Han pasado 16 años desde que, en 2000, Ester Bueno iniciara su experiencia Erasmus en Bélgica y fuera una de las primeras estudiantes españolas con discapacidad que participó en el conocido programa europeo. “Me fui para un año y me quedé casi cinco. Irme de Erasmus ha sido la mejor decisión que he tomado nunca” cuenta Ester, que padece parálisis cerebral y que en la actualidad trabaja en la Fundación ONCE para que otros estudiantes con discapacidad puedan emular el periplo que a Ester le cambió la vida.
Un año después de que Bueno viajara a Bélgica, fueron siete estudiantes los que iniciaron la beca europea. Desde entonces, aunque el número ha crecido, aún siguen siendo pocos los alumnos con diversidad funcional que se animan a estudiar fuera.
Según los últimos datos de la Comisión Europea, únicamente el 0,14% de todos los estudiantes que participan en el programa son jóvenes con discapacidad. Las cifras son aún mas reducidas en el caso de España: según el Servicio Español para la Internacionalización de la Educación (SEPIE), de los cerca de 45.000 estudiantes Erasmus durante el pasado curso, únicamente 42 eran jóvenes con algún tipo de discapacidad.
Un mayor esfuerzo económico
En la Fundación advierten de que uno de los principales problemas que se encuentran las personas con discapacidad es de tipo económico: “Cuando una persona con discapacidad se quiere marchar al extranjero para estudiar necesita mas recursos que cualquier otra persona”, añade Cristina Campos, técnica del Comisionado para Universidad, Juventud y Planes Especiales de la organización. Dependiendo del tipo de discapacidad, los estudiantes pueden necesitar un asistente personal, un intérprete de lengua de signos o adaptaciones para las clases o la vivienda, lo que supone un coste añadido.
“Tanto para España como para la Comisión Europea cada vez está siendo una prioridad mayor que los estudiantes con discapacidad participen en los programas de movilidad internacional” añade Campos. Lo cierto es que el SEPIE, dependiente del Ministerio de Educación, prevé ayudas económicas especiales para aquellos estudiantes cuyo grado de discapacidad sea igual o superior al 33%.
Si alcanza el 65%, los estudiantes además puede acceder a ayudas adicionales que financien servicios profesionales imprescindibles para el becado pueda vivir y estudiar.
Jaime es uno de los estudiantes que recibió una ayuda económica adicional cuando se marchó de Erasmus a Génova en 2010. Sin embargo, este joven ciego asegura que fue la Universidad de Jaén la que realmente posibilitó que pudiera irse al cubrir los gastos de Izhan, el amigo que le acompañó durante sus primeros 15 días en la ciudad italiana.
Para Jaime, no sólo es necesario que se posibilite un mayor apoyo económico, sino que “haya más recursos humanos, materiales y logísticos que ayuden a estos jóvenes a cumplir sus expectativas tanto estudiantiles como de ocio”.
En este sentido, la la Red de Estudiantes Erasmus (ESN) ha creado un mapeo sobre el grado de accesibilidad de las universidades europeas, (MapAbility) que facilita la experiencia internacional de los jóvenes con diversidades.
Miedo y desinformación
“No conozco a mucha gente con discapacidad que se haya ido de Erasmus” dice Pilar que estudió en Florencia en el 2010. Ella tiene una capacidad visual disminuida. Pilar cree que además de la escasez de ayudas económicas, el desconocimiento y el miedo también son factores que impiden que estos jóvenes se animen a vivir la experiencia europea. “Aunque tenía miedo, opté por irme, era un reto para mí, quería aprender a desenvolverme fuera de mi entorno”, cuenta esta joven.
“Uno de los problemas fundamentales es la falta de información, muchos chicos y chicas con discapacidad ni tan siquiera se plantean el hacer un Erasmus porque desconocen que tienen apoyos para ello”, destaca Ester Bueno. “Tienen que convencerse de que el Erasmus no es algo ajeno a ellos”.
Elevado abandono escolar
Las bajas cifras de estudiantes Erasmus con discapacidad son en cierto modo un reflejo del escaso número de estos alumnos que acceden a estudios superiores. Según la Guía de Atención a la discapacidad 2016, el pasado curso académico registró un total de 20.695 estudiantes universitarios con discapacidad, 882 estudiantes menos respecto al curso pasado, lo que se traduce en un 1,3% del total de matriculados en las universidades españolas.
Isabel, que tiene una discapacidad física del 91%, emprendió su aventura Erasmus en la ciudad británica de Newcastle. Un voluntario, apoyado económicamente por la Universidad de Jaén, la acompañó durante los cinco meses que duró el programa. A pesar de las barreras, Isabel cree que existe un concepto equivocado sobre el Erasmus: “Hasta que no se experimenta no se llega a entender que el Erasmus te da la independencia que tanto necesita una persona con discapacidad”.