- Mario Tascón y Yolanda Quintana explican en el libro Ciberactivismo. Las nuevas revoluciones de las multitudes conectadas, publicado en Los Libros de la Catarata, cómo los poderes clásicos han descubierto estupefactos que están perdiendo el control sobre los clientes, lectores, espectadores y trabajadores. El activismo online es un protagonista de las relaciones internacionales que ya no puede desdeñarse.
Se extiende por el mundo una nueva forma de activismo social. En los uÌltimos anÌos hemos presenciado las revoluciones aÌrabes, las filtraciones de secretos de las embajadas de Estados Unidos y los Gobiernos de todo el mundo a traveÌs de Wikileaks, las acciones del colectivo de ciberatacantes Anonymous contra companÌiÌas como Visa o Amazon, los movimientos del 15M en EspanÌa, Occupy en Estados Unidos o Yo soy 132 en MeÌxico, las protestas en Rusia, o campanÌas electorales muy basadas en redes sociales como la que en 2008 llevoÌ a Obama a la presidencia de Estados Unidos.
Junto a estos fenoÌmenos de movilizacioÌn colectiva, o impulsaÌndolos muchas veces, surgen casos de activistas individuales que usan las plataformas y redes digitales para dar a conocer su protesta, buscar aliados y enfrentarse a antagonistas no hace mucho inalcanzables.
Algunas de estas batallas se han librado en esferas tan cotidianas como la vulneracioÌn de nuestros derechos como consumidores y que, por su impacto online, saltaron a los grandes medios: fue el caso del enfrentamiento del guruÌ del periodismo Jeff Jarvis con la tecnoloÌgica Dell en 2007, el viÌdeodenuncia de John Tyner, un informaÌtico californiano de 31 anÌos, sobre el acoso al que le sometieron en 2010 los vigilantes de seguridad del aeropuerto de San Diego, o el usuario alicantino que, en agosto de 2011, hackeoÌ la web de Movistar para dejar constancia en ella, mediante una accioÌn XSS (CrossSite Scripting o Secuencias de comandos en sitios cruzados), de las deficiencias de su servicio de banda ancha.
Pero hay otras con un alcance capaz de redefinir el mapa poliÌtico mundial. Los egipcios Alaa Abd El Fattah o Wael Ghonim, los sirios ocultos bajo los seudoÌnimos Rami Nakhe o Alexander Page, o la espanÌola Carolina, una de las iniciadoras de la convocatoria mundial de protesta del 15 de octubre de 2011, son nombres que ya forman parte de la historia del activismo online.
Estos episodios y protagonistas ilustran la tesis central de nuestro libro: si algo es distintivo de estas nuevas formas de movilizacioÌn y protesta social es el hecho de que, ahora, “todos somos potencialmente activistas”.
Un enfoque que contrasta con la aproximacioÌn maÌs extendida: la que se centra en contemplar el papel “instrumental” de la Red. Algo que no es un asunto nuevo. Las protestas contra la OrganizacioÌn Mundial del Comercio, durante su reunioÌn en Seattle en 1999, fueron la primera gran ocasioÌn en la que se hizo visible coÌmo un movimiento se puede alimentar, propagar y llegar a ser global a traveÌs de las –nuevas entonces– tecnologiÌas de la comunicacioÌn.
Se trataba en aquella ocasioÌn de movimientos sociales preestablecidos (organizaciones no gubernamentales, grupos ecologistas, sindicales, de agricultores...) que usaron como herramientas de comunicacioÌn y protesta las nuevas armas digitales a su alcance.
Aunque, incluso antes, el activismo en la web ya habiÌa escrito sus primeros capiÌtulos con la reivindicacioÌn y defensa de la ideologiÌa de Internet, a traveÌs de grupos autodenominados ciberhackers, ciberpunks..., integrados en plataformas como la Electronic Frontier Foundation, que terminariÌan en ocasiones por autodisolverse seguÌn llegaba la universalizacioÌn progresiva del uso de la Red.
Precisamente, aquiÌ plantearemos, como segunda tesis central, que es desde esos oriÌgenes desde donde debemos enfocar el activismo social que hoy se nos presenta. Ya no se trata solo de facilitar la amplificacioÌn del mensaje de un colectivo social o reducir el coste de sus acciones de protesta. Lo determinante es la transformacioÌn del escenario (el espacio puÌblico) en el que esas batallas se deciden. Una transformacioÌn cuyo fundamento no es otro que la cultura hacker y los valores de la Red.
Junto a todo ello, la situacioÌn de crisis econoÌmica global y el progresivo deterioro de la legitimidad de los intermediarios establecidos (poliÌticos y periodistas) favorece acciones de ciberactivismo, cuyos objetivos apuntan a las bases mismas de un sistema decadente: bancos, partidos y medios de comunicacioÌn.
En este aÌmbito se situÌan acciones como la OperacioÌn #OpCashBack, que instaba, en Estados Unidos, a retirar los ahorros de los grandes bancos para depositarlos en pequenÌas entidades (Credit Unions), o, en EspanÌa, la iniciativa #nolesvotes, que buscaba castigar a los partidos cuyos grupos parlamentarios votaron a favor de una ley “antidescargas” que, seguÌn sus promotores, “somete Internet a una legislacioÌn excepcional, con grave merma de los derechos a la libertad de expresioÌn e informacioÌn y a la tutela judicial efectiva, posibilitando un mayor control poliÌtico de la red” y tambieÌn romper el bipartidismo que favorece el sistema electoral espanÌol.
TambieÌn hitos del activismo online. Como la campanÌa 15MpaRato, que en solo dos diÌas, en la primavera de 2012, reunioÌ, gracias a una financiacioÌn colectiva por el meÌtodo del “micromecenazgo”, 18.000 euros necesarios para presentar una querella judicial contra el expresidente del FMI y de la entidad financiera Bankia, Rodrigo Rato.
En este libro pretendemos ofrecer respuestas a las preguntas que consideramos que son las esenciales ante esta realidad: ¿queÌ tienen de nuevo estas formas de ciberactivismo?, ¿cuaÌles son las circunstancias en las que surgen y que las explican?, ¿queÌ dinaÌmicas siguen?, ¿cuaÌl es el papel de las tecnologiÌas en todo ello?, ¿y el de los medios de comunicacioÌn?, ¿en queÌ posicioÌn dejan estos fenoÌmenos a las elites tradicionales? Y, finalmente, ¿es real el poder de la “sociedad conectada”?
Son cuestiones que aceptan muÌltiples enfoques para ser abordadas. Hemos optado por la croÌnica periodiÌstica con la idea de reconstruir, a partir de los acontecimientos considerados clave y de sus protagonistas, el relato de este nuevo activismo y de las nuevas formas de participacioÌn poliÌtica que estaÌn adoptando las sociedades.
1. Nuevas revoluciones. La sociedad en red y la influencia de la cultura 'hacker'
Febrero de 1996. En la ciudad suiza de Davos se celebra la asamblea anual del World Economic Forum para analizar la “globalizacioÌn de la economiÌa mundial”. Se recuerda porque en ella, quien fuera presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer, acusoÌ duramente a la ComisioÌn Europea de haber sido incapaz de presentar una propuesta que garantizase la estabilidad de la futura unioÌn monetaria, para terminar advirtiendo: “Los poliÌticos deben comprender que estaÌn en lo sucesivo bajo el control de los mercados financieros y no solo de sus electores”. No seriÌa el uÌnico pronoÌstico acertado.
El anÌo 1995 habiÌa sido el de Internet, con el desarrollo de la WWW como principal servicio de la Red. El nuÌmero de servidores conectados a Internet superaba entonces los cinco millones y se produjeron hechos como el lanzamiento del navegador Netscape o el buscador Altavista. Davos, igual que hiciera un anÌo antes el G7, pone sus focos sobre estas, llamadas entonces “superautopistas de la informacioÌn”. Se invita a Bill Gates y al hacker J. P. Barlow, letrista del grupo Grateful Dead y cofundador de la Electronic Frontier Foundation, asociacioÌn pionera en la defensa de las “ciberlibertades” y en esos momentos muy activa contra la Communications Decency Act (CDA) [Ley de Decencia en las Telecomunicaciones], una norma que se tramitaba en el Congreso norteamericano y contemplaba severas restricciones a la libre circulacioÌn de contenidos en Internet.
Barlow, en una intervencioÌn que escribe enfadado y algo borracho, se dirige a los liÌderes mundiales presentes en la cumbre para prevenirles: “No sois bienvenidos entre nosotros. No ejerceÌis ninguna soberaniÌa sobre el lugar en el que nos reunimos”.
Se trata de la “DeclaracioÌn de independencia del ciberespacio”. Un texto que, por encima de su lirismo y sus tintes utoÌpicos, contiene claves tan actuales que el discurso puede calificarse de premonitorio en muchos de sus puntos: “No teneÌis ninguno derecho moral a gobernarnos [...]”; “No nos conoceÌis ni conoceÌis nuestro mundo”; “os atemorizan vuestros propios hijos, ya que ellos son nativos en un mundo donde vosotros siempre sereÌis inmigrantes. Como les temeÌis, encomendaÌis a vuestra burocracia las responsabilidades paternas a las que cobardemente no podeÌis enfrentaros”, son algunas de sus frases emblemaÌticas.
¡Quieto! No des ni un paso en falso y suelta esa Blackberry muy despacito. ¡DES-PA-CI-TO!
(Pablo Soto MP2P)
En realidad, la historia que ayuda a entender los movimientos actuales de protesta habiÌa comenzado dos deÌcadas antes de esta fecha, con la invencioÌn del ordenador personal (1973) y la red Arpanet (1969), el embrioÌn del actual Internet y de un nuevo paradigma: “El informacionalismo fue en parte inventado y decisivamente modelado por una nueva cultura que resultoÌ esencial en el desarrollo de las redes informaÌticas, en la distribucioÌn de la capacidad de procesamiento y en el aumento del potencial de innovacioÌn por medio de la cooperacioÌn y la participacioÌn. La comprensioÌn teoÌrica de esta cultura y de su papel como fuente de innovacioÌn y creatividad... es la piedra angular de la geÌnesis de la sociedad en red” (M. Castells: 123).
Un aspecto relevante de estos oriÌgenes, que fueron en el aÌmbito universitario y no militar, como erroÌneamente tiende a afirmarse, fue su vinculacioÌn con las dinaÌmicas del trabajo cientiÌfico.
Internet, creado por un grupo de expertos, denominados entre ellos hackers, defensores de los valores de la distribucioÌn del conocimiento cientiÌfico –abierto, compartido, revisable y jerarquizado por meritocracia– y de la contracultura, se funda sobre esos principios. La Red se creoÌ para compartir, cooperar y crear conocimiento de manera colaborativa a partir del libre acceso a la informacioÌn. Unos valores que proceden del entorno universitario en el que se desenvuelven: “Este parentesco con el modelo acadeÌmico de investigacioÌn no es accidental: la transparencia puede considerarse un legado que los hackers han recibido de la universidad” (La eÌtica del hacker y el espiÌritu de la era de la informacioÌn, Pekka Himanen).
Fue Steven Levy (que en el libro Hackers. Heroes of the computer revolution presentaba el mundo de estos geniales pioneros) quien advirtioÌ que existiÌa “una filosofiÌa comuÌn que pareciÌa ligada a la loÌgica de los ordenadores. Era la filosofiÌa de compartir, de la apertura, la descentralizacioÌn [...]”. Y todo ello para un fin: “Mejorar las maÌquinas y mejorar el mundo”. Era la EÌtica Hacker.
No habiÌa manifiesto ni texto donde se plasmase este “suenÌo” no escrito, que Levy resumioÌ en estos preceptos:
- El acceso a los ordenadores y cualquier cosa que pue da ensenÌarte algo sobre la manera que funciona el mundo deberiÌa ser ilimitado y total.
- Toda la informacioÌn debe ser libre.
- DesconfiÌa de la autoridad. Promueve la descentralizacioÌn.
- El hacker debe ser juzgado por su hacking, no por criterios falsos como la titulacioÌn, la edad, la raza o la
- posicioÌn.
- Puedes crear arte y belleza con un ordenador.
- Los ordenadores pueden cambiar tu vida para mejor.
- Como con la laÌmpara de Aladino, puedes conseguir que hagan tu voluntad. Seguramente todos podriÌan beneficiarse de experimentar este poder. Seguramente todos podriÌan beneficiarse de un mundo basado en la EÌtica Hacker.
Estos principios son los mismos que subyacen en las movilizaciones sociales que se producen en la actualidad.