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Por qué la bajada de la natalidad de hoy es la crisis de cuidados del mañana

Una y otra vez, los datos de natalidad alarman. No es nuevo, los nacimientos llevan tiempo cayendo, aunque las cifras de los últimos trimestres marcan un mínimo histórico que no remonta tras la pandemia. Más allá del diagnóstico de la situación y de qué hacer para fomentar que quien quiera tener hijos pueda hacerlo, el panorama actual de la natalidad dibuja un futuro oscuro para los cuidados.

Si hace años la sociología acuñó el término 'generación sándwich' para referirse a las personas, especialmente a las mujeres, atrapadas en el cuidado de sus padres e hijos, los datos muestran un futuro en el que la necesidad de cuidados será aún más acuciante. Ya no será una generación sándwich, sino una sociedad entera.

Primero, algunos datos. Si en los setenta y los ochenta las pirámides de población tenían bases jóvenes amplias que sostenían pequeñas cúspides envejecidas, conforme avanzaron los noventa y los dos mil la tendencia se invirtió.

En 1971, solo un 14% de población estaba por encima de los 60 años. Por contra, las franjas de edad más numerosas eran las inferiores a 20 años (representaban el 36% del total). Dos décadas después, quienes estaban por encima de los 60 eran ya el 19% del total, mientras que los menores de 20 años bajaban al 29%. A 2021, el patrón había cambiado ya por completo: el 27% de la población está por encima de los 60 y el 19%, por debajo de los 20.

Que la natalidad esté bajo mínimos augura que la tendencia se agudizará: la proporción de población mayor va a seguir aumentando, mientras que las cohortes más jóvenes continuarán menguando. “Ya estamos dentro de una crisis de cuidados, pero la crisis de natalidad plantea nuevos retos. Se compromete la sostenibilidad del sistema de pensiones y del estado del bienestar en general. Son más las personas mayores que las que van naciendo y va a haber una gran necesidad de cuidados asociados a enfermedades crónicas, a dependencia, al envejecimiento largo”, diagnostica la demógrafa y profesora de la UNED Marta Seiz.

El director del Centro de Estudios Demográficos, Albert Esteve, confirma que la transformación de nuestra estructura demográfica hará que aumente la ratio de personas mayores por personas jóvenes, y eso, entre otras cosas, “tendrá implicaciones sobre el número de potenciales cuidadores dentro de la familia”. Tanto Seiz como Esteve describen nuestra sociedad como un sistema familiarista, en el que, frente al Estado o al mercado, son las familias las que asumen el peso de los cuidados. “No se ha facilitado la corresponsabilidad entre los ámbitos público y privado. El sistema de dependencia se ha encontrado con muchos límites. La insuficiencia de los servicios públicos es manifiesta y quien está pagando el precio son las mujeres”, dice Marta Seiz.

Lo que sucederá es, por un lado, que habrá más población mayor que necesite cuidados, que esas personas tendrán menos parientes vivos y jóvenes y que el aumento de la esperanza de vida hará que haya dolencias que requieran más años de atención. Por otro, también habrá más personas en las franjas de edad de 60 y 70 años, “pero la mayoría no necesitarán muchos cuidados, más bien serán potenciales cuidadores” tanto de quienes estén por encima como por debajo, apunta Esteve. Los datos de fecundidad no solo muestran que cada vez se tienen menos hijos sino que se tienen más tarde, y eso aumenta la distancia entre las generaciones.

“La postergación de los nacimientos va a hacer que muchas personas vayan a tener que afrontar el cuidado de ascendentes y descendientes de manera simultánea, va a suponer una sobrecarga, especialmente para las mujeres, que son las que mayoritariamente cuidan”, explica Marta Seiz. En los 80, la edad media de las mujeres al tener el primer hijo rondaba los 25 años y su crecimiento ha sido constante: ahora está en 31,5 años. El porcentaje de mujeres que son madres más allá de los 40 es ahora se ha duplicado y es de casi el 11%.

Esa distancia entre generaciones hará que cuando los padres necesiten cuidados, sus hijos aún estén exigidos por el mercado laboral. También que los abuelos serán más viejos y estarán menos disponibles o durante menos tiempo para cuidar a sus nietos. Por su parte, los nietos serán pequeños cuando sus abuelos requieran esos cuidados.

Otros cambios

No es solo, por tanto, que las mujeres tengan cada vez menos hijos, sino que cada vez hay y habrá menos mujeres en las franjas de edad de 20 y 30 años, en las que la fecundidad es mayor. La catedrática de sociología de la Universidad Carlos III de Madrid Constanza Tobío explica que el envejecimiento de la estructura de población puede hacer que los cuidados a menores mejoren por una razón puramente aritmética. “Eso, si se mantienen los recursos y no se cae en la tentación de reducirlos porque hay menos niños. De hecho, deberían aumentarse porque ya había una situación deficitaria”, prosigue. Por eso, y porque la evidencia muestra que la escasez de recursos, apoyos y e infraestructuras públicas influye en que haya menos nacimientos.

Tobío añade que los cambios en la propia estructura de las familias propiciarán otro tipo de redes. Por ejemplo, los nuevos parentescos resultado de las recomposiciones familiares. “Los divorcios dan lugar a nuevas familias. Por ejemplo, los padres de un hombre que ha tenido un hijo con una mujer que ya tenía otro ejercerán en la práctica de abuelos de las dos criaturas”. Lo que sí será más difícil es el cuidado de los mayores porque el déficit “sigue aumentando” y tendrá que atenderse “a través de recursos institucionales y públicos”.

En 2018, el Instituto de Estudios Fiscales publicó el trabajo de varias investigadoras en el que calculaban cuánto costaría y qué implicaría aplicar en España un sistema de atención a la dependencia basado en el derecho universal de atención suficiente por parte de los servicios públicos, al estilo del que ya existe en Suecia. El estudio trabajaba en dos propuestas diferentes, pero en ambas la inversión necesaria superaba los 7.000 millones de euros. El 40% de ese gasto volvería al Estado en forma de generación de empleo, cotizaciones e impuestos.

Una de sus autoras, Mercedes Sastre, de la Universidad Complutense de Madrid, explica que se trataría de un modelo totalmente diferente al actual, un sistema basado “en servicios prestados por entidades públicas y profesionalizados, y no en prestaciones económicas”. “Ahora tenemos un problema de diseño y de financiación. Es un sistema que tiene prestaciones que llegan a poca gente, que es complicado de solicitar y que tiene listas de espera importantes. Es además un sistema de poca intensidad, ofrece ayuda de dos o tres horas a personas que necesitan atención 24 horas al día. Se basa sobre todo en 'paguitas' muy precarias a cuidadoras familiares, algo que tiene un gran impacto de género. No hay una buena red pública de atención”, sostiene. Sastre subraya que el gasto en dependencia en España está claramente por debajo de la media de la OCDE, a pesar de que su población está más envejecida.

Las expertas coinciden en que se trata de poner urgentemente los cuidados en el centro. “Está en juego la calidad de vida, la atención a la discapacidad, a la enfermedad, a la vejez. Hay que repensar ya las políticas públicas de las próximas décadas”, reclama Marta Seiz. Constanza Tobio insiste en la universalización de los cuidados como cuarta pata del estado de bienestar. Y Mercedes Sastre añade: “El envejecimiento se ve como un problema y no tiene por qué serlo, lo malo es que vivamos en malas condiciones y precariamente. Es una decisión política”.