Las clases particulares están dejando de ser patrimonio exclusivo de gente acomodada. El 47% de los hogares con hijos en edad escolar acude a este mercado no reglado, con diferencias entre clases sociales –no tan notables como en otros países– y diferentes objetivos también, según el estudio Educación en la sombra en España, elaborado por EsadeEcPol - Center for Economic Policy a partir de la Encuesta de Gasto de Hogares en Educación que realiza el INE.
“La 'educación en la sombra' –como se conocen las clases particulares en el sector– se estaba comportando de facto en España como un bien de primera necesidad. Primero porque la caída del gasto familiar durante esos años no parecía haberle afectado en absoluto y, segundo, porque ese era además el caso en todos los quintiles de gasto, es decir, en todos los hogares, incluidos los de menores recursos y los que más sufrieron el impacto de la Gran Recesión”, explica el informe. Dicho de otra manera, mientras en los últimos 16 años el gasto en restauración y comedores o vestido y calzado ha caído o se ha mantenido relativamente estable (en comida sí ha subido un 50%), el de clases particulares se ha multiplicado por 3,5 desde 2016.
El 30% de las familias más humildes, dicen los datos, paga clases particulares para sus hijos, un dato que las más pudientes duplican, con un 60%. Por redes educativas las diferencias son escasas: un 46,5% de los estudiantes de la pública acude a un profesor particular frente al 50,1% de la red concertada. La estadística revela también que el gasto total en este mercado fue de 1.700 millones de euros el curso 2019/2020, al que pertenecen todas las cifras, y que el gasto medio por alumno fue de 270 euros por año.
El informe ofrece otro dato: de cada tres euros que se invierten en las clases particulares, dos se destinan a “ampliar y perfeccionar” y el otro a “reforzar y recuperar”. A esto se une que las familias más pudientes, favorecidas educativamente de partida por tener más recursos, tienden a dedicar estas clases a la enseñanza de idiomas o de disciplinas relacionadas con las artes, mientras las menos favorecidas lo hacen para reforzar los contenidos curriculares que se dan en los centros educativos. A evitar repetir como fin último.
“La hipótesis de que las familias con más capacidad de gasto tienden a gastar más en clases particulares para ampliar y perfeccionar cobra fuerza cuando vemos que, a medida que se asciende por la distribución, los hogares más ricos gastan más en clases de idiomas y de artes. En el Q5, la combinación de ambas asciende hasta el 74% de su gasto, mientras que se queda en el 45% en el Q1. Las clases particulares de materias centrales del currículum, que se atribuyen a clases de refuerzo y recuperación, son el gasto mayoritario en los dos quintiles inferiores, para después caer con fuerza en los tres quintiles superiores hasta llegar a un mero 18% del total del gasto en el quintil más rico”, exponen los autores.
¿Aumenta la brecha educativa este distinto uso de las clases particulares? Ángel Martínez, economista investigador en EsadeEcPol y uno de los autores del informe, prefiere no ser categórico y cree que “para saberlo a ciencia cierta habría que cruzar los datos con los resultados educativos”. Sostiene que “la diferencia entre quintiles [de renta] no es tan grande como estamos acostumbrados” y acaba aventurando que “puede ser que aumente la desigualdad”.
El otro autor, Juan Manuel Moreno, catedrático de Didáctica y Organización Escolar (UNED) y Senior Policy Fellow de Educación en EsadeEcPol, sí opina que “sin duda” son un factor de desigualdad. “Las clases particulares distinguen a los más ricos, la novedad es que las clases medias se están incorporando”, reflexiona.
Estas diferencias de clase se observan también cuando se miran los datos discriminando por la titularidad del centro al que acuden, una óptica que tiene cierta redundancia con la distinción por renta. Así, el alumnado de los colegios privados gasta de media 606 euros al año en clases particulares, el doble que los de la concertada (300 euros) y la pública (235 euros al año), un dato que está sesgado a la baja porque incluye al alumnado que no recibe clases. De media, las familias dedicaron el curso 2019-20 un total de 270 euros a clases particulares; si se cuenta solo a los que efectivamente tomaron esas clases, la cifra sube hasta 575 euros.
Lo mismo que con el gasto total sucede con en qué se invierte este dinero, explica el informe. Y el patrón sigue el de rentas altas-rentas bajas. “La diferencia más notable en los patrones de gasto por tipo de centro está en la proporción que se dedica a las clases particulares de las materias centrales en el currículum escolar, y que identificamos como clases de recuperación y refuerzo: mientras que es prácticamente inexistente entre los alumnos de la privada, alcanza un 30% del total en la red concertada y algo más del 40% entre los estudiantes de la pública”, describen los autores.
“Es una prueba más de que los hogares más pudientes tienden a invertir más en clases de ampliación para incrementar la oportunidad de aprender de sus hijos, mientras que los hogares con menos recursos concentran el esfuerzo de gasto en clases para recuperar o reforzar, y así prevenir y combatir la repetición de curso”, dice el informe.
Los vascos reciben más clases, los madrileños gastan más
La situación también es desigual entre comunidades autónomas, aunque los autores reconocen que el estudio no llega a entrar en a qué se deben estas diferencias.
Como se observa en el gráfico, Euskadi es la región en la que más extendidas están las clases particulares, con un 56% del alumnado que las recibe. Por debajo destacan Castilla-La Mancha, con un 36%, y Madrid, que está en el 41%. Con esta última comunidad se da la circunstancia de que es la que menos clases particulares recibe, pero la que más gasta por estudiante, con 350 euros de media por alumno.
“Hay una relación entre riqueza de la comunidad autónoma y gasto por estudiante en educación en la sombra”, explican los autores, la misma que se da, “aunque no tan perfecta” y dando continuidad a la idea anterior de que los hogares con más renta dedican las clases particulares al aprendizaje de lenguas, entre un mayor gasto medio por estudiante y una mayor proporción del gasto dedicado a clases de idiomas.
Martínez descarta una relación entre los sistemas educativos de las diferentes comunidades autónomas y la prevalencia de las clases extra: “El gasto en clases particulares no está integrado en el resto de estadísticas educativas y no podemos hacer ciertas comparativas”, explica.
“Hay que prestar atención al fenómeno”
Los autores del informe sostienen que el aumento de las clases particulares –que, recuerdan, se da en todas las categorías sociales y tipos de centros– no debe asociarse a que las familias detecten ciertos déficits en la escuela.
“Mi lectura –reflexiona Moreno– es que las familias están demandando sobre todo multiplicar las oportunidades de aprender para sus hijos. Y lo hacen porque tienen una conciencia cada vez más clara de que van a estar en un entorno muy competitivo y quieren a sus hijos 'equipados' para competir. También creo que las familias demandan una atención personalizada, más individualizada. No tanto porque estén descontentas con lo que reciben en la escuela, probablemente lo contrario, pero quieren alguien que pueda dar a sus hijos lo mejor posible”, sostiene.
El problema que existe con este fenómeno, que se ha dado en los países asiáticos, es que para cuando te quieres dar cuenta la educación en la sombra ha sustituido a la escuela
Martínez ofrece otras posibilidades: “Que las familias de los niños que reciben las clases en el centro se den cuenta de que eso funciona [y redoblen con clases particulares] o que busquen fuera del colegio lo que no ofrece el centro”. Y por si alguien fuera a concluir que el estudio carga contra la escuela pública, Moreno aclara: “Dado que la privada tiene tasas bastante más altas de alumnos que van a clases particulares, la dejaría peor”.
Este investigador advierte de que el problema es que las clases particulares no son “residuales” como podían serlo hace 15 o 20 años y cree que “hay que prestar atención a este fenómeno, porque puede estar generando diferencias”. Y el momento de abordarlo es ahora, incide. “Si esto sigue así, a ver dónde estamos en 2030. El problema que existe con este fenómeno, que se ha dado en los países asiáticos, es que para cuando te quieres dar cuenta la educación en la sombra ha sustituido a la escuela. Hay que evaluarlo antes de que pase eso”, sostiene.
Gráficos de Ana Ordaz