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El Centro Nacional de Microbiología es incapaz de hallar el origen de una sustancia que intoxicó a 48 trabajadores

El aire se enrareció. La atmósfera en el área de investigación de Genómica se volvió “cargada” y con olor extraño. Varios trabajadores del laboratorio sintieron cómo les causaba irritación en la garganta y en la boca. A esto le siguió la aparición de “llagas en la boca, cefaleas y sabor metálico”. Era el 4 de octubre y un misterioso pico de contaminación química comenzaba a extenderse por el aire del Centro Nacional de Microbiología en Madrid.

Desde ese episodio que desvela ahora elDiario.es, el Instituto de Salud Carlos III –ISCIII–, al que pertenece este centro, lleva seis meses sin haber encontrado la fuente de este caso de contaminación que ha intoxicado a 48 trabajadores, alterado sus investigaciones y obligado reducir los animales de laboratorio que crían para sus trabajos, según los informes y comunicaciones internas a los que ha tenido acceso esta redacción a través de El caballo de Nietzsche.

En el campus del Instituto trabajan unas 500 personas de las que, aproximadamente, 300 pasan por el edificio del Centro Nacional de Microbiología. “Ninguno ha precisado baja laboral” por este “cambio en las condiciones ambientales”, subraya la dirección en respuesta a elDiario.es. “Hemos hecho seguimiento de todos, aun cuando somos conscientes de que se trata de unos síntomas que podrían estar relacionados con otros cuadros clínicos”. ¿El problema? El Instituto sigue sin poder aclarar cuál ha sido el origen de la contaminación.

El agente químico se extiende

El “agente químico”, como se le llama en los documentos y que en un principio era desconocido, se expandió durante días por las instalaciones. Tras el primer brote, cada jornada, el tóxico alcanzaba más dependencias y a más personal. El 5 de octubre, los siguientes en caer después de los de Genómica fueron los trabajadores del laboratorio de Antibióticos, contiguo al primer foco.

En las semanas posteriores la contaminación siguió ampliándose a otras zonas del centro, según constata el informe de asesoramiento de la Unidad de Prevención y Salud Laboral del Instituto: para el 13 de octubre dos trabajadores del laboratorio de Enterobacterias, situado enfrente a la primera zona contaminada, debieron acudir a consulta “con síntomas similares”.

El problema no se detenía. El 17 de octubre, 13 días después de que se presentaran los primeros casos, varias trabajadoras del primer laboratorio contaminado acudieron a Salud Laboral “con mayor afectación de vías respiratorias altas”. Un día después fueron operarios del laboratorio de Parasitología (este ya en una planta superior) los que presentaron síntomas de haber inhalado el tóxico: presentaban la misma irritación en boca, nariz y garganta.

En esas fechas, la búsqueda de qué tipo de tóxico se extendía por el centro apuntó a unos niveles altos de una mezcla de acetona y otro compuesto llamado acroleína. Los técnicos no podían discernir cuánto había de cada uno.

Si se trataba de acroleína, explican los informes internos, el nivel de concentración en el aire que respiraban los trabajadores supondría “una exposición muy alta a este compuesto”, del que, reconocían entonces, “se desconoce su origen”. Se mandó analizar la mezcla por parte del laboratorio externo SGS Tecnos.

Mientras, la situación en el centro no amainaba. El 19 de octubre los trabajadores del animalario –las instalaciones donde se crían los ratones de laboratorio, situado en el sótano más profundo del edificio– dejaron de trabajar y salieron inmediatamente de su área porque comenzaron a notar “un olor putrefacto muy insoportable”, según recoge el informe de respuesta elaborado por una de la contratistas que instalaron parte del equipo en ese animalario, la empresa Matachana.

El documento de Salud Laboral relata cómo esos operarios “interrumpen su actividad y salen por un fuerte olor a químico”. Otra vez, el agente les provocó irritación, además de “dolor de cabeza y mareos”. En la zona del lavadero del animalario “se percibe fuerte olor a químico y se observa que algún compuesto ha afectado el acero inoxidable exterior de los equipos de lavado”.

El informe detalla que algunos operarios que pasaron por las dependencias afectadas por el tóxico luego presentaron síntomas a pesar de trabajar en zonas alejadas de los focos de contaminación.

Hasta el 2 de diciembre se realizaron 77 consultas médicas (algunas personas lo hicieron más de una vez), según el informe. “Principalmente” han sido profesionales de Genómica, Antibióticos, Parasitología y el Animalario del Centro Nacional de Microbiología.

La acroleína obliga a cerrar dependencias

Finalmente, se concluyó que el agente químico nocivo era la acroleína. El Instituto encargó que se hicieran mediciones en exterior del centro –“dentro y fuera del campus” donde está situado el ISCIII– y se obtuvieron “valores altos en la calle”. Las conclusiones dicen que “la contaminación por acroleína afecta a todo el campus de Majadahonda [la localidad madrileña donde se sitúa]”. Pero no se detalla de dónde sale la acroleína o cómo –si es que es un agente externo– ha entrado en los edificios del Instituto.

La acroleína es un producto químico que se genera en procesos de combustión, incineración, en vertederos y lo contienen biocidas acuáticos. Es tóxico si se inhala o ingiere. Pero el misterio es que “no lo utiliza ningún laboratorio en el edificio”. Los documentos internos revisados por elDiario.es son claros en cuanto al desconcierto que el problema genera: listan pruebas e hipótesis, pero concluyen con el fracaso de las pesquisas: “No se encuentra un foco de generación”. No saben de dónde sale ni cómo se expande por las instalaciones.

La aparición y persistencia de la acroleína en el aire ha alterado el funcionamiento del Centro Nacional de Microbiología. El episodio obligó, en un principio, a cerrar dependencias durante varias jornadas y restringir las horas que muchos trabajadores podían pasar en sus laboratorios, además de operar con equipos de protección. En varios laboratorios y dependencias del CNM se llegaron a limitar a dos y tres horas al día el tiempo máximo que los investigadores podían estar en esas áreas.

El Instituto explica que sus sistemas de ventilación están bien: “Las inspecciones encargadas a empresas externas sobre su funcionamiento y el de los equipos de esterilización del animalario no han identificado deficiencias”. Frente a la impotencia de no encontrar un foco de contaminación que eliminar, se intenta mejorar la situación aumentando “la capacidad de ventilación de las dependencias”, según recogen los informes.

Con el correr de los meses, y aunque el misterio sigue sin resolverse, a medida que las mediciones arrojaban datos menos dañinos, las limitaciones se iban acotando en algunas dependencias. No en el animalario.

El número de ratones “es inmanejable”

En un correo electrónico a los trabajadores de mediados de febrero de 2023 –cuatro meses después de los primeros casos– se informa de que “respecto al trabajo en el Animalario, los problemas de los efectos tóxicos” que se arrastraban desde octubre “siguen existiendo”, escriben. En esa comunicación se afirma que “el personal del animalario sigue haciendo jornadas de trabajo cortas (3h/día)”.

Esas jornadas cortas deterioraban el trabajo y por tanto, las directrices del correo indican la necesidad de una rebaja drástica del número de ratones: “Es necesario reducir el número para asegurar el bienestar animal, puesto que el tiempo de dedicación del personal está muy limitado”, describen las comunicaciones internas.

¿Cuánto? En el animalario se mantienen 10.000 animales, indica el CNM, un número que ante este episodio resulta “inmanejable”, como sentencia un correo electrónico en el que se explica la medida ante la emergencia: debe reducirse el volumen. “Es imprescindible que todos los usuarios reduzcan el número de jaulas”, dice la comunicación enviada a los trabajadores. Los cálculos del centro que aparecen en esa comunicación dicen que debían rebajarse las jaulas de cría “al menos un 50%”.

La realidad que expone el correo electrónico es que no es posible mantener tantos animales, porque empiezan a estar afectados por la situación. Reducir el número, según sus previsiones “ayudará a determinar si los problemas observados en los animales pueden ser debidos al estrés derivado de la reducción de horas dedicadas o al agente químico”. Evidentemente, eso implica “disminuir la carga experimental de cada uno de los laboratorios usuarios”. A menos ratones, menos investigaciones.

El Instituto no aclara en qué medida se ha reducido el número de animales. Explica que, actualmente, “la jornada laboral mantiene la cobertura de las necesidades y se ajusta para garantizar el buen funcionamiento de las instalaciones y el bienestar animal”, pero no especifica cuánto tiempo puede trabajarse allí. “El límite máximo de exposición está vinculado a la variable de tiempo”, aseguran.

“La reducción del número de animales está vinculado a un descenso en la cría de los mismos. En ningún caso se contempla el sacrificio”, ha insistido el ISCIII, que afirma que están inmersos en “un plan de reducción del uso de animales de experimentación”. Sin embargo, reconoce que “en este caso, tiene una aplicación evidente para la solución del tema que nos ocupa”. Es decir, las consecuencias de la contaminación del aire.

La situación en el animalario hizo que la dirección tuviera organizado un traslado de animales a dependencias en otra localidad para mantener ciertos linajes de ratones para la experimentación . “A finales de marzo deberíamos identificar qué queremos llevarnos”, se informaba por escrito a lo trabajadores.

El Instituto contesta de momento se ha descartado el traslado y que estas indicaciones “hacen referencia a la preparación de una eventual modificación del plan de actuación derivado de la presencia del tóxico”.

Un tóxico que, meses después, se desconoce de dónde vino y cómo entró en el centro de investigación. 

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