La Alianza de Intelectuales Antifascistas: cuando alfabetizar a los soldados significaba ganar otra guerra

“Contra este monstruoso estallido del fascismo, que tan espantosa evidencia ha logrado ahora en España, nosotros, escritores, artistas, investigadores científicos, hombres de actividad intelectual, en suma, agrupados para defender la cultura en todos sus valores nacionales y universales de tradición y creación constante, declaramos nuestra unión total, nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular, defendiendo los valores de la inteligencia al defender nuestra libertad y dignidad humana”.

Era el 30 de julio de 1936 y la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura en España comenzaba su periodo de máxima actividad. Conscientes del retroceso que supondría para el conocimiento y la inteligencia humana la victoria de los sublevados, hasta 61 intelectuales firmaron el manifiesto citado. Entre ellos, María Zambrano, Luis Buñuel, Rosa Chacel, Ramón Gómez de la Serna, Manuel Altolaguirre, José Bergamín, Miguel Hernández, Rafael Alberti y María Teresa León.

Una investigación ahonda en el perfil del intelectual antifascista durante la Guerra Civil española y la ideología que, mayoritariamente, defendieron todos ellos. Unos desenfundando su pluma, otros tantos también el fusil, todos ellos intentaron culturizar a los soldados republicanos que luchaban en defensa del Gobierno legítimo. El objetivo estaba claro: alfabetizarles, con ciertas dosis de propagandismo, para que fueran conscientes de la importancia a nivel mundial de la guerra que libraban.

Claudia Gago Martín es doctora en Ciencia Política y autora de España anudada a la garganta. La Alianza de Intelectuales Antifascistas en la Guerra Civil española (Tecnos, 2024) y ubica la creación de la Alianza como una sección nacida a partir del primer Congreso de Escritores Antifascistas, celebrado en París en 1935. “La Guerra estalló tan pronto que los españoles fueron los primeros en ejercitar de forma práctica esa defensa de la cultura”, comenta.

La investigadora toma como referencia ese primer manifiesto de julio del 36 para compararlo con el segundo, publicado el 9 de diciembre de 1937 en El mono Azul, el órgano de expresión de la Alianza. En esta segunda ocasión, los intelectuales firmantes descendieron a 24. “En todo momento su intención fue realizar una propaganda ideológica además de una importante labor pedagógica. Ellos hablan de que el soldado republicano debe ser un soldado consciente y debe entender la dimensión de la Guerra que libraba”, reitera la experta.

Entre los grandes hitos de la Alianza se encuentra el haber organizado en julio de 1937 el segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Valencia, inaugurado por el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín. Ese fue el cónclave que legó para la posteridad las únicas imágenes que existen de Miguel Hernández en movimiento. El poeta de Orihuela, que se había sumado al colectivo con la firma de su segundo manifiesto, fue muy crítico con la propia Alianza: “Él pensaba que había que ir más allá, que muchos de sus compañeros solo participaban en la esfera intelectual y no activamente como milicianos”, cuenta Gago.

La unión de dos generaciones

El contexto bélico y el paraguas del antifascismo en el que se movió la Alianza permitió integrar inicialmente a individuos procedentes de tradiciones políticas heterogéneas, dilucida la experta. “Al final se impone la cosmovisión que traía la Generación del 27, quienes también militan en organizaciones de masas como el Partido Comunista o la Agrupación para el Servicio de la República”, afirma la autora de la monografía.

En este sentido, Gago traza dos generaciones dentro de la Alianza. Por un lado, esa unidad de los más jóvenes, aquellos que al estallar la Guerra ya han comenzado a socializar en la nueva política que se desarrollaba en España. Es el caso de Ramón J. Sender, Luis Buñuel y Luis Cernuda. Por otro lado, aquellos intelectuales de tradición democrática y republicana, pero algo más mayores, que no han participado en la política de masas, como fueron Blas Zambrano y Adolfo Salazar.

Entre los 61 firmantes del primer manifiesto aparecen seis mujeres. Un año después, tan solo dos de ellas, que repiten, María Teresa León y Rosario del Olmo, aparecen junto a sus 22 compañeros. “Llama la atención que algunas de estas mujeres también guardaban algún tipo de vínculo personal con los varones”

Uno de los aspectos que unía a todos ellos fue el haber ensanchado el concepto de intelectual. Mientras en las generaciones previas estaba algo más ligado a lo académico y literario, como podría ser el caso de Ortega y Gasset o Miguel de Unamuno, en 1936 la noción de intelectual se agranda para incluir en ella a artistas plásticos, músicos y cineastas, por ejemplo. De esta forma, superan la tradicional idea de intelectual y la acercan a otras disciplinas culturales desde donde, como el resto, rechazan la cultura burguesa.

Intelectuales de clases bajas

Tras examinar más de 70 trayectorias personales, Gago ha encontrado en la Alianza dos formas de llegar a formar parte de ella, un par de circuitos diferenciados. Uno fue el hegemónico, seguido por aquellos intelectuales que participaron también de las instituciones, como la Universidad Central, la Residencia de Estudiantes o el Ateneo de Madrid, y se vieron insertos en ese entramado cultural de la República.

El otro camino que ha hallado la especialista fue el que siguieron aquellos personajes que “también contribuyeron al grupo, pero la historia les ha olvidado, quizá por no haber sobrevivido su contribución artística”, en sus propios términos. Fue el caso de numerosos periodistas que también escribían en medios como Mundo Obrero, el órgano de expresión del Partido Comunista. Gago lo llama el “circuito militante” y lo siguieron “autores que procedían de un origen social más bajo, sin estudios superiores y que no participaban en las clásicas instituciones del conocimiento”.

Una imagen maternal de la mujer

Gago también ha estudiado el papel de la mujer y su representación en la Alianza. Entre los 61 firmantes del primer manifiesto aparecen seis mujeres. Un año después, tan solo dos de ellas, que repiten, María Teresa León y Rosario del Olmo, aparecen junto a sus 22 compañeros. “Llama la atención que algunas de estas mujeres también guardaban algún tipo de vínculo personal con los varones”, recalca la investigadora.

Sus indagaciones le han llevado a asegurar que ellas, como todavía sucede en la actualidad, tuvieron que superar la brecha sexual, pero también la de clase, que no sufrían sus colegas varones. Asimismo, tras estudiar los números publicados de El Mono Azul, Gago ha analizado cómo se representó a la mujer, qué significaba para la Alianza: “Es profundamente maternalista y nunca se abordan las especificidades que les afectaban a ellas, como ser una mujer en guerra. Siempre aparecían como madres, esposas, mujeres en la retaguardia”.

Este hecho confronta con la línea seguida por otras organizaciones antifascistas del momento, como Mujeres Libres, de orientación eminentemente libertaria. “Solo tenemos que pensar en cómo se representa a La Pasionaria, reivindicada como la madre de los camaradas”, ilustra la propia Gago. Así pues, dentro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas nunca se llegó a desvincular a la mujer de la función que tradicionalmente le había marcado la sociedad.

Un final dispar de los intelectuales

El trascurso de la Guerra y la toma cada vez de mayor territorio por parte de los sublevados hizo que la Alianza empezara a descomponerse. Gago no ha ubicado un texto o documento que certifique el final de sus actuaciones. En cambio, al haber estudiado el fenómeno a través de las trayectorias personales de sus integrantes, pero siempre con una óptica colectiva, la investigadora sostiene que el final fue muy dispar.

“Algunos murieron en el frente, otros se quedaron en España tras el triunfo del franquismo, pero la realidad por la que más atravesada se ve el grupo es por el exilio. La mayor parte de ellos intentan huir”, apunta. Y lo hicieron con distinta suerte. Rafael Alberti y María Teresa León fueron capaces de instalarse en sus nuevos destinos. Adolfo Salazar, que en España combinaba su trabajo como funcionario con su actividad musical, encontró una mejoría laboral en el exilio en México. “No es representativo, pero en este caso llegó a poder vivir de sus críticas y labor como musicólogo, algo que nunca había conseguido en España”, destaca Gago. En el lado opuesto se encuentra María Zambrano: “Tenía una trayectoria que avanzaba hacia su consolidación, pero la Guerra truncó todas sus aspiraciones. A partir de entonces, su vida fue muy errante”, finaliza la experta.