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El Ártico sigue imparable en su cuesta abajo de hielo fundido

Raúl Rejón

13 de octubre de 2022 22:17 h

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Desde hace más de una década y media, cada vez que el hielo que cubre el Ártico alcanza su mínima extensión anual, el dato se coloca entre los peores desde que se mide por satélite (1978). El pasado 18 de septiembre fue otro paso en esa cuesta abajo de hielo fundido.

El mínimo de 2022 empató con otros dos años en la décima peor posición. Estuvo en 4,87 millones de km2. 1,54 millones por debajo de la media 1979-2010. Un 22% más pequeño, según las observaciones de la NASA. La cuestión es que desde 2007 los 16 mínimos más bajos en la extensión de esa capa helada corresponden a los últimos 16 años.

“Se trata de una continuación en la muy reducida extensión ártica helada desde 1980”, asevera Walt Meirer, uno de los investigadores del Centro de nieve y hielo de EEUU (NSDIC). “No son variaciones aleatorias o casualidad sino un cambio fundamental en la cobertura helada como respuesta al incremento de las temperaturas”.

Porque, de forma sostenida, el casquete norte del planeta –símbolo del frío boreal– es un sitio cada vez más cálido. Este mismo año un equipo de investigadores del Instituto meteorológico de Finlandia corroboró que el Ártico se recalienta cuatro veces más rápido que el resto de la Tierra.

“Una zona amplia del Ártico se ha calentado a un ritmo superior a 0,75ºC por década”, concluyeron los autores de la investigación en Science. En el área entre Svalbard (Noruega) y Novaya (Rusia), la cosa ha llegado a 1,25 ºC por década. Entre 1979 y 2021, el Ártico, de media, se ha recalentado el cuádruple que el promedio del planeta. “Mencionar que el Ártico se calienta dos veces más rápido como ha solido hacerse en la literatura científica ha subestimado claramente la situación”, han descrito los investigadores.

A estas alturas del año, en el polo norte el sol se ha puesto. Han caído las temperaturas y el hielo ártico vuelve a ganar terreno hasta el primer trimestre del año que viene. El ciclo anual hace que la capa helada crezca en otoño e invierno. Sin embargo, recuperar el océano congelado fundido no es fácil. Cada temporada llega lo más lejos que puede, pero la extensión congelada se está quedando corta.

El último máximo alcanzado –que fue en 25 de febrero de 2022– fue un 5% inferior a la media y ocupó el top 10 de los más exiguos. Los diez peores registros se acumulan desde solo 2006, con varios años empatados.

“Durante los últimos 40 años se han visto dos cosas: de año a año hay variaciones en la extensión de hielo, pero, definitivamente, la tendencia es hacia abajo”, cuenta el matemático Harry Stern. Stern analiza los datos de satélite para estudiar el hielo del Ártico y el clima el la Universidad de Washington (UW) y recuerda que, con la situación actual, “los modelos predicen que este hielo de septiembre habrá desaparecido en la segunda mitad del siglo”.

Además de caer en extensión, las mediciones muestran que en este mismo periodo de cuatro décadas, hay menos volumen de hielo. “Está más directamente ligado con el forzamiento del clima al depender de la extensión y el espesor”, describe el Centro de Ciencia Polar de la UW.

La tendencia indica que, al inicio de la década de 1980, el espesor medio anual superaba los 25.000 km3. Ahora se mueve en torno a 14.000 km3 de hielo, según los datos del Sistema de modelización Pan-Ártico (PIOMAS). En los últimos diez años han desaparecido casi por completo las capas de hielo que tenían más de cuatro años, es decir, el hielo es nuevo. Del que se forma más recientemente. Más del 60% del volumen de hielo se perdió en solo 30 años, según las mediciones por satélite.

¿Demasiado lejos?

El calentamiento rápido del Ártico acelera el calentamiento global que altera clima. La cuestión es que, al retirarse el hielo, lo que queda expuesto son las aguas del océano que son más oscuras que el blanco gélido. Si ese color blanco del hielo rebota la radiación solar, el oscuro de las aguas marinas se traga el exceso de energía. “Así se perpetúa el calentamiento del planeta”, concluyen los científicos de la NSDIC.

Además, al recalentarse todo el casquete polar, se funde el permafrost, la capa de tierra que, en condiciones normales, permanece congelada, al menos, durante dos años. Esta capa ocupa entre el 20% y el 25% del territorio del hemisferio norte. Al descongelarse emana gases de efecto invernadero que se había acumulado dormidos en su interior.

Este mismo octubre, un grupo de científicos de la Universidad de Delaware ha demostrado la relación entre el derretimiento acelerado del hielo ártico y un océano cada vez más ácido. Este cambio en la química marina es un “peligro para la vida”.

El Ártico es un lugar remoto. ¿Demasiado para que sintamos los efectos de su degradación? El Centro nacional de nieve y hielo de EEUU advierte de una relación directa. Al fundirse el permafrost y liberarse esas cantidades adicionales de gases de efecto invernadero a la atmósfera “consecuentemente, impacta en el calentamiento global que afecta a toda la población del planeta”.

Harry Stern señala que “algunos científicos piensan que la pérdida de hielo tiene consecuencias directas en el clima de latitudes más bajas –como España– mediante la alteración de la corriente de chorro y otros consideran que eso no ocurre”.

La primera posición describe que el recalentamiento ártico altera esa corriente de aire lo que se traduce en extremos meteorológicos (sequías y tormentas mas salvajes) en lugares muy lejanos. La segunda postura dice que aún no puede establecerse esa relación tan directa.

El matemático, sin embargo, se muestra “cautelosamente optimista” en cuanto a que “a medida que las generaciones más jóvenes vayan ocupando los puestos de poder, actuarán para recortar las emisiones de gases. Los actuales líderes no hacen lo suficiente” porque “sí es posible detener esta tendencia y parar la pérdida de hielo si reducimos los gases de efecto invernadero”.