En 1983, Sally Ride se convirtió en la primera mujer de Estados Unidos en viajar al espacio exterior. Durante los preparativos de su viaje a la Estación Espacial Internacional, en la que permanecería durante seis días, los ingenieros de la NASA le entregaron su kit de aseo, con tampones, y le preguntaron: “¿Serán 100 suficientes?”. Además, los habían unido a través de los cordones para que no salieran volando, como una ristra de longanizas de varios metros de longitud. Los hombres de la reputada agencia espacial, con mentes brillantes, no solo desconocían totalmente un aspecto básico de un fenómeno tan cotidiano como es la menstruación, sino que no se les ocurrió preguntar a Ride sobre cuánto menstrúa normalmente antes de entregarle ese rosario de tampones.
La anécdota de Ride no es un suceso aislado. Existe un generalizado desinterés científico por la menstruación. Paul Blumenthal, ginecólogo y profesor de la Universidad de Stanford, cuantifica la magnitud de esta indiferencia científica en un editorial en la revista científica BMJ Sexual & Reproductive Health: al buscar “sangre menstrual” en PubMed (la base de datos biomédica por excelencia en todo el mundo), solo aparecen 400 publicaciones científicas registradas en las últimas décadas. En cambio, si usamos los términos “disfunción eréctil”, encontramos alrededor de 10.000 artículos científicos en el mismo periodo de tiempo. Por otro lado, no fue hasta 2005 que la Federación de Ginecología y Obstetricia (FIGO), que representa a estos especialistas médicos en más de 100 países, tomó medidas y estableció una terminología estándar para definir la frecuencia, regularidad, duración y volumen de los ciclos menstruales y así valorar mejor cuándo son o no normales.
El líquido azul
Aunque la menstruación siga siendo un tema tabú en muchos lugares, se trata de un fenómeno fisiológico normal en las mujeres desde la primera regla (la menarquia) hasta la menopausia. Blumenthal señala que aproximadamente el 26% de la población mundial menstrúa, lo que supone que, cada día, unas 800 millones de personas están con la regla. Ante algo tan extremadamente frecuente, sería de esperar un conocimiento científico amplio sobre –al menos– los productos de higiene empleados durante la menstruación. Una vez más, no es así. La mayor parte de la investigación que han realizado los fabricantes para evaluar la absorción de productos como compresas y tampones no ha sido con sangre menstrual, sino con agua y soluciones salinas.
Como si se tratasen de anuncios de TV publicitando estos artículos (en los que jamás aparecerá sangre, sino bonitos líquidos azules), los estudios que evalúan la absorción de tampones, compresas y otros productos también suelen evitar este líquido elemento, lo que supone un importante error. La sangre menstrual tiene características diferentes del agua o una solución salina, que influyen en su absorción por parte de productos de higiene femeninos: posee una mayor viscosidad y se coagula debido a la presencia de glóbulos rojos, plaquetas, tejido endometrial y secreciones vaginales, entre otros muchos elementos.
Aun teniendo en cuenta estos precedentes, resulta difícil de creer que la primera investigación científica que ha evaluado la absorción de diferentes productos de higiene para la menstruación con sangre humana se haya publicado el pasado agosto, año 2023. La sangre que se empleó no era menstrual, sino concentrados de glóbulos rojos, en los que se elimina o reduce la cantidad de plasma sanguíneo y de plaquetas, que se utilizan con mucha frecuencia en las transfusiones. Entre los 21 artículos analizados había, además de compresas y tampones con diferentes grados de absorción, copas y discos menstruales, compresas reutilizables y postnatales y bragas menstruales.
No absorben como creíamos
Los científicos descubrieron varios hechos relevantes en su estudio. En primer lugar, que existe una amplia variabilidad en la capacidad de absorción de los productos menstruales. En la actualidad, no hay un estándar en la industria para cuantificar los niveles de absorción de sangre de los diferentes productos. Solo los tampones tienen una regulación en ese sentido, basándose en la absorción de solución salina. Este marco regulatorio influye en que haya una gran diferencia en la absorción de productos que, en teoría, deberían tener una capacidad equivalente. Además, la mayoría de los productos absorbían menos sangre de lo que se esperaba de ellos, por lo que su etiquetado era erróneo. Los productos que más sangre retenían eran los discos menstruales (61 ml de media, con una marca que llegaba a retener 80 ml), mucho más que las copas, los tampones y las compresas (entre 20 y 50 ml). Los artículos que menos absorbían eran unas bragas menstruales, que solo retenían 2 ml de media.
Conocer la capacidad de absorción de los productos para la menstruación no es un capricho. Que los productos para la menstruación absorban menos de lo que indican puede afectar especialmente a la calidad de vida de las mujeres con sangrados menstruales abundantes, que suponen en torno a un tercio de las mujeres que menstrúan. Recurrir a estos productos puede llevarles a manchar la ropa y a enfrentarse a situaciones sociales especialmente incómodas, así como también a emplear más dinero en un mayor número productos que no son óptimos para retener ese gran volumen de sangre menstrual.
Por otro lado, el método más utilizado para saber si una mujer tiene una regla excesivamente abundante (que se define como una pérdida de más de 80 ml de sangre a lo largo de todo el periodo menstrual) es a través de la valoración del total de productos usados a lo largo del día o al cabo de unas horas. Si los médicos pueden valorar con más precisión el sangrado menstrual de sus pacientes, también podrán detectar mejor cuándo este podría ser un problema médico y tomar medidas al respecto.