Este lunes 9 de noviembre, saltaba la noticia a prácticamente todos los medios de comunicación: la farmacéutica Pfizer anunciaba que su vacuna BNT162b2 basada en ARN mostraba más de un 90% de eficacia en su análisis preliminar de su ensayo clínico en fase III. Como está siendo habitual en esta pandemia, la información publicada por Pfizer es parca en detalles y no cuenta con un artículo científico publicado detrás, ni tan siquiera con un artículo preliminar (preprint). Esta noticia prometedora ha afectado de forma notable no solo a las acciones de la farmacéutica responsable de la vacuna (que se han disparado), sino que también ha provocado subidas históricas en las bolsas alrededor del mundo. Solo en España, el IBEX 35 ha experimentado su mayor subida en una década. Este comportamiento financiero es el reflejo de la esperanza, reforzada por la vacuna, de que quizás estemos viendo la luz al final del túnel en la peor pandemia del último siglo.
Los datos de Pfizer invitan al optimismo, pero también a la cautela, pues son numerosos los detalles que son determinantes en la utilidad final de esta vacuna y muchos de ellos aún se desconocen. Para comprender la relevancia e implicaciones de esta vacuna es recomendable tener en cuenta las siguientes cuestiones.
¿Qué quiere decir Pfizer con que su vacuna tiene “más de un 90% de eficacia”?
El ensayo clínico en fase III, de donde parte el análisis preliminar, sigue en marcha y no terminará totalmente hasta el 11 de diciembre de 2022 (aunque comience a aplicarse antes). Este estudio comenzó el 27 de julio y, hasta ahora, han participado 43.538 voluntarios (cerca de 39.000 han recibido ya la segunda dosis de la vacuna). Estas personas se han dividido en un grupo para placebo (sustancia sin principio activo) y otro para recibir la vacuna. Un comité independiente ha realizado un análisis inicial de 94 casos de COVID-19 (con síntomas) que han ocurrido hasta ahora en ambos grupos.
De este conjunto de casos es de donde Pfizer afirma que su vacuna tiene una eficacia de más del 90%, 7 días después de recibir la segunda dosis. Por alguna razón, la farmacéutica no ha especificado cuántos casos ocurrieron en el grupo placebo ni cuántos en el de la vacuna, pero si la eficacia es más del 90%, esto significa que como mínimo 84 u 85 de los 94 casos de COVID-19 ocurrieron en el grupo placebo.
¿Qué detalles desconocemos tras esta noticia?
Un detalle relevante en este estudio es que no se somete periódicamente a los voluntarios a pruebas PCR para saber si están infectados o no por el virus SARS-CoV-2. En su lugar, tienen que rellenar un informe sobre cualquier síntoma de COVID-19 que puedan experimentar como dificultad para respirar, fiebre o tos seca. En otras palabras, el 90% de la eficacia de la vacuna se refiere a protección frente a la COVID-19 con síntomas y no frente a la infección, porque no están detectando a asintomáticos. Es importante tener esto en cuenta porque es posible que aquellas personas vacunadas puedan infectarse y seguir siendo infecciosas para otras, aunque no experimenten síntomas. Pfizer no ha especificado la gravedad de los síntomas que han experimentado los sujetos, pero sí han declarado que no han registrado efectos adversos graves por la vacuna.
Otro dato esencial a tener en cuenta es que esta eficacia del 90% de la vacuna es a muy corto plazo (tan solo unos días) tras su administración. Como la propia farmacéutica reconoce, conforme el ensayo clínico continúe, este porcentaje de eficacia puede variar. Se desconoce cuál será la eficacia a medio y largo plazo, dado que no ha dado tiempo suficiente para conocerlo. En síntesis, no conocemos todavía cuál será la eficacia de la vacuna cuando transcurra más tiempo, tampoco sabemos su capacidad para proteger frente a la infección, ni si los sujetos vacunados pueden seguir experimentando síntomas graves por la COVID-19. Tampoco sabemos las características de las personas que han mostrado síntomas, aunque estuvieran vacunadas (edad, sexo, presencia de algún factor de riesgo...). Por eso es importante que se publique en una revista científica los detalles del estudio preliminar.
¿Por qué supondría, en principio, una buena noticia también para otras vacunas, especialmente para la de Moderna?
El funcionamiento de la vacuna BNT162b2 de Pfizer se basa en la producción de la proteína Spike (S) del virus SARS-CoV-2 (forma parte de los “pinchos” del coronavirus) a través de ARN en las propias células del cuerpo humano. Así, las personas vacunadas se exponen a estas proteínas, que el sistema inmunitario reconoce como extrañas, y se generaría una memoria inmunitaria frente a esta, ya sea a través de anticuerpos o a través de linfocitos de memoria.
Desde los comienzos de la pandemia, los científicos han señalado a esta proteína como la diana clave para defenderse contra el coronavirus, pues tiene un papel esencial a la hora de invadir las células humanas y también en activar la respuesta inmunitaria. El resultado es que las más de 250 vacunas en desarrollo tienen en cuenta esta proteína (junto a otras) para una potencial protección. Que la vacuna de Pfizer arroje, por el momento, resultados positivos, es también una buena noticia para las otras vacunas en fase de investigación. Además, podría ser una muy buena noticia para la farmacéutica Moderna, porque su vacuna está también basada en ARN para la producción de la proteína Spike.
¿Qué características de la vacuna de Pfizer suponen una dificultad añadida en su utilización?
Aunque una vacuna sea altamente eficaz, su utilidad solo se convierte en una realidad cuando se administra a gran parte de la población. Esta vacuna tiene una serie de peculiaridades que suponen unos obstáculos añadidos para este fin. En primer lugar, este tratamiento preventivo requiere dos dosis, lo que multiplica los costes logísticos y de administración. Otro factor importante es que nunca se ha comercializado hasta ahora una vacuna basada en ARN en humanos. Se trata de un producto novedoso y, por tanto, las autoridades sanitarias que tengan que revisar el producto tendrán que ser más cautelosas que con vacunas con amplia experiencia de uso como las vacunas atenuadas o las inactivadas.
Por último, esta vacuna requiere para su conservación unas temperaturas muy bajas (entre -70 y -80 ºC), algo que nunca ha ocurrido con una vacuna hasta ahora y supone una enorme dificultad añadida en todo el mundo y especialmente en los países subdesarrollados que no cuentan con las infraestructuras y los recursos necesarios para su almacenaje y distribución.