El cambio climático obliga a repensar el arbolado urbano: necesitamos más árboles, pero de otro tipo

Raúl Rejón

13 de noviembre de 2023 22:51 h

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22 de octubre de 2023. Suroeste de la península ibérica. El viento huracanado de la tormenta Bernard arrasa con cientos y cientos de árboles urbanos en Huelva, Cádiz y Sevilla. Un semana después, otra borrasca llamada Ciarán repite la imagen de numerosos árboles abatidos. Una mujer falleció en Madrid al caerle un ejemplar de 20 metros de altura.

La cadena de temporales que han atravesado España –cebados de energía por unos océanos recalentados– ha demostrado cómo el cambio climático obliga a adaptar el arbolado urbano si queremos que las plantas ayuden a suavizar el impacto del calentamiento global en las ciudades. Adiós a las especies plantadas de cualquier manera para hacer bonito durante algunos meses. Hacen falta variedades que resistan la sequía, las lluvias torrenciales repentinas o los vendavales destructivos que trae la crisis climática.

“Estas tormentas nos han enseñado que no siempre se analizan bien las condiciones de los sitios de plantación en relación al viento” detalla Jesús del Río, biólogo asesor de la Junta de Andalucía, que avisa: “Los episodios catastróficos con temporales de alta intensidad cada día serán más frecuentes”.

“Ser muy cuidadosos al seleccionar especies debe ser una prioridad”, explica el investigador sobre Transformación urbana y cambio climático de la Western Sydney University (WSU) Manuel Esperón-Rodríguez. “Los incrementos de temperatura, los cambios en la precipitación y otros fenómenos climáticos extremos obligan a escoger especies que sean resistentes a dichos fenómenos para tratar de minimizar pérdidas económicas relacionadas con la muerte de árboles”.

Esperon-Rodríguez publicó un estudio hace poco en el que se estimó que más de la mitad de las especies de árboles urbanos plantados en el mundo ya están siendo atacados por las nuevas condiciones climáticas: más calor y menos agua, más fenómenos extremos que golpean sobre ejemplares debilitados. Más de 3.000 especies en 78 países y 164 ciudades. “Es un problema mundial, evidentemente”, remata el investigador.

“Reverdecer las ciudades es fundamental”, afirmaba a elDiario.es la urbanista jefa de ONU-Habitat Shipra Narang Suri. La cuestión, admitía, “es cómo”. El director del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), Joan Pino, explica que “tenemos que incrementar el arbolado urbano porque necesitamos aumentar los refugios climáticos ante el efecto isla de calor en las ciudades”.

Tenemos que incrementar el arbolado urbano porque necesitamos aumentar los refugios climáticos ante el efecto isla de calor en las ciudades

Se refiere a la acumulación de calor del sol en los materiales que construyen las ciudades y que van liberando al aire por la noche, cuando la temperatura debería bajar. El asfalto de las vías, las losas de las plazas, el hormigón de los edificios se quedan con ese calor y luego lo devuelven. En la ciudad de Madrid se han constatado diferencias de 8ºC según zonas atribuidas a este proceso.

“Pero, al mismo tiempo, nos encontramos con que tenemos menos agua disponible, así que hay que afrontar una ecuación difícil: más verde, gastando el mínimo de agua. Y eso nos lleva a un cambio en la selección de especies y variedades. No es lo mismo la sombra que da un pino que la de una morera o un castaño”.

Los árboles en las calles de las ciudades –el 80% de la población española vive en zonas urbanas y se prevé que, en 2035, un tercio se concentre en Madrid y Barcelona– prestan una amplia variedad de servicios cuyos beneficios están ya muy asentados por las evidencias científicas: “Conectan a las personas con la naturaleza, filtran la contaminación del aire, alivian el calor, secuestran carbono”, enumera la Comisión Europea. “El reverdecimiento urbano debe utilizar variedades que puedan resistir las condiciones [climáticas] futuras y, así, asegurar los beneficios”. No hacerlo implica “no solo una pérdida de servicios ecosistémicos que se proporcionan a los vecinos, sino también de inversiones”. Es decir: plantaciones que se pagan con dinero público y no perduran.

La cuestión es aplicar criterios específicos y útiles para conseguir ese éxito verde: “Los árboles en las calles cumplen funciones distintas a los árboles en los parques o en otros espacios verdes”, comenta Esperón-Rodríguez. Y según dónde se planten se dan oportunidades o limitaciones. “En algunas calles no se pueden plantar árboles muy grandes debido a que el espacio es limitado, o si hay poca luz solar por los edificios. Ahí deben seleccionarse especies que sean tolerantes a la sombra. En parques puede suceder lo opuesto: se pueden plantar árboles que crecen más y que tendrán más acceso a luz solar. La clave fundamental es considerar especies que sabemos que son resistentes al clima local y que poseen características que les permiten sobrevivir y mantenerse sanas”.

En este sentido, identificar las variedades que tolerarán el clima futuro amplía la paleta de especies que crecerán en una ciudad determinada y resistirán los embates de las olas de calor, las restricciones de agua o las tormentas destructivas.

Una naturaleza “específica” para ciudades

Joan Pino cuenta que “empezamos a ver que en algunas ciudades como Barcelona se quitan especies más grandes y aparecen otras que crecen menos y demandan menos agua, como almeces o jacarandás”. Pero siempre, insiste, “bajo la premisa de que necesitamos más árboles. Creo que hay que ser innovadores y creativos con el verde urbano porque debe tenerse en cuenta que estas plantas están en un ambiente muy duro. Debemos pensar en una naturaleza específica para este ambiente”.

Lo que ha llamado la atención sobre el arbolado urbano en estas últimas semanas ha sido su vulnerabilidad ante vientos muy fuertes a los no estaban acostumbrados. “Es posible plantar árboles resistentes al viento, pero para eso es esencial comprender los patrones del viento en esa ciudad”, detalla el investigador de la WSU. Y además, “tomar en cuenta el espacio disponible para plantar, aplicar las técnicas adecuadas, el uso del riego y una poda y mantenimiento adecuados para promover esa resistencia al viento. Tampoco puede ignorarse la necesidad de aumentar la diversidad de las especies y evitar los monocultivos”.

Desafortunadamente los riesgos van a ir en aumento por eso es crucial vigilar el crecimiento y salud de lo que se ha plantado

Con todo, remata, “desafortunadamente los riesgos van a ir en aumento” por eso “es crucial vigilar el crecimiento y salud de lo que se ha plantado”. En ese sentido, el director del CREAF añade que “los servicios urbanos son capaces de crear un arbolado resistente pero, ante fenómenos extremos, hay que admitir que puedan caerse ejemplares. Y si hay más árboles, caerán más individuos”.

Parece asentado que el cambio climático hace más necesario que las ciudades cuenten con más árboles al tiempo que la misma crisis climática amenaza ese arbolado. La consecuencia directa es que se impone una planificación verde nueva para dotar a las urbes de esa herramienta al servicio de las personas.

Jesús del Río analiza que podría funcionar “un marco normativo que introdujera el concepto de resiliencia de las nuevas plantaciones a las nuevas condiciones del cambio climático”. Y en ese sentido “que estableciera unos objetivos mínimos de cobertura arbórea de las zonas urbanas en torno al 30% que marca la iniciativa 3-30-300, y que muchas ciudades americanas ya han conseguido”.

“Dado el relativamente lento crecimiento de algunas especies de árboles y la importancia de potenciar su longevidad”, escribía Esperón-Rodríguez en su investigación, “el reverdecimiento de las ciudades debe ser planeado con años si no décadas de antelación”. Unos “bosques urbanos que padezcan menos en el futuro dependen de las acciones que hagamos hoy”.