Villa Fiorito estará por siempre marcada por ser el barrio de Argentina donde se crió el ídolo del fútbol Diego Maradona. Un lugar donde aún hoy, con el país en crisis, la delincuencia sigue al acecho y erradicar para siempre la pobreza, la droga y la violencia se vuelve cada vez más difícil.
Aunque llegar a 'Fiorito', como lo llaman sus lugareños, no es complicado -está a 40 kilómetros del centro de Buenos Aires, en el municipio de Lomas de Zamora- no muchos taxistas aceptan el viaje, y menos si hay que callejear por la zona, una de las más inseguras en el inmenso cinturón urbano que rodea a la capital.
Azamor, la calle en la que 'El Pelusa' dio sus primeras patadas al balón, es modesta, y sigue en pie la humilde casa donde los padres de Maradona y sus cuatro hermanas mayores se instalaron a fines de los 50, procedentes del norte argentino.
Sin embargo, hace décadas que no queda rastro de su vecino más ilustre y el acopio de desechos en su exterior da una clara impresión de abandono. “Ese lugar tendría que ser algo muy importante para Fiorito, pero no lo es. Tendría que tener un monumento”, cuenta a Efe Luján Ocampo, quien asegura haber compartido momentos de su infancia con 'El Diego'.
El que para muchos es el mejor futbolista de todos los tiempos nació en un hospital cercano en 1960 y, tras una niñez de estrecheces, ser fichado por Argentinos Juniors le cambió la vida para siempre. En los 70 se mudó con su familia a la capital y empezó a hacer historia.
El actual inquilino de la primera casa del '10' no quiere saber nada de entrevistas, y algunos vecinos aconsejan no transitar la calle donde está ubicada sin poner especial cuidado a posibles asaltos, más aún si se camina con costosas cámaras a la vista.
Algo que parece ser la tónica general en buena parte de Fiorito, que tiene unos 40.000 habitantes y fue declarado localidad en 1995, aunque casi todos siguen llamándola barrio.
“Está mal. Mal, mal. Nos robaron dos veces, no podemos salir, no podemos dejar la casa sola, queremos ir de viaje y no podemos. No hay vigilancia, los patrulleros pasan pero pasan de largo”, narra Reina Salazar, secretaria de un centro de jubilados que depende del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), organismo ligado a la historia reciente de Buenos Aires y su entorno.
Dionisia Rivero, vicepresidenta del mismo club de mayores, opina igual. “A mí me entraron también en mi casa. Estaba solita y entraron, revisaron todo y se fueron. Yo no tuve miedo (pero) hay gente que sí”, sentencia.
En 2001, durante la grave crisis económica que vivió Argentina, conocida por el famoso “corralito bancario”, para cientos de personas recoger y vender cartones se convirtió en su salvación, y en Fiorito nació la más grande cooperativa cartonera, integrada en el MTE.
Natalia Zaracho lo sabe de primera mano. Ella ejerció ese oficio tras la hecatombe económica y ahora, en medio de la nueva recesión que vive el país desde hace un año -no tan grave como aquella- coordina el equipo de salud del MTE en Fiorito, destinado a ayudar a los más vulnerables.
“Fiorito vos lo conocés porque salió el mejor jugador del mundo, que es Diego, pero la realidad es que la estamos pasando muy mal. En estos 3 años y medio (el tiempo que lleva Mauricio Macri como presidente) se triplicó la inseguridad”, enfatiza Zaracho, también candidata a diputada por el peronista Frente de Todos.
Unas 20 personas trabajan no solo en el asesoramiento a víctimas de violencia de género y en cuestiones sanitarias, sino también en el centro de la tercera edad -donde los ancianos realizan distintas actividades y se distraen de los problemas-, y en el comedor social que abre en el mismo local.
Una de las personas que llegó en busca de ayuda fue una boliviana que recaló hace casi dos años en Argentina para buscar a su pequeño hijo, a quien su expareja, que la maltrataba, se había llevado de Bolivia.
Según relata, fue “secuestrada” por el hombre en una vivienda de la provincia bonaerense, pero seis meses después logró escapar con el pequeño, denunció lo ocurrido y decidió probar suerte en Villa Fiorito.
“Conocí el MTE y me ayudaron a conseguir trabajo. Trabajo en la cocina en el centro de jubilados”, cuenta la joven, que prefiere seguir en el anonimato.
La violencia machista, una lacra enquistada en Argentina, tampoco pasa aquí de largo, y la contención psicológica es clave.
“Se puede trabajar tanto con las mujeres que sufren esa violencia como con los hombres violentos”, declara Leonardo Fernández, que, como empleado de la municipalidad de Lomas de Zamora, asiste a ciudadanos que sufren violencia o adición a las drogas, cuyos estragos afectan especialmente a los jóvenes.
Nerina Zaracho, encargada del comedor, así lo atestigua: “Los pibes están muy consumidos y no saben ni lo que hacen”.
“Te podés ir a otro lado (a vivir) pero los problemas te los llevás. Porque sigue lo mismo. La delincuencia está en todos los lados, no es acá solamente”, asevera.
El MTE, vinculado a la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) -con afinidad a la oposición kirchnerista-, busca cubrir con su labor humana las “muchas falencias” que según dicen sus portavoces tiene el Estado en zonas como esta.
Desde el CTEP aclararon a Efe que además de fondos del Ministerio de Desarrollo Social, con los que se hace frente a los productos del comedor y al Salario Social Complementario que cobran los trabajadores del equipo, el movimiento cuenta con colaboraciones privadas que, por ejemplo, financian algunas de las actividades de los jubilados.
Si bien en un año como este -en octubre habrá elecciones generales- iniciativas de corte electoralista pueden marcar el campo de juego político, lo cierto es que Argentina, con crisis o sin ella, sigue sin poder aplacar su más acuciante problema: el 32 % de la población vive en estado de pobreza.