“Nos sentamos todos en un círculo y se saca un tema al azar. Puede ser un problema o una preocupación. Y simplemente se comenta. Yo diría, ‘me ha pasado tal cosa’. Aunque se suele centrar en las cosas malas. Si alguien ha pasado por algo parecido se conversa sobre ello y esto te ayuda un montón”. Así es como mucha gente describiría el funcionamiento de un grupo de apoyo. El que no lo ha visto en la tele, se ha podido topar con algo parecido en una asociación de barrio o incluso en el instituto. Pero esta es la historia de Ángel Faya Ortiz, que tiene 24 años y, hace seis, le diagnosticaron trastorno esquizoafectivo. Este vecino de Villaverde Alto, junto a otras 24 personas, acude cada semana a la sede de la Asociación Salud y Ayuda Mutua (ASAM) para encontrar una parte de sí mismo en los otros. Y no es fácil. Porque al mismo tiempo todos luchan contra el estigma.
No sentirse solo, olvidarse por un rato de los problemas y hablar de su enfermedad son algunas de las cosas que Ángel ha encontrado en el programa Primer Paso, puesto en marcha por ASAM, que busca aumentar el nivel de bienestar de las personas que padecen una enfermedad mental grave. El proyecto echó a andar en 2016 y se centra, sobre todo, en los primeros brotes y en la prevención.
“Ahora, de media, el primer brote psicótico puede aparecer entre los 17 y 18 años”, explica Yasmina García, coordinadora infanto-juvenil de la fundación ASAM. “Antes estábamos muy centrados en la atención secundaria y nos dimos cuenta de que había que atender de forma primaria. Porque la enfermedad se puede prevenir”, explica Yasmina en un despacho en la sede de la fundación. Del edificio de ladrillo rojo entran y salen varias personas que quedan en verse pronto. En el centro siempre hay actividades y a los usuarios les cuesta despedirse de sus monitoras. Es un lugar seguro.
Un reciente informe publicado por el Observatorio del Medicamento concluyó que, en estos momentos, casi un 2,9% de la población en España padece una enfermedad mental grave, esto es, alrededor de un millón de personas.
Cada año entran en el programa de Primer Paso 25 personas con un diagnóstico de trastorno mental grave o con situaciones crónicas de ansiedad o depresión. Lo primero que se hace es tratar de estabilizarlas, esto significa hacer que se encuentren bien para poder realizar los talleres, las salidas de ocio y los planes de orientación educativa y laboral.
Estabilidad y sentido de pertenencia
“Cuando los chicos y chicas tienen dificultades asociadas a la salud mental grave, a veces es recomendable un tratamiento farmacológico y apoyo psicológico, pero si luego esos chicos no tienen la oportunidad de socializar, de sentir pertenencia, el tratamiento es incompleto”, destaca la coordinadora, que se muestra satisfecha y orgullosa de la labor que hacen en Aluche (Madrid). “¿De qué te sirve ir al psicólogo si luego te encierras en tu casa otra vez?”, se pregunta.
Ángel sabe de lo que habla su monitora. Al principio, antes de ponerle nombre a lo que le estaba sucediendo, se sentía como en un tiovivo. “Tenía crisis con frecuencia. Podía estar depresivo durante tres semanas y era una tristeza muy grande. No tenía ganas de hacer nada. Luego, cuando estaba maniaco, me provocaban la depresión con medicina para que no lo estuviera. Salir de la depresión por mí mismo era más fácil que salir de la manía”.
Ya con un tratamiento, su psicólogo le recomendó acudir a los talleres de ASAM y desde 2016 va desde su barrio hasta Eugenia de Montijo en un autobús en el que tarda una media hora. Pero nunca se lo pierde. “Cuando entré ni siquiera estaba estable. Venir me ayudó mucho porque yo le daba muchas vueltas a la cabeza y aquí pude hacer amigos. En menos de un año, empecé a notar que me estaba recuperando”, recuerda con voz calmada. “De no haber sido por esto, no habría tenido por ejemplo con quien estar. Yo no conocía a gente por mi barrio”.
Aparte de la atención psicológica y de promover el ocio, el programa teje redes entre jóvenes que tienen cosas en común y que no tienen miedo de hablar sobre lo que les pasa. Ángel reconoce que fuera del edificio de ladrillo, de ese lugar seguro, es difícil hablar de enfermedad mental grave. “Siento que no puedo hablar enteramente de ello”, comenta sin acritud. “Hay personas que no le dan importancia y otras que, incluso con empatía, intentan evitar hablar del tema”, asegura.
Ángel, que por culpa de la medicación terminó la ESO “a regañadientes”, ahora está estudiando un grado superior de gestión administrativa en el Instituto Clara del Rey y, cuando tiene tiempo, le gusta jugar a la Play, escuchar música e ir con los amigos a la bolera, “si hay dinero”.
La pandemia ha multiplicado las necesidades
A la asociación le gustaría tener muchas más plazas porque tienen lista de espera, pero la financiación da hasta donde da. Yasmina explica que, para una salida de diez personas a un museo, por ejemplo, se necesitan mínimo dos monitoras, además de un apoyo económico fijo para contratar a las psicólogas y psicólogos. “El año pasado tuvimos una donación privada de Reale y este año de la Fundación La Caixa”, apunta. La demanda que llegan a cubrir es en función de los profesionales que pueden permitirse en cada momento. Yasmina considera que la asociación ayuda también al Sistema Nacional de Salud porque suponen “un alivio para las listas de espera”.
“Es un programa que a raíz de la pandemia ha ido en aumento porque más personas se han encontrado con mayores situaciones de dificultad. Nos hemos visto sobrepasados”, lamenta la especialista.
Nuestro país está muy por debajo de la media en cuanto al número de especialistas en salud mental. En España, hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes y la media europea se sitúa en 18. En cuanto a psiquiatras, según Eurostat, hay 11 por cada 100.000, sin embargo, países como Francia, Noruega o Alemania duplican ese número, y en Suiza hay casi cinco veces más.
Al año que viene, Ángel espera seguir dentro del programa de ASAM, ya que, en estos momentos, a través de la Sanidad Pública, solo tiene una cita con el psiquiatra cada dos meses que evalúa, sobre todo, si la medicación está bien ajustada. “Hay pocas citas para adultos, tienes que esperar a que te atiendan”. Pero la llegada del sábado siguiente es el mejor complemento. Ángel se levantará escuchando música, desayunará, se acercará a la parada de autobús y en poco más de media hora volverá al edificio de ladrillo rojo y pasillos amarillos para formar parte del círculo y compartir con otros alguno de sus problemas.