Es uno de los artistas católicos más reconocidos del momento. Sus mosaicos pueblan iglesias de todo el mundo, desde una en el mismísimo Vaticano (regalada por los cardenales a Juan Pablo II por sus 50 años como sacerdote) hasta la capilla de la Conferencia Episcopal, donde rezan y celebran misa los obispos españoles. Catedrales como la Almudena y santuarios como la cueva de San Ignacio de Manresa o Fátima en Portugal cuentan con obras del jesuita esloveno Marko Ivan Rupnik.
Los responsables de muchos de esos templos se cuestionan, desde hace días, la conveniencia de mantener abiertas esas capillas decoradas con sus pinturas. ¿La razón? Las acusaciones de abusos psicológicos y sexuales llevados a cabo, presuntamente, por el religioso durante la década de los 90 en una comunidad religiosa de Luibliana, donde el jesuita ejercía como padre espiritual.
“Los abusos han prescrito”. Esa fue la lacónica respuesta de la Compañía de Jesús después de conocerse el escándalo, cuya resolución pone en duda la política de tolerancia cero planteada por el papa Francisco (quien no se ha pronunciado sobre el caso) y auspiciada, al menos en lo tocante a los abusos a menores, por los mismos jesuitas. Y es que, tal y como comentan fuentes cercanas al proceso, Rupnik habría recibido un “trato de favor” en la investigación llevada a cabo por la Congregación para la Doctrina de la Fe el año pasado.
En un comunicado, los jesuitas señalan que el Vaticano recibió la denuncia en 2021 y que, en la misma, “no había ningún menor implicado”. Un modo de subestimar la gravedad de los hechos, investigados por un religioso dominico.
“Nos aferramos a la prescripción y esperamos que todo acabe aquí”
En octubre pasado, Doctrina de la Fe concluía el proceso, dictaminando que Rupnik no podía ser sancionado al haber prescrito los supuestos abusos a religiosas, pero sin negar su existencia. No obstante, las medidas cautelares planteadas por los jesuitas siguen vigentes. Entre ellas, la prohibición de confesar o participar en actividades públicas sin la autorización de sus superiores. En cambio, sí puede seguir celebrando la eucaristía.
“La Compañía de Jesús toma en seria consideración cada denuncia sobre cada uno de sus miembros. La misión de la Compañía de Jesús es también una misión de reconciliación. Queremos acoger a todas y todos de esta forma abierta”, finaliza el comunicado de los jesuitas. Sin embargo, la polémica no ha hecho sino incrementarse con el paso de los días, alimentándose la tesis de que las mujeres, aunque sean adultas, siguen siendo consideradas ciudadanas (y víctimas) de segunda en la Iglesia.
Entre los propios jesuitas, la indignación también es patente. Así, quien fuera provincial de los jesuitas del Mediterráneo, Gianfranco Matarazzo, criticó que “con el caso Rupnik, nos aferramos a la prescripción, y esperamos que todo acabe aquí. ¿Nos llama el Señor a este enfoque?”.
Para Matarazzo, la forma de gestionar este escándalo “es un tsunami de injusticia, falta de transparencia, gestión cuestionable, actividad disfuncional, trabajo personalizado, comunidad apostólica sacrificada al líder y trato desigual”, lo que se evidencia al comprobar que no hay una sola referencia a las víctimas en la declaración oficial de la Compañía de Jesús.
“Un daño mortal para la Orden de los Jesuitas, pero más aún para la Santa Madre Iglesia. Un caso más, por si no fuera suficiente lo ocurrido hasta ahora”, recalca el religioso, quien pide a sus hermanos “ofrecer una reconstrucción detallada de todo lo sucedido” y “aceptar toda la responsabilidad y las consecuencias”, algo que no ha sucedido.
Frente a esto, el general de los jesuitas, Arturo Sosa, afirmaba, en una entrevista al portal portugués 7Margens, que “no hemos ocultado nada sobre el ‘caso Rupnik’” aunque, a día de hoy, no se conoce ni el número de víctimas, ni si estas denunciaron o no, ni en qué consistieron esos abusos. “Este tipo de conductas son inaceptables”, trataba de justificar Sosa, incidiendo en que las sanciones impuestas durante la investigación siguen vigentes, pese a que esta se dio por finalizada. Una forma de admitir la culpabilidad del artista, que sigue teniendo libertad de movimientos por cuestiones laborales. Porque Rupnik sigue interviniendo en decenas de templos y santuarios católicos en todo el mundo, lo que despierta otra pregunta: ¿Se puede separar la obra de un artista de su comportamiento en temas relacionados con violencia de género o abusos a menores o personas vulnerables?
“¿Qué se hace? Se busca el camino de, si es pecado, que sea perdonado. Se aplican todas las leyes civiles necesarias, se aplican todas las leyes canónicas, pero al final, lo que queremos con la gente –las víctimas y los autores– es que se perdonen a sí mismos”, se justifica el general de los jesuitas.
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