas de soplillo, grandes, pequeñas, llevar gafas... Si tienes discapacidad también; si no vas a la moda, también; si eres el más inteligente de la clase, también. Esa humillación provoca un retraimiento social en los menores que no son populares y tienen pocas habilidades sociales.

El estudio dice que los 12 años es la edad más habitual.

Bueno, es más bien la edad a la que el acoso eclosiona. Es la media de edad que hemos extraido de los casos atendidos y donde vemos el repunte más alto, tanto en chicos como en chicas. El acoso, eso sí, se empieza a gestar mucho antes. A los ocho años empieza a haber casos que afectan sobre todo a los niños. Más adelante, se observa un cambio y a partir de los 13 las víctimas son mayoritariamente niñas. A los 16 ya hay una caída grande en el número de casos y a los 17 el problema es ya muy infrecuente.

¿Cómo recomienda tratar a los menores acosadores, la otra cara de la moneda?

Incidimos mucho en diferenciar el hecho de la persona. El acosador lleva a cabo acciones cuyas consecuencias pueden ser monstruosas porque pueden provocar, en el extremo, la muerte de otra persona. Pero ellos no son monstruos, son niños, son adolescentes que también pueden tener problemas. Ellos también pueden llamarnos y pedirnos ayuda. En ocasiones no son conscientes de que sus actitudes están haciendo tantísimo daño. También son parte culpable los que se ríen, los que jalean e incluso los que asisten en silencio a lo que está pasando.