La pandemia de coronavirus nos ha transformado en niños que, en la parte de atrás de un coche conducido por científicos, preguntan cada cinco minutos “¿cuánto falta?”. Existen más de 60 vacunas contra la COVID-19 en desarrollo en todo el mundo, según la web creada por la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (Reino Unido). De estas, cinco han empezado sus pruebas con pacientes humanos: cuatro están en fase I y una en fase II. Ninguna estará lista antes de que finalice el actual brote.
La propuesta más avanzada es una vacuna recombinante basada en vectores de adenovirus, fruto de la colaboración entre la empresa china CanSino y la Academia de Ciencias Médicas Militares de Beijing. Tres semanas después de iniciar la fase I del ensayo clínico, sus promotores han anunciado que iniciarán la fase II “pronto”. A pesar de la publicidad, todavía están enrolando a los 500 pacientes que necesitan.
El segundo puesto en la carrera lo ocupa la colaboración entre la empresa estadounidense Moderna y los Institutos Nacionales de Salud, que esperan iniciar la fase II de su vacuna esta primavera. En este caso es una vacuna de ARN mensajero que favorecería que nuestro organismo produjera anticuerpos contra el SARS-CoV-2.
Completan la clasificación las tres propuestas de la farmacéutica Inovio, la Universidad de Oxford y la biotecnológica canadiense Symvivo. Sin embargo, ni en el mejor de los casos veremos un producto comercial este año, pues las vacunas suelen tardar más de una década en llegar al mercado. Implementar una contra el coronavirus en 18 meses sería, aun así, algo histórico.
“Para este brote desde luego no va a llegar a tiempo”, asegura a eldiario.es la investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid Martina Bécares, que defiende desarrollar una vacuna de cara al futuro. “Las estimaciones de la OMS sugieren que [el SARS-CoV-2] se va a quedar en la población, disminuirá en verano y luego quizá haya picos o se convierta en un virus más como los de la gripe y los resfriados”.
“Los prototipos y modelos van a una velocidad increíble y en unos meses podemos tener varios en fase clínica, pero hasta que se pueda comercializar pasará un año o un año y medio”, dice el investigador de la Universidad de Navarra Ignacio López-Goñi. Al igual que Bécares, asegura que la vacuna “será para otra oleada” en caso de que el virus regrese en futuros inviernos.
Ambos investigadores son optimistas y creen que, entre tantos candidatos, lo más probable es que más de uno tenga éxito. Descartan, por lo tanto, la posibilidad de que no sea posible hallar una vacuna eficaz contra el coronavirus responsable de la pandemia. “No está claro si los anticuerpos ofrecen protección, pero aunque no lo hagan al 100% esperamos que sea suficiente para que los síntomas se hagan más leves y disminuya la mortalidad”, explica Bécares.
Un equilibrio entre ética y prisa
El desarrollo de fármacos es una carrera de fondo. A la fase preclínica, con animales, las acompañan tres fases con pacientes en las que se determina la seguridad (I), efectividad (II) y utilidad respecto al tratamiento estándar ya disponible (III).
Sin embargo, empresas como Moderna están acelerando la fase preclínica con animales, un procedimiento tan poco habitual como la pandemia en la que estamos inmersos. Bécares no cree que esto suponga “mucho riesgo” para los voluntarios porque “este tipo de vacunas son seguras”, pero teme que está aceleración lleve a perder un tiempo valioso con productos ineficaces.
La seguridad es un tema que preocupa a otros investigadores debido al riesgo de que una posible vacuna agrave la infección en vez de evitarla. El fenómeno, conocido en inglés como 'immune enhancement', se ha observado en otros coronavirus que afectan a felinos.
“Este coronavirus produce una tormenta de citoquinas, una explosión que desregula el sistema inmune. No podemos saber las consecuencias que puede tener una vacuna”, admite López-Goñi. “Con la vacuna del dengue se vio que en quienes habían pasado la enfermedad varias veces la vacuna era mucho peor”.
“Todo es preliminar porque se va a contrarreloj, se ignoran muchas cosas y hay poca ciencia básica de fondo tras dos meses”, explica Bécares. “Hay esperanzas de que haya una vacuna, sea buena y se desarrolle una respuesta inmune eficaz no solo basada en anticuerpos, sino también celular que mate a las células infectadas”. Además, pone en duda que el 'retroceso' inmunológico observado en otras enfermedades como el dengue tenga lugar con coronavirus.
A pesar de todo, López-Goñi pide cautela. “Es como el dilema del tranvía: ¿qué hacemos? En este momento no hay más remedio que tirar para adelante y ser precavidos”. Por eso que la revista Science advirtió en un reciente editorial contra el peligro de poner todas las esperanzas en la ciencia y pedirle más de lo que puede dar. “La gente no entiende que la ciencia se equivoca, no tiene certidumbres”.
En esta línea, el epidemiólogo Marc Lipsitch escribía en un artículo de opinión reciente que “hace falta más ciencia en casi todos los aspectos de este virus, pero en esta pandemia, como en las otras, deben tomarse decisiones con grandes consecuencias antes de que se conozcan los datos”.
Vacunas ¿para todos?
Los precios de los respiradores que necesitan los pacientes más graves se han disparado en cuestión de semanas. Algo similar ha pasado con las mascarillas, cuya escasez ha golpeado a muchos países. El SARS-CoV-2 es una amenaza global y su derrota también lo será, pero este contexto de demanda extrema y pánico, ¿habrá vacunas para los miles de millones de personas que las necesitarán?
López-Goñi considera que la escasez y la retención de vacunas por parte de algunos países “entra dentro de lo posible”. Por eso el microbiólogo defiende la investigación de antivirales, “más sencillos” de probar y “más interesantes” en estos momentos para tratar a los pacientes más graves. “Las vacunas son complicadas porque requieren una colaboración público-privada y luego hay que producirla a gran escala, y no es lo mismo hacer 1 millón de dosis que 1.000 millones”.
“La producción es un factor limitante, pero creo que con los esfuerzos de tantas compañías y gobiernos habrá para todos”, comenta Bécares. “A corto plazo puede ser un problema la disponibilidad y habrá que priorizar a las poblaciones de riesgo, porque habrá candidatos que salgan pronto y otros que por seguridad o desabastecimiento tarden un poco más”.
La importancia de no repetir errores
Supongamos que se encuentra al menos una vacuna segura y eficaz contra el coronavirus. ¿Llegará a tiempo o se abandonará por el camino? Es un temor que la viróloga de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Angela Rasmussen expresaba en un reciente artículo periodístico publicado en 'PNAS'. “Para cuando supere los ensayos clínicos que determinen su seguridad y eficacia, ¿habrá la misma voluntad privada y gubernamental de invertir en ella y empujarla al mercado?”.
La pregunta puede parecer ridícula en medio de una pandemia con más de 120.000 fallecidos en todo el mundo, pero no sería la primera vez que se comete un error semejante. En 2016 el investigador estadounidense Peter Hotez estuvo a punto de lograr una vacuna contra el coronavirus responsable del SARS. Sin embargo, para entonces la enfermedad que acabó con la vida de más de 700 personas era un recuerdo lejano, pues el último caso reportado se remontaba a 2004.
Hotez no logró captar el interés y los fondos necesarios para terminar la que hubiera sido la primera vacuna contra un coronavirus humano. “Puede pasar exactamente igual [que con la vacuna del SARS] y con la del ébola, aunque esta al final se usó en el último brote”, explica López-Goñi. Por eso, cree que debemos pensar en la vacuna como en “un extintor” que tenemos en casa. “Lo mejor es que no lo uses nunca, pero debes tenerlo porque si no se te quema la casa”. Con esta mentalidad, invertir en vacunas y tratamientos es como invertir en un seguro de vida.