Cirugías en la era Instagram: “¿Ves cómo me pone los labios este filtro? ¡Así los quiero!”

La cirujana Isabel Moreno, presidenta de la Asociación Española de Cirugía Plástica y Estética (AECEP), está acostumbrada ya, como sus compañeros de profesión, a que se presenten en su consulta jóvenes que saquen su teléfono móvil y le muestren un selfie suyo, pasado por los filtros de las aplicaciones, y le digan cosas como: “¿Ves cómo me pone los labios esta aplicación? ¡Así los quiero!”. Les sucede desde hace cuatro o cinco años. Cada vez con mayor frecuencia.

Antes llegaban a sus consultas, en ocasiones, pacientes con recortes de las revistas con la foto de alguna actriz famosa pidiéndoles su nariz, su barbilla o sus labios. Incluso sus culos, como ha estado (y sigue, aunque descendiendo) de moda: el efecto Kim Kardashian. Después las actrices dejaron de ser la referencia, como también las revistas el soporte, y los interesados acudían con el teléfono móvil pidiendo lo mismo pero con alguna influencer de las redes sociales como ejemplo aspiracional.

Hoy el referente no son otros, sino ellos mismos, pero un ellos mismos pasado por los filtros de belleza –así se los conoce, ya la propia denominación encierra la trampa– que algunas aplicaciones y redes sociales ofrecen para retocar las fotos. La mayoría coinciden: narices más finas y estilizadas, pómulos alzados, ojos ligeramente achinados, pieles de porcelana tan perfectas que rozan la apariencia de los muñecos de cera, mentones más cuadrados en el caso de los hombres, labios gruesos…

Moreno explica que sobre todo quieren “transformar su cara”. Que sea como la de esa foto. Si los de la foto son ellos, pura lógica, también pueden ser ese ellos fuera de las fotos. “Pero nosotros no podemos transformar una cara”, afirma la cirujana. Es, como lo define y coinciden todos los cirujanos consultados por este periódico, una cuestión de “falsas expectativas”. El yo virtual no es el real y, por mucho que se quisiera, nunca se podría alcanzar en la realidad el resultado de unas fotos que son irreales.

“Con un filtro podemos adelgazar la nariz, levantar las cejas o afilar la cara tanto como queramos. Los filtros no tienen límites; la cirugía plástica, sí”, describe el cirujano Arturo Ramírez-Montañana, miembro del comité de la Sociedad internacional de Cirugía Plástica y Estética. Eso es lo que deben explicarles y hacerles comprender a esos jóvenes. Y eso es lo que hacía un día de consulta la doctora Moreno cuando su paciente, recuerda, no sólo no lo entendía sino que se cabreó tanto que empezó a chillarle. Le arrojó por encima del ordenador una botella de agua y se marchó al grito de: “¡Me buscaré a otro cirujano!”.

Dismorfia de Snapchat

Desde que esta realidad empezó a verse en las consultas, aunque los cirujanos, como Ramírez-Montañana, lo consideran “algo más excepcional que la regla”, se han publicado diferentes estudios, en revistas médicas profesionales de Estados Unidos, sobre todo, analizando el fenómeno. Si previamente ya se había estudiado la influencia de los medios tradicionales –la televisión, la publicidad–como motivación para que algunas personas, sobre todo mujeres, considerasen la cirugía estética, el impacto de las redes sociales no estaba estudiado. Según estos artículos, se estaba produciendo un aumento de los procedimientos de cirugía estética facial así como una relación directa entre el uso de filtros en las fotos y una mayor aceptación de la cirugía estética. Fruto de esos estudios es la creación incluso de un término con el que se ha etiquetado hoy esta realidad: dismorfia de Snapchat.

Con un filtro podemos adelgazar la nariz, levantar las cejas o afilar la cara tanto como queramos. Los filtros no tienen límites; la cirugía plástica, sí

La dismorfofobia o trastorno dismórfico corporal no es nuevo. Así se conoce la percepción que una persona tiene de su físico cuando no se ajusta a la realidad. Uno se obsesiona con su cuerpo y con defectos que no son reales. La anorexia es el ejemplo más conocido. La dismorfia de Snapchat –así bautizada por esta red social, que permite aplicar esos filtros– sería por lo tanto la obsesión provocada por la comparación entre la imagen real y la fotografía filtrada. El choque entre la realidad, el yo que nos devuelve cada mañana el espejo, e irrealidad, el supuesto yo real que vemos en nuestros selfies retocados.

“No lo considero un trastorno dismórfico, sino que aquí estamos hablando de problemas de autoestima que enfocamos en el físico”, argumenta la psicóloga Rosana Pereira, directora de las clínicas Haztúa Psicología Positiva. “Por más que se les diga que son filtros y que no son la realidad, quieren ser eso. Pero es normal que busquen formar parte del grupo sintiendo que su imagen está acorde a lo que ven en las redes. El ser humano siempre ha querido formar parte del grupo, sea el que sea, y esto no es algo inédito. Lo que sucede es que esa presión del grupo antes llegaba de otras formas, y ahora se queda más en lo externo. Hoy todo son fotografías y la forma de comunicarse es a través de ellas”, explica.

“En el fondo –secunda la cirujana Eva Guisantes– es más realista porque la base es la propia cara, no la de Angelina Jolie, por ejemplo”. El hecho de que una foto, como afirma también Ramírez-Montañana, diga en ocasiones “más que mil palabras”, puede ayudarlos “a comprender claramente lo que siente el paciente, hablar sobre ello. Facilita el intercambio de ideas, expectativas y posibilidades reales”.

Más mujeres que hombres

Este fenómeno, explican los cirujanos, se da más en mujeres que en hombres, aunque también ellos acuden a las consultas con esos selfies como referencia. Suelen ser pacientes entre 22 y los 25 años, muy metidos en las redes sociales, que antes no veían en sus consultas. “Para mí lo alarmante no es que quieran verse mejor, porque eso va ligado a la adolescencia y a la juventud y no es nuevo, sino que es importante que los padres y los profesionales estén encima de ellos para evitar que se hagan tratamientos que no son saludables o que puedan ser desproporcionados para su edad”, añade la cirujana Guisantes. Padres “que no saben cómo gestionar estos casos. Nos dicen: es que es lo que ellos quieren… pero tienen que ser fuertes y controlarlos”, reflexiona su colega Moreno.

Lo alarmante no es que quieran verse mejor, eso va ligado a la adolescencia, lo importante es que padres y profesionales estén encima de ellos para evitar que se hagan tratamientos que no son saludables o que puedan ser desproporcionados para su edad

La chica que se enfadó tanto en la consulta de Moreno cuando rechazó operarla y se marchó prometiendo que encontraría a alguien que le hiciera la intervención, encarna para estos cirujanos un riesgo muy real. “Porque siempre acaban encontrando un médico que acepta. Es difícil evitarlo. No todos decimos que no. Para algunos priman sus intereses comerciales”, se lamenta Guisantes.

“En algunas clínicas y franquicias, por ejemplo, la primera visita ni siquiera se hace con un especialista, sino con alguien a quien llaman asesora estética pero que es una comercial, que seguramente cobra a comisión y que querrá que te operes sí o sí”, continúa. Para ella es clave educar a los pacientes para que no se dejen engañar o llevar por la publicidad engañosa “porque hay mucho bombardeo”, para que desconfíen de sorteos, promociones y descuentos y para que pidan que “siempre sea un médico” quien les atienda. Y sobre todo, que si finalmente se van a operar comprueben que el médico está colegiado y tiene la formación para poder hacerlo, “porque desgraciadamente hay mucho intrusismo en el sector”.

400.000 intervenciones al año

España es el undécimo país del mundo donde más procedimientos de cirugía y medicina estética se realizan, según las estadísticas de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica y Estética. Estados Unidos, Brasil y Alemania ocupan los primeros puestos. En 2020, último año con datos actualizados, se realizaron casi 400.000 intervenciones: 165.000 operaciones quirúrgicas y 230.000 que no lo eran, con los tratamientos con bótox y ácido hialurónico acaparando la mayor parte de ellas.

Desde hace años, las operaciones quirúrgicas más demandadas son el aumento de pechos, en el caso de las mujeres, y su reducción, la ginecomastia, en el de los hombres. En segundo lugar, para ambos, las liposucciones. En España, según los últimos datos de la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética, de 2018, previos a la pandemia, una de cada cuatro operaciones se hacía a menores de 29 años, un número que, como confirman los cirujanos, crece cada año.

Desde hace años, las operaciones quirúrgicas más demandadas son el aumento de pechos, en el caso de las mujeres, y su reducción, la ginecomastia, en el de los hombres

De hecho, esa generación es a la que se destaca en Estados Unidos desde la Asociación de Cirujanos Plásticos como la que posee mayor potencial de crecimiento en la actualidad por el impacto de las redes y por la capacidad de encontrar cirujanos e información también en esas redes. En este incremento figura también un número cada vez mayor de pacientes masculinos, que ha pasado en pocos años en España de suponer un 2% del total al 10%.

“Hace años la cirugía era poco accesible y cara. Parecía propio de un nivel social o de una frivolidad. Pero esa imagen ya no existe. Hoy veo pacientes de todos los perfiles y clases sociales y es muy sencillo pedir una consulta con un cirujano”, describe Moreno. Esa mayor normalización de la cirugía plástica es otro de los factores que describen los especialistas que influyen para que no solo cada vez haya más pacientes, sino también más pacientes jóvenes.

Lo mismo sucede con la medicina estética. Como apuntan los últimos informes de la Sociedad Española de Medicina Estética, antes la entrada en este sector se hacía en torno a los 35 años; ahora hay cada vez más pacientes, mujeres mayoritariamente, recién llegadas a la veintena, que acuden sobre todo a por tratamientos de bótox y de ácido hialurónico para rellenar los labios. “Los jóvenes están entrando en una dinámica que a mí me preocupa muchísimo. Hay tratamientos que son una barbaridad para personas de 20 años”, afirma la cirujana Maritina Martínez Lara, “pero hoy veo que los chavales no se gustan si no es con filtro; no lo hacen con una foto normal”.

La realidad de las redes

En España los adultos navegan de media una hora y 40 minutos en las redes sociales al día. Los adolescentes, tres horas. Entre las redes más populares, y que ofrecen esos filtros para retocar las fotos, reina Instagram. Tiene más de 1.100 millones de usuarios en el mundo, casi 22 de ellos en España, prácticamente la mitad de la población, donde se ha triplicado el número de perfiles en los últimos seis años. Un tercio de los usuarios globales de la plataforma tiene menos de 24 años y dos tercios, de 34. En Instagram, las fotos de caras reciben de media un 38% más de likes. Tik Tok le sigue a la zaga. Mil millones de usuarios, casi la mitad menores de 30 años. Y Snapchat cierra el podio, con 300 millones, cuatro de cada diez, entre 18 y 24 años.

Y las redes no son ajenas a este fenómeno. En otoño de 2019 Instagram tuvo que reaccionar a esta realidad y anunció que prohibía las aplicaciones que permitían alterar una foto –realidad aumentada, se llama– para ver el resultado final que la cirugía estética supuestamente tendría sobre ella. Fueron eliminados así algunos efectos que permitían hacer en los selfies esos retoques estéticos que luego algunos jóvenes llevan a las clínicas. Pero hoy siguen disponibles en la aplicación numerosos filtros que, aunque no tengan esa apelación directa a la cirugía, permiten retocar las imágenes de la misma forma.

En 2019 Instagram prohibía las aplicaciones que permitían alterar una foto para ver el resultado que la cirugía tendría sobre ella; en septiembre, su propietaria reconocía que la app afecta negativamente a la imagen corporal de un tercio de las jóvenes

El pasado septiembre, Meta (antes Facebook), la empresa matriz de Instagram, protagonizó una polémica muy reveladora sobre los efectos secundarios de su red social. Documentos internos de la propia compañía, revelados por el diario The Wall Street Journal, reconocían que Instagram afectaba negativamente a la imagen corporal de un tercio de las adolescentes. “Las comparaciones en Instagram pueden cambiar la forma en que las adolescentes se ven y se describen a sí mismas”, decía el informe que los directivos de la compañía habrían ignorado. Y añadía: “Los adolescentes culpan a Instagram de los aumentos en la tasa de ansiedad y depresión”. ElDiario.es ha tratado de contactar con las tres plataformas, Instagram, Snapchat y Tik tok, para conocer cómo valoran el posible impacto negativo de sus redes y filtros y si tienen previstos planes de actuación al respecto. Ninguna ha respondido a los correos electrónicos enviados a las tres empresas estadounidenses.

“La cultura de la imagen es algo que lleva ya mucho tiempo y que ha afectado siempre más a las mujeres que a los hombres, desde la cosificación a la sexualización. Internet, en ese sentido, es un reflejo de la sociedad. Los adolescentes, además, tienen esos patrones de la cultura de la imagen muy integrados. Y las redes son también ese reflejo”, analiza Eulalia Alemany, directora del centro de investigación sociológico Reina Sofía sobre adolescencia y juventud, que pertenece a la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD).

Alemany destaca cómo Internet ha traído un cambio de paradigma que afecta desde el cómo nos mostramos al cómo aprendemos y que ese cambio, como en el caso de las redes, ha cogido a la sociedad “a contrapié”. No todos nos adaptamos de la misma manera. Y eso sucede en las redes. “En ellas se muestra otro yo, un yo diferente. Para algunos es un juego. Pero otros no están preparados y tienen una confusión de roles. La mayoría de los jóvenes, como nos dicen ellos mismos, saben distinguir el yo virtual del real, pero hay otros que no.

Las personas más vulnerables sufren más. Las redes no lo provocan, sino que “es algo que está ahí pero que se muestra o se acentúa en esas redes o con ellas”, afirma. Cuatro de cada diez jóvenes, según mostraba en 2018 un estudio realizado por el Centro Reina Sofía y la Fundación Mapfre, consideraba que el uso de las redes sociales había hecho aumentar su autoestima frente a uno de cada diez que confesaba que les afectaba negativamente. Alemany insiste en que es fundamental, en cualquier caso, que todos sepan que pueden recibir ayuda y que deben “siempre, siempre” pedirla si sienten que la necesitan.

Los efectos de la pandemia

Pero la pandemia ha afectado también a esta realidad. La prolongada y exagerada exposición a las pantallas, como añade Alemany, “ha aumentado los malestares de la juventud, donde se ve, además, una fractura de género, porque las mujeres sufren más”. La psicóloga Pereira habla de “avalancha” para describir el número de consultas que les piden desde hace meses jóvenes menores de 25 años con problemas de ansiedad, autolesiones o gestión de las emociones. “La pandemia ha resultado devastadora”, dice.

Ante los jóvenes que insisten en la cirugía, algunos cirujanos plantean a veces como alternativa que en lugar de operarse se realicen un tratamiento de medicina estética en cantidades muy pequeñas. "Ese pequeño pinchazo de bótox tiene un efecto placebo"

No resulta fácil encontrar datos actualizados para mostrarlo. Antes de la pandemia, dos de cada diez adolescentes, según un estudio mundial de Unicef, padecía problemas mentales. De entonces son también los datos del Centro Reina Sofía que mostraban que la mitad de los jóvenes entre los 15 y los 29 años consideraba haber tenido algún problema de saludad mental durante el último año, 20 puntos más que en 2017. Hoy, según los trabajos del mismo centro, se ha triplicado en los últimos cuatro años, hasta el 15%, el número de jóvenes que dicen sufrir esos trastornos, desde ansiedad a depresión, continuamente o con bastante frecuencia.

El efecto placebo

“Nosotros no nos hemos encontrado, dentro de esa avalancha, con ningún chaval que haya manifestado su deseo de someterse a una cirugía estética”, señala Pereira. La psicóloga cree que se debe a que, en el propio diagnóstico que se han hecho, quienes acuden al cirujano se han 'autoconvencido' de que el suyo es un problema de imagen y no de psicólogo. Pereira cree que en todos esos casos no hay una problemática real sino mental, y que por eso puede funcionar la alternativa que algunos cirujanos les plantean a veces para evitar que insistan en la cirugía: que en lugar de operarse se realicen un tratamiento de medicina estética en cantidades muy pequeñas. “Ese pequeño pinchazo de bótox, por ejemplo, tiene un efecto placebo. La imagen que tienen ante el espejo no es real porque siempre se ven peor, así que un pequeño pinchazo, aunque sea mínimo, puede hacer que se vean bien”, lo explica Pereira.

Pero eso son soluciones como reacción. Soluciones, tanto la de los tratamientos psicológicos como la de los estéticos, una vez se ha producido ya el trastorno o el malestar. Y el caso de esos jóvenes que acuden a los cirujanos para ser como sus yo virtuales asoma como la punta más extrema o impactante de un iceberg mayor.

Bajo la superficie sigue el efecto negativo que las redes sociales pueden provocar. Unas redes en las que, con mayor o menor intensidad, están presentes la mayoría de los jóvenes españoles. Solo con hacer una regla de tres con los números globales de Instagram en el país (un tercio de los usuarios tienen menos de 24 años) en España da un resultado de siete millones. La población en España entre los 10 y los 24 años suma siete millones y medio de personas.

Sin embargo, a pesar del alcance, por población, y de la incidencia, por uso de las redes, esas tres horas diarias, apenas se ha debatido esta cuestión. En el Congreso de los Diputados, por ejemplo, no hay una sola iniciativa que haga referencia a esta realidad y al posible impacto en los jóvenes. El debate político en torno a Internet y juventud e infancia se ha centrado durante años en la seguridad, en el acceso, en el ciberacoso, el crimen o más recientemente en las fake news.

El Congreso debatirá una iniciativa, apoyada por todos menos Vox, para "promover la concienciación sobre las consecuencias potencialmente dañinas que el uso abusivo de filtros y de realidad aumentada pueden producir"

La única iniciativa en este sentido es tan reciente que se aprobó el pasado mes de diciembre con los votos de todos los partidos a favor y la abstención de Vox. “El Congreso de los Diputados insta al Gobierno a promover la concienciación sobre las consecuencias potencialmente dañinas que el uso abusivo de filtros y de realidad aumentada pueden producir a través de campañas educativas dirigidas a niñas, niños y adolescentes, así como a sus familias”, dice el texto de la misma. Los diputados han pedido así al Gobierno que realice campañas de prevención para evitar el impacto que ya se está viendo que algunas redes pueden provocar en los jóvenes más vulnerables. 

“Nunca se había tocado este tema. Sí otros de Internet, pero más por control de acceso, de adicciones o de derechos digitales. Pero tampoco desde las asociaciones y organizaciones con las que trabajamos, de protección de la infancia, nos lo habían trasladado”, revela Carmen Baños, la diputada del PSOE que presentó la iniciativa. Lo hizo en octubre, en la Comisión de Derechos de la Infancia y la Adolescencia, inspirada por la iniciativa similar que en primavera una compañera de partido suya, diputada en la Asamblea de Murcia, quiso presentar allí y que no prosperó. Antes de llevarla al Congreso Baños, por pertenecer al PSOE, tuvo que remitirla al Gobierno para su aprobación.

Inicialmente era más ambiciosa, porque ella quería que se obligara a que las fotos con filtros o retocadas tuvieran que ser obligatoriamente etiquetadas en las redes como tal. Pero desde el Gobierno, como explica a este periódico la diputada, le dijeron que no podía exigirse eso en España porque hacerlo, para el caso de estas redes y plataformas, es una competencia europea. En el Parlamento Europeo, donde Baños quiere intentar ahora hacer llegar la misma iniciativa, no se ha debatido ninguna medida similar. Sí se ha hecho, en cambio, el caso más reciente, fuera de la Unión Europea: desde el pasado verano en Noruega se obliga por ley a influencers y anunciantes a que adviertan que sus imágenes promocionales retocadas lo están.

El 'efecto zoom'

El iceberg, sin embargo –el símil sigue funcionando–, no está compuesto solo de ese hielo más joven. No son los jóvenes a los únicos a quienes les afecta el mundo digital de esta manera. Los cirujanos y los médicos estéticos hablan hoy de un “efecto zoom” para referirse al incremento de pacientes que a raíz de la pandemia han acudido a sus clínicas a hacerse operaciones o tratamientos faciales. Las operaciones de blefaroplastia, para reparar la caída de los párpados, se han incrementado un 30% durante el último año. También han subido los tratamientos menos invasivos, como la inyección de bótox o ácido hialurónico, para corregir las arrugas de frentes y ojos.

El efecto, como lo confirma Sergio Fernández, médico estético y vocal de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), de habernos pasado tantas horas mirándonos en videoconferencias. “La sociedad te impulsa a que seas prácticamente perfecto. Es un nivel de exigencia muy alto. Los pacientes jóvenes no se inventan lo que tienen, sino que es el deseo de perfección, de estar bien en todo momento”, analiza el fenómeno. Jamás, en definitiva, jóvenes y menos jóvenes, nos habíamos expuesto tanto. En esas videconferencias de trabajo o personales, en esas fotos que nos hacemos y con las que nos comunicamos y en esas redes sociales donde hacemos y compartimos vida. El espejo solo es ya otro reflejo más de nosotros. Ni siquiera, probablemente, el más importante ni el más usado. Pero, esa es la realidad, y en los jóvenes se acentúa, hoy cuanto más nos miramos, y nunca lo habíamos hecho tanto, menos nos gustamos.