“Ahora sí le doy las gracias a Martín Villa”: la carta de apoyo del exsecretario de CCOO Antonio Gutiérrez

El exministro Rodolfo Martín Villa ha presentado varias cartas de apoyo a su persona para su declaración ante la jueza de la querella argentina María Servini. Entre ellas, la del ex secretario general de CCOO Antonio Gutiérrez, que titula su escrito “Ahora sí le doy las gracias a Martín Villa”. En él lo exime de responsabilidad en los asesinatos investigados y afirma que imputarle tales delitos “no es sólo una sarcástica e insostenible tergiversación de su trayectoria, sino de todo el proceso de Transición a la democracia”.

A continuación reproducimos el contenido completo de la carta, a la que ha tenido acceso eldiario.es.

A la atención de la 

Excma. Sra. Dª María Romilda Servini de Cubría

Magistrado-Juez 

Juzgado Nacional Criminal y Correccional Federal nº1

Buenos Aires, Argentina

AHORA SÍ LE DOY LAS GRACIAS A MARTIN-VILLA

A finales de febrero de 1976 fui detenido a las puertas de la factoría que Michelin tiene en Lasarte, pegando a San Sebastián. Era trabajador de la multinacional en la fábrica de Valladolid y la dirección acababa de decretar el cierre patronal por la huelga que diez antes habíamos iniciado reclamando el cumplimiento de la Ordenanza Laboral de las industrias químicas que fijaba la jornada semanal en 45 horas, mientras la empresa nos imponía 48 en turnos rotatorios que cambiábamos cada quincena; de tal forma que en los cambios de turno el descanso apenas duraba un domingo escaso y agriado (se plegaba a las seis de la mañana del domingo y había que volver al tajo a las seis del lunes).

Aunque la huelga se había desencadenado por mi despido y se limitaba a las instalaciones vallisoletanas, el motivo interesaba a todos los trabajadores del grupo Michelin por lo que decidimos buscar su solidaridad y su implicación en la lucha. Para ello fletamos varios coches con piquetes con los que fuimos informando en asambleas, improvisadas e ilegales entonces, a los compañeros de Aranda de Duero (la más reciente); de Vitoria (la más grande) y de Lasarte (por aquellos años la cabecera del grupo para toda España). Mientras esperaba la salida de los trabajadores del turno de tarde apareció un utilitario camuflado de la Guardia Civil con varios números a las órdenes de un sargento primero quien, poniéndome el “naranjero” (subfusil) en el pecho me aclaró, contundentemente, que estaba detenido. Del retén de Lasarte fui conducido a la Comandancia 511 de S. Sebastián (Intxaurrondo). Su Comandante era Antonio Tejero quien, tras arrojar sobre la mesa unos folios que, al parecer, contenían mi ficha policial, me dio la bienvenida con las siguientes palabras: “… dale gracias a esos ministrillos reformistas que son unos rojos y unos liberales; porque con este expediente no salías vivo de aquí, hijo…” 

Permanecí detenido varios días sin pasar a disposición judicial recibiendo metafóricas “chuletas de Mombuey” (en aquél momento desconocía la existencia de tan bonito pueblo en la inmediaciones de Sanabria y más aún que tuvieran tan excelente carne). 

Los empleados de las demás dependencias de Michelin aún tardaron alguna semana en incorporarse a la huelga, que duró en total 105 días. En todo aquél período no fue posible negociación alguna, ni siquiera con el intento de mediación que sugirió el ministro de Relaciones Sindicales, Rodolfo Martín-Villa. El entonces jefe de recursos humanos del grupo, formado para la delicada función de gestionar el “capital humano” en la guerra de Argelia como miembro de la OAS, nos espetó que: “él no había negociado con el FLN argelino que tenía metralletas y menos lo iba a hacer con trabajadores, que encima eran españolesss”. 

Precisamente mantuvimos una reunión de coordinación de las Comisiones Obreras de Michelín en Vitoria en el entorno del 3 de marzo, en la que analizamos la generalización de conflictos en toda la provincia, que en principio se incardinaban con la ola de huelgas que se estaban desarrollando durante todo el primer trimestre de aquél año “76” promovidas en la mayoría de los casos por Comisiones Obreras, pero que allí adquirían una tensión creciente con la que se estrechaban los cauces para la negociación; anegados ante todo por unas patronales cerradas en banda que se retroalimentaban con la exacerbación de los conflictos a cargo de unas denominadas Comisiones Anticapitalistas. Y al final estalló la tragedia.

Los disparos de la policía contra los manifestantes que salían de una asamblea en una iglesia y los cinco muertos que ocasionaron sus balas no tuvieron ni tienen justificación alguna. Pero la justicia y reparación que merecen las víctimas en este y en cualquier otro caso, nunca se logra señalando a un falso culpable. Paradójicamente, la figura de los chivos expiatorios ha servido para todo lo contrario: desnaturalizar la justicia y procurarle impunidad a los verdaderos culpables. 

Como está sobradamente acreditado Rodolfo Martin-Villa no sólo no dio orden de disparar sino que, junto con otros miembros de aquél gobierno como Adolfo Suárez o Alfonso Osorio, participó de las decisiones que cortaron la espiral de violencia que se vivía en Vitoria en la tarde de aquél 3 de marzo de 1976, nada más enterarse de lo que había sucedido al filo del mediodía.  

Contra lo que se aduce en la querella presentada contra Rodolfo Martín-Villa, atribuyéndole la responsabilidad directa de la actuación policial en los sucesos de Vitoria, me permito sugerir que gracias a que en ausencia de un ministro titular tan temperamental que exclamaba “¡la calle es mía!”, tuvimos activo, entre otros, a Rodolfo Martín-Villa volcado justo en lo contrario, en compartir el espacio público, físico e institucional, para que de una vez pudiéramos convivir en paz, se puso fin a la tragedia de Vitoria. Él no mandó disparar, sino templar; y lo consiguió.

La Transición española no fue un edulcorado proceso exento de violencia y repleto de diálogo y buenas maneras. De la primera hubo más de la cuenta y el segundo llegó tarde y fragmentado. Tampoco es un modelo a seguir miméticamente, como a veces se ha pretendido por algunos tratando de exportarlo a otros países que habían padecido dictaduras, particularmente en América Latina. Pero sí es ejemplar que por primera vez en la historia de España el empeño modernizador de una parte de su sociedad no terminase abortado a palos por la parte más reaccionaria, la que generalmente ha detentado más poder. Por una vez el “duelo a garrotazos” con el que de forma genial Goya había plasmado los reiterados fracasos históricos de nuestro país, se quedó colgado en las paredes del museo de El Prado.  

Entre sus artífices no había que darse las gracias pues ninguno otorgó al otro la libertad. Fueron de muy distinta matriz política, de enfrentadas ideologías; participaron de forma diversa y desde períodos diferentes. Aunque todos los mimbres fueron imprescindibles para tejer el cesto de la democracia española en el que cupiésemos todos. Incluso quienes doctrinariamente abjuraban de la democracia.

Pero lamentablemente no se limitaron al negacionismo doctrinario sino que trataron de abortarla matando. Unos, los nostálgicos del franquismo porque calibraron que el simple hecho de reinstaurar la democracia dialogando era una enmienda a la totalidad de la atroz guerra civil a la que recurrieron para usurpar el poder y a sus cuarenta años de dictadura que lejos de ser de paz y de progreso quedaban en evidencia como la etapa de mayor oprobio, injusticia y mediocridad de la historia. Otros, los terroristas de ETA porque carentes de la más mínima justificación para matar durante el franquismo, quedaban definitivamente desarbolados en una España democrática que se estrenaba amnistiándoles y cuya unidad ya no se iba a imponer como un acto de fuerza desde el centro sino que se configuraba como la consecuencia de un pacto constitucional por el que simultáneamente se reconocía el derecho de sus pueblos al autogobierno; como finalmente consagró el título octavo de la Constitución española de 1.978.

En aquel contexto los que más sufrieron la violencia fuimos de un lado el movimiento obrero organizado, objeto de los asesinatos perpetrados por los grupos fascistas, siendo el más conocido el de los abogados laboralistas de CC OO del despacho de la calle Atocha de Madrid; aunque muy pronto también fuimos blanco de los ataques de ETA, pues ya en 1977 fue asaltada e incendiada la sede de nuestro sindicato en Bilbao. En otro lado del espectro político comprometido con la transición a la democracia fueron quienes provenían del régimen los que tuvieron que soportar mayores ataques de ambos lados. Entre ellos, Rodolfo Martín-Villa fue tal vez de los que más amenazas e invectivas recibieron, tanto de los ultraderechistas como de los terroristas; y a unos y a otros respondió redoblando su compromiso con el proceso dialogado hacia la democracia. En consecuencia, imputarle a él delitos de asesinato e incluso de genocidio no es sólo una sarcástica e insostenible tergiversación de su trayectoria, sino de todo el proceso de Transición a la democracia. Así no se honra, sino que se deshonra la memoria de la lucha por las libertades y por la democracia en España. 

Las leyes sobre la memoria son útiles para amparar investigaciones históricas y otras actuaciones que contribuyan a esclarecer hechos y aún procurar reparaciones a las víctimas de nuestro pasado. Pero la memoria de un país, no se legisla sino que se atesora enseñando su historia con objetividad y en algunos países como el nuestro aún es necesario el coraje para enseñarla sin mutilaciones. Esa enseñanza germina educando en valores cívicos a una generación tras otra. 

Paradójicamente, una forma de arruinar la memoria democrática es sustentar querellas como la que culpa de delitos tan atroces como falsos a Rodolfo Martín-Villa asociados al proceso de Transición a la democracia. Convertir aquél logro colectivo en una frustración histórica sólo beneficiaría a quienes alientan el resentimiento; que antes y ahora es el abono de la intolerancia y a la postre de la violencia.   

Nunca le di las gracias a ninguno de los ministros de aquél gobierno del 76, como me dijo, con rabia, aquél guardia civil devenido en golpista, a quien por cierto destituyó poco tiempo después el propio Martín-Villa para que dejara de hacer fechorías en Intxaurrondo. Bastó con el respeto mutuo desde las notables y nunca ocultadas diferencias políticas que tenemos. Pero ahora sí quiero agradecerle que siendo ministro evitase la violencia siempre que pudo y viniese de dónde viniese. Un agradecimiento cargado de respeto porque si en este país nos perdemos el respeto volveremos a perderlo todo.

Madrid, Julio, 2.020

Fdo.-

Antonio Gutiérrez Vegara

Dni.-74151926

Militante de CC.OO. desde 1.967; 

Secretario general de CC.OO. 1.987-2000

Diputado independiente en las candidaturas del PSOE 2.004-2011