En el ámbito de la salud pública existe un lema central: “El código postal es más importante que el 'código genético”. Numerosos estudios científicos revelan que nuestras características socioeconómicas, que determinan de forma decisiva dónde vivimos, influyen de forma decisiva en nuestra salud y longevidad, mucho más que nuestra genética. En Madrid, por ejemplo, un reciente análisis de la mortalidad detectó que había una diferencia de hasta siete años en la esperanza de vida entre los habitantes de los barrios más ricos y aquellos más pobres.
¿Qué ocurre, sin embargo, cuando alguien ni siquiera cuenta con un código postal porque no tiene un hogar que habitar? En España, un país donde hay alrededor de 3,4 millones de casas vacías, se calcula que hay entre 25.000 y 33.000 personas sin hogar. Sus vidas muestran realidades dramáticas, que rara vez tienen visibilidad en los medios de comunicación y en la sociedad. En este colectivo, las condiciones socioeconómicas más desfavorables se ceban con toda su crudeza sobre la salud. Las personas sin un techo bajo el que cobijarse tienen una mortalidad entre tres y cuatro veces superior a la de la población general y una esperanza de vida de entre 42 y 52 años, 30 años menos que el resto de las personas. Las muertes prematuras ocurren a lo largo de todo el año, no solo por el frío durante el invierno, y estas muertes se asocian principalmente a cuadros médicos crónicos más que a enfermedades mentales o abuso de sustancias.
Además, las probabilidades de que los individuos de este colectivo mueran de forma prematura aumentan cuanto más se exponen de forma continua en espacios públicos o si son jóvenes o padecen SIDA. Las mujeres jóvenes sin hogar son especialmente vulnerables, pues su mortalidad prematura es más de cuatro veces superior al resto de la población. Por otro lado, el 30% de las personas sin hogar sufre enfermedades graves y un 25 % ha intentado suicidarse.
Las personas sin un techo bajo el que cobijarse tienen una mortalidad entre tres y cuatro veces superior al de la población general y una esperanza de vida de entre 42 y 52 años, 30 años menos que el resto
Las personas sintecho son extremadamente vulnerables por multitud de razones. Para empezar, los individuos de este colectivo viven una media de entre siete y ocho sucesos traumáticos encadenados (la población general sufre una media de tres o cuatro sucesos a lo largo de su vida). Estos sucesos pueden ser la pérdida de empleo, un desahucio, una guerra, una separación sentimental, la muerte de una persona querida... Todo ello, unido a una falta de apoyo familiar y social, puede llevar a una situación de calle.
La delicada situación sanitaria de las personas sin hogar se muestra también cuando intentan acceder a un tratamiento médico (algo que no siempre sucede) y reciben el alta hospitalaria. El proceso de recuperación se ve perjudicado al no contar con los recursos necesarios y vivir en la calle. Según la organización española que lucha contra el sinhogarismo “Hogar Sí”, entre los problemas de salud a los que se enfrentan están las “amputaciones, diabetes descompensada, cáncer, trasplante, cirugías” o la necesidad de oxígeno.
Para paliar este grave problema sanitario y social, iniciativas como las de Hogar Sí buscan apoyar a las personas que viven en la calle para que puedan afrontar la recuperación de su enfermedad o asegurar el adecuado tratamiento de una enfermedad crónica, acceder al sistema sanitario, reintegrarse posteriormente en la sociedad y tener un hogar permanente. El proceso de ayuda es multidisciplinar y en este se combinan intervenciones sociales, económicas (gestionar ayudas como el ingreso mínimo vital) y sanitarias (garantizar el acceso a servicios médicos). Las personas en fase terminal y en cuidados paliativos que no cuentan con un techo también reciben el apoyo de estos programas.
El equipo implicado en dar una atención integral es interdisciplinar y está compuesto por profesionales de trabajo social, enfermería, psicología, terapia ocupacional y auxiliares sociales y sociosanitarios. Las personas sin hogar pueden acceder al servicio a partir de los Centros de Servicios Sociales, de las unidades de trabajo social de los hospitales, de la red pública de atención a personas sin hogar y determinadas entidades sin ánimo de lucro autorizadas.
Otra iniciativa similar que ha destacado por aumentar la calidad de vida de las personas sin hogar ha sido la de Finlandia. Este país ha conseguido reducir en un 35% el número individuos que viven en la calle gracias a la entrega de una vivienda permanente, sin condiciones. A diferencia de los albergues temporales y refugios, los hogares brindan una mejores condiciones a estas personas como punto de partida para rehacer su vida: su salud física y psicológica mejora, y se favorece su reinserción en la sociedad. Si se consideran los elevados costes que acarrea la atención sanitaria de las personas sintecho, este tipo de proyectos pueden considerarse una inversión en salud pública.