Eran las 3 de la mañana y la playa de Gandia estaba desierta. Miguel Tabuenca y Santi Rivero acababan de salir de un pub y caminaban por una recta directos al hotel donde se alojaban. “De repente se paró un coche a nuestro lado, y de una de las puertas traseras salió un hombre que comenzó a gritar 'Maricones de mierda, dadme todo lo que tengáis u os pincho con la navaja'”.
Rivero recuerda la sucesión de acontecimientos con la marca que el pánico deja en la memoria. “Empecé a correr, estuve como 2 o 3 minutos sin parar, hasta que no pude más. Ya casi estábamos en el hotel. Entonces, miré hacia atrás y vi que ya no estaba el coche, que no nos habían seguido”, relata. Su compañero, dice, se quedó anclado al sitio, inmóvil. Solo un grito de Rivero le sacó de la burbuja provocada por lo inesperado de la amenaza.
Ambos participaban en los 26 Encuentros Estatales de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales que se celebraron el fin de semana pasado en Gandía (Valencia). Tabuenca como coordinador de Aleas EUPV y Rivero como tesorero de COGAM (Colectivo de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales de Madrid). O, lo que es lo mismo, como dos activistas acostumbrados a tender puentes a las personas discriminadas por cuestión de orientación sexual y convertidos, esta vez, en víctimas de una agresión homofóbica.
En España, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado registraron en 2013 452 denuncias por incidentes de este tipo, según recoge el 'Informe sobre la evolución de los delitos de odio en España', publicado por primera vez en abril de este año siguiendo las recomendaciones del Consejo de Justicia y Asuntos de Interior de la UE. Una cifra que, de acuerdo con los expertos, “no refleja del todo la dimensión real del problema”.
Jenifer Rebollo, coordinadora del proyecto 'Redes contra el odio', de la FELGTB, señala que estos datos “recogen una parte muy pequeña de todos los episodios porque aún bastantes comisarías no disponen de un protocolo de recogida de datos”. Si a este déficit se suma que una buena parte de las víctimas no se atreven a denunciar, el resultado es que los datos disponibles ofrecen una infrarepresentación de la cifra real de incidentes.
Unos días después del episodio en Gandia, la violencia homofóbica volvió a escenificarse en forma de amenazas e insultos. Esta vez fue en el metro de Madrid y ante el silencio sepulcral del vagón. En un vídeo puede verse cómo un hombre se dirigía así a dos chicos sentados en los asientos de enfrente: “Vosotros sois unos mierdas como un piano. Si os hubiera tocado en la Infantería de Marina y en la Legión os habrías cagado con todo el equipo, os habíais hecho hombres de puta raza [...] No sabéis nada, sois unos mierdas, os doy una hostia así...”.
Ante los últimos acontecimientos, COGAM ha convocado este sábado a las 20.00 horas una concentración en la Plaza de Callao (Madrid) en señal de repulsa por estos actos.
Más homofobia que xenofobia
Dentro de los llamados delitos de odio –no tipificados como tal sino considerados como agravante cuando el acto delictivo está motivado por xenofobia, discriminación por orientación sexual, discapacidad, creencias religiosas o aporofobia–, las agresiones verbales, físicas, sexuales o las amenazas a personas por su orientación o identidad sexual son los incidentes más recurrentes (38,5%), por encima de los episodios xenófobos (32,5%).
La cuestión reviste tal gravedad que en 2010 la Comisión Europea pidió a la Agencia Europea de Derechos Fundamentales que recabara datos sobre discriminación y delitos motivados por prejuicios contra gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. El resultado fue un informe presentado en 2013 y basado en una macroecuesta a 93.079 personas de toda la Unión Europea y Croacia que revela, por ejemplo, que el 49% de las mujeres homosexuales encuestadas en España dijo haber sufrido al menos una agresión o una amenaza. Un número que escala hasta el 53% en el caso de los hombres y se queda en un 33% si hablamos de transexuales.
España puede apuntarse entre sus avances sociales de los últimos años el matrimonio homosexual, un cambio legal que, sin embargo, no borra de un plumazo el estigma, el dedo que señala en la calle, en el autobús o en el instituto. Un 38% de los gays reconoce que ha evitado alguna vez darse la mano en público con su pareja por miedo al insulto, a la amenaza o al acoso, y un 44% de las lesbianas admite que, por ese mismo temor, ha esquivado frecuentar ciertos lugares o ambientes.
De acuerdo con datos de la macroencuesta europea, el miedo y la desconfianza continúan siendo también agentes paralizantes para denunciar los incidentes por homofobia. Solo un 17% de los gays agredidos o amenazados en España pusieron en conocimiento de la policía o de un juzgado lo ocurrido. En el caso de las lesbianas, el porcentaje se reduce al 12%. Ambas cifras se sitúan por debajo de la media de personas LGTB que denuncian este tipo de episodios en Europa: un 20% y un 17%, respectivamente.
Entre los principales motivos para eludir la visita a la comisaría o al juzgado figuran, según el informe de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, el temor a la repulsa policial (19%), el miedo a represalias del agresor (16%), la vergüenza o el bochorno (15%), las dudas sobre la utilidad de denunciarlo (19%) o bien sobre la acción que tomaría la policía (32%). Aunque la más común es que o “no le pareció tan grave” o “no se le pasó por la cabeza” (48%).
Un informe elaborado en 2013 por la propia FELGTB confirma lo difícil que resulta para las personas LGTB comunicar agresiones o amenazas homófobas. Según sus conclusiones, basadas en testimonios recogidos, solo el 32% de las víctimas denuncian y el 43% de ellas afirman que conocían a su agresor, lo que implica que en casi la mitad de los casos el episodio no es casual, sino planificado. Es el patrón que dibuja la federación, marcado en el 80% de los incidentes por insultos y en un tercio por palizas.