Las buenas ideas en ciencia siguen surgiendo cara a cara y no en las colaboraciones en remoto

La ciencia colaborativa y global, facilitada por las nuevas tecnologías, tiene muy buena prensa, pero una fama inmerecida en cuanto a su capacidad innovadora, si hacemos caso a los resultados obtenidos por el investigador de la Universidad de Pittsburgh Lingfei Wu y su equipo. En un trabajo publicado este miércoles en la revista Nature, el grupo de Wu ha analizado 20 millones de artículos de investigación publicados entre 1960 y 2020 y 4 millones de solicitudes de patente presentadas entre 1976 y 2020 en todo el mundo. Y su conclusión es que la mayoría de descubrimientos rompedores, los que abren nuevos territorios en el campo de la ciencia, los siguen protagonizando los equipos que trabajan cara a cara.

“En ciencia y tecnología, el cambio hacia la colaboración remota a menudo se ha visto como una vía para utilizar talentos geográficamente dispersos y acelerar la innovación”, explica Wu a elDiario.es. “Sin embargo, nuestro análisis de datos a escala planetaria sugiere lo contrario. Si bien los equipos remotos se destacan en dividir y ejecutar tareas en torno a ideas existentes, a menudo tienen dificultades para integrar estas ideas en innovaciones rompedoras”.

En el último medio siglo, según los autores, los equipos de investigación se han expandido geográficamente en todos los campos de la ciencia y la distancia media entre los miembros que firman los artículos de colaboración internacional ha aumentado de 100 km a casi 1.000 km. Al mismo tiempo, la fracción de colaboraciones a distancias extremadamente largas de más de 2.500 km, más o menos la distancia desde Brasil hasta Liberia a través del Atlántico sur, ha aumentado del 2% al 15% para los artículos. 

En todos los campos, los investigadores de equipos remotos tenían menos probabilidades de realizar descubrimientos revolucionarios que sus homólogos presenciales

¿Cómo han medido el grado de innovación rompedora de todos estos artículos y las patentes? Los autores crearon un valor llamado “puntuación D” basado en las referencias recibidas por los artículos: si los trabajos posteriores citan el artículo o la patente, pero ignoran a sus referencias anteriores, se considera que esa producción es disruptiva al eclipsar las antiguas aportaciones. “Analizamos conjuntos de datos únicos sobre las declaraciones de contribución de los autores de artículos publicados en revistas académicas para comprender cómo los roles y la interacción del equipo cambian con la distancia, incluso entre el mismo grupo de científicos”, explica Wu. 

División de tareas

A medida que los miembros del equipo se mueven, sostiene el autor principal del estudio, es menos probable que participen en trabajos conceptuales y son más propensos a participar en tareas técnicas, especialmente cuando existe una jerarquía entre estos miembros del equipo. Por ejemplo, a un estudiante de posgrado le resultará más fácil discutir ideas de manera informal con un profesor experimentado en un pasillo que a través de correos electrónicos. “Un ejemplo famoso es cómo James Watson y Francis Crick descubrieron la estructura del ADN a través de una intensa discusión cuando se reunieron en Oxford”, afirma Wu.

Los autores muestran que en todos los campos y tamaños de equipos, los investigadores de equipos remotos tenían menos probabilidades de realizar descubrimientos revolucionarios que sus homólogos presenciales. “La proximidad geográfica rompe la jerarquía, lo que genera equipos más horizontales y una comunicación intensiva, esencial para generar ideas disruptivas”, sostiene Wu. “Si el objetivo es generar ideas rompedoras, el movimiento de los miembros del equipo, incluso en la última etapa del proyecto, probablemente obstaculizará la fuerza conjunta en el trabajo conceptual, ya que la comunicación intensiva y en persona es esencial durante todo el ciclo de vida del proyecto”. 

Resultados en discusión

Este trabajo se publica en un contexto de discusión sobre si la ciencia actual está perdiendo fuelle a la hora de generar nuevas ideas. En un estudio reciente, publicado en la misma revista, se concluía que las ideas disruptivas están disminuyendo en general y que no se debe específicamente a las disfunciones que produce el actual sistema de publicaciones. Y un trabajo de 2019 encabezado también por Wu señalaba estas diferencias, aunque en esta ocasión poniendo el foco en el tamaño de los equipos, en lugar de su separación física. 

Entre los especialistas hay disparidad de opiniones sobre estos resultados. Para el catedrático de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) Joaquín Sevilla, coautor del ensayo Los males de la ciencia, es cierto que la cercanía es siempre un valor en la investigación. En la historia, recuerda, los grandes avances han ocurrido con frecuencia en ecosistemas localizados, con personas que colaboraban físicamente, como el MIT, Cambridge, Oxford o la universidad de Calcuta en tiempos de Bose. “Lo disruptivo siempre ocurre en un bar, con unas cervezas y apuntado en una servilleta”, señala. “Eso telemáticamente, por bien que funciones, no se recrea”.

En grupos más grandes las propuestas más disruptivas serán más difíciles de aceptar por consenso y habrá reticencias difíciles de soslayar

Isidro F. Aguillo, jefe del Laboratorio de Cibermetría del CSIC y especialista en métricas de impacto en ciencia, considera que los resultados son “aceptables” en general. Lo destacable, a su juicio, es que el “consenso” entre los miembros de un consorcio será más difícil de lograr cuanto mayor sea el grupo, más disperso geográficamente esté y menos contacto físico exista. “En esos casos —admite—, las propuestas más disruptivas serán más difíciles de aceptar por consenso y, tanto si la decisión es en la fase de diseño como en la fase de interpretación, habrá reticencias difíciles de soslayar”.  

Para Tomás Marqués Bonet, genetista del Instituto de Biología Evolutiva que ha participado en numerosos estudios internacionales a gran escala, el resultado sobre la división de tareas es, hasta cierto punto, bastante obvio. “En genómica, los proyectos macro son básicamente de producción”, asegura. “Luego, con esas bases de datos son los grupos individuales y locales los que le dan la vuelta y hacen sus propios reanálisis, que llevan más tiempo”. Eso sí, subraya, eso no quiere decir que sea peor lo uno o lo otro. “La ciencia de hoy en día necesita (sobre todo en genómica) grandes esfuerzos mundiales para llevar el conocimiento más allá, creando datos nuevos y creando hipótesis”, asegura.

Francis Villatoro, investigador de la Universidad de Málaga y divulgador, cree que la métrica de disrupción podría estar sesgada porque no tiene en cuenta cómo ha cambiado la dinámica de la citación a lo largo del tiempo. En el siglo XX, apunta, encontrar las citas a las fuentes originales de un trabajo es mucho más difícil que en la actualidad, de modo que parecería engañosamente que han decrecido los hallazgos rompedores a pesar del incremento en el número de investigadores, el tamaño de los grupos de investigación y el número de colaboraciones internacionales a gran distancia. “Sin eliminar de los análisis estadísticos las variables de confusión asociadas a este cambio de dinámica de la citación, toda conclusión es sesgada”, concluye. Harry Collins, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Cardiff (Reino Unido), se manifiesta en un sentido parecido en declaraciones a SMC. “Desconfío mucho de los estudios que utilizan patrones de citación como un indicador de las relaciones de conocimiento”, asegura. “Los científicos citan o no citan a otros por diversas razones, como ganarse el favor o impresionar a los revisores”.

Efectos que se solapan

A Félix de Moya Anegón, experto en bibliometría y fundador del Grupo SCImago, le parece claro que es más disruptivo aquello que se produce en entornos próximos que aquello que se produce en entornos lejanos, y sus trabajos sobre el tema indican lo mismo. “Si trabajas con aquellos que forman parte de tu entorno inmediato, parece dar lugar a ideas que parecen ser más rupturistas”, asegura. “En cambio, si haces colaboraciones de larga distancia, esto podría dar lugar a conocimiento que es más continuista”.

A él y otros investigadores que estudian indicadores de disrupción les preocupa comprender si los trabajos a los que se está aludiendo en el entorno inmediato son de distinta naturaleza a los de larga distancia o si en parte se debe a algo más inquietante, que las colaboraciones internacionales producen más citas que los trabajos en el entorno inmediato. “Porque esto podría significar que existe una relación inversamente proporcional entre disrupción y trabajos en remoto”, subraya. 

El sistema de publicaciones podría estar generando un incentivo perverso para crear muchos trabajos que den más impacto y ayuden a las carreras individuales de los científicos aunque no sean avances significativos

En otras palabras, estos datos podrían estar indicando que el sistema de publicaciones esté generando un incentivo perverso para crear muchos trabajos que den más impacto y ayuden a las carreras individuales de los científicos aunque no sean avances significativos. “Yo creo que hace falta algo más de recorrido para llegar a una conclusión de esta naturaleza, porque sería muy fuerte —explica—, pero creo que hay efecto inducido por el crecimiento de la producción de un determinado tipo”.

El experto se refiere a la ciencia poco disruptiva, hecha para sumar puntos “en territorios continuistas”. Pero al mismo tiempo, advierte, hay otros efectos que se solapan. “Como las comunidades científicas son muy conservadoras, tienden a preservar el status quo en cada ámbito del conocimiento, y cuando muchos tienen que trabajar juntos eligen lo que está comúnmente aceptado, y solo serían más rupturistas con los más afines en el entorno inmediato”. En cualquier caso, el asunto de fondo es muy relevante para la sociedad en general y merece más investigación, porque al final sirve para marcar las políticas públicas de inversión en ciencia. Y, sobre todo, para conseguir que el conocimiento avance para que la humanidad se beneficie de ello.