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El calor extra retenido en la Tierra deteriora las profundidades del océano y eso afectará nuestra alimentación

Raúl Rejón

8 de octubre de 2022 22:18 h

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En lo lejano y profundo del mar viven los vertebrados más numerosos del planeta: de los 200 a los 1.000 metros bajo la superficie del océano abierto nadan los peces mesopelágicos, que componen una elevadísima biomasa, clave en la alimentación marina.

El calentamiento global del planeta ha penetrado hasta las aguas profundas oceánicas. La subida de temperatura deteriorará y expulsará a esta fauna (que también incluye crustáceos, cefalópodos y medusas) sobre la que se sustenta buena parte de la cadena alimentaria, según revelan dos investigaciones recién publicadas en Nature. Y muchas de las especies marinas que los humanos buscan y pescan para alimentarse viven de las mesopelágicas.

“Casi el 70% de todos los océanos van a perder parte de esa biomasa animal”, explica el oceanógrafo Alejandro Ariza, autor de la investigación sobre el declive global de esta fauna en unos océanos cada vez más cálidos.

Ariza, que es científico del Instituto Francés de Investigación para la Explotación Marina, ha calculado junto a sus colegas que la caída puede rondar entre el 3 y el 20% para el final de siglo. “Y son estimaciones conservadoras”, cuenta el biólogo.

Si estas especies (peces linterna, medusas, crustáceos y cefalópodos) lo van a pasar mal a medida que el mar se traga el calor atrapado por efecto invernadero, antes o después, las caballas, los atunes o los peces espada que surten las pescaderías se verán afectados.

“Estos animales son organismos del nivel trófico intermedio”, detalla Ariza. “Se comen el plancton pero son comidos por muchas especies que consumimos. Están un poco entremedias y son un componente del ecosistema del que casi no sabemos nada”.

Si estas especies disminuyen por calentamiento global habrá menos secuestro de carbono y más calentamiento. Un bucle nefasto

Hasta ahora “ha sido casi imposible tener una escala global, pero con los sónares sí hemos podido observarlos”. Han utilizado el sonido para rastrear estos ecosistemas y estudiar la abundancia y distribución de estos organismos.

El mesopelagos es la franja de mar abierto que desciende desde los 200 a los 1.000 metros. También se le llama zona crepuscular porque la luz apenas puede penetrar hasta ahí. No puede producirse la fotosíntesis. ¿Cuántos viven en esta capa oscura de mar profundo? Los cálculos más recientes hablan de, entre, mil y 20.000 millones de toneladas frente a la estimación de mil millones en las capas más superficiales. No se sabe que parte son especies tipo medusa y cuál tipo calamar.

El mesopiélago está “casi prístino” y cae en aguas internacionales. Esta investigación en la que participó la Universidad de Sevilla resume así la situación de estas profundidades: “Estudiad la zona crepuscular antes de que sea demasiado tarde. La explotación y degradación ponen en peligro la vida y el clima”.

Una vez observados, los investigadores han podido relacionar la distribución de esta fauna con el clima actual y, por tanto, proyectar lo que provoca el cambio climático. Al ritmo actual, la emisión de gases de efecto invernadero causaría un calentamiento planetario que extendería los desiertos marinos (áreas poco productivas). Y ahí se pierde la fauna.

“Esa pérdida causará inseguridad alimentaria en todo el mundo”, insiste Ariza. Y, “en algunos países puede ser muy seria, dependiendo de la proteína animal que obtengan del pescado”. El declive de las especies mesopelágicas amenaza con activar un efecto cascada que llegue al resto de animales.

Traslado forzoso o muerte

Además, las aguas más calientes expulsan a estos organismos. Eliminan los nichos térmicos donde pueden vivir. Los cambios en la temperatura oceánica modifican la distribución de la biodiversidad marina.

“La superficie es solo la punta del iceberg de unos océanos bajo mucho estrés debido al cambio climático. Los principales cambios van a ocurrir en las zonas profundas, más allá de los 50 metros donde habitan los organismos pelágicos como los peces”, cuenta el también oceanógrafo del Centro de Investigación Meteorológica de Francia, Yeray Santana-Falcón.

El mayor impacto se va a producir en la zona más profunda, según la investigación de Santana-Falcón. “Gran parte de los ambientes térmicos serán completamente nuevos, es decir, los rangos comprenderán temperaturas que antes no se habían dado en ese lugar y profundidad determinada” amplía el científico. “En esos casos, los organismos serán desafiados a vivir con temperaturas a las que nunca han sido expuestos antes”.

Lo que explica el oceanógrafo es que infinidad de especies van a verse en una encrucijada vital: “Los peces deberán desarrollar estrategias que les permitan adaptarse a unas nuevas condiciones ambientales o migrar hacia zonas más idóneas, ya sea buscando aguas más frías o más profundas –si pueden soportar el aumento de presión y aún menos luz–.

Pero ahí no termina la cosa ya que, si pueden migrar, “añadirán más presión a las poblaciones locales al competir con ellos por los alimentos y el espacio disponible. En muchos casos, sin embargo, estos desplazamientos no serán posibles”.

Almacén de carbono: la mayor migración animal del planeta

Además de sustentar la dieta en los mares, todas estas especies tienen un efecto climático: son un almacén de carbono que impide que ese elemento quede liberado en la atmósfera exacerbando el cambio climático –el gas de efecto invernadero CO2 es un compuesto cuyas moléculas contienen dos átomos de oxígeno y uno de ese carbono–. Y lo hacen mediante la mayor migración animal realizada en la Tierra.

Si continuamos contaminando al ritmo actual, en algunas zonas, estos dramáticos cambios comenzarán a producirse antes de que acabe la presente década

Cada anochecer, estas especies ascienden por la columna de agua del océano desde su dominios crepusculares hasta la zona más superficial. Allí comen en un frenesí alimentario organismos que han transformado el carbono atmosférico en orgánico.

Cuando amanece, los mesopelágicos descienden a las profundidades, donde fijan ese carbono o lo mantienen secuestrado. “Aunque esa no sea su función, ayudan a mitigar el cambio climático”, reflexiona Alejandro Ariza. “Si estas especies disminuyen por el calentamiento global habrá menos secuestro de carbono y más calentamiento. Un bucle nefasto”.

Ambos científicos lanzan sendas advertencias. Santana-Falcón afirma que “si continuamos contaminando al ritmo actual, en algunas zonas, estos dramáticos cambios comenzarán a producirse antes de que acabe la presente década, y en casi todas las zonas estudiadas, antes de mitad de siglo”.

Por su parte, Ariza avisa de que “la industria pesquera está planteándose añadir más presión y aprovechar las especies de las profundidades –casi sin tocar– para obtener harinas para la ganadería y la acuicultura. Pedimos mucha prudencia”.