El contenido de la última comida consumida por los primeros animales conocidos –que habitaron la Tierra hace más de 550 millones de años– ha desenterrado nuevas pistas sobre la fisiología de nuestros primeros ancestros animales, según científicos de la Australian National University (ANU).
Los animales pertenecientes a la llamada biota del período Ediacárico constituían hace 575 millones de años los organismos de gran tamaño más antiguos del mundo. Los investigadores de la ANU, según informa esta institución en una nota de prensa, descubrieron que estos animales se alimentaban de bacterias y algas procedentes del fondo marino.
Los hallazgos, publicados este martes en la revista Current Biology, revelan más información sobre estas extrañas criaturas, incluyendo cómo eran capaces de consumir y digerir alimentos. Los científicos analizaron antiguos fósiles que conservaban moléculas de fitosterol (productos químicos naturales que se encuentran en las plantas) procedentes de la última comida de los animales.
Al examinar los restos moleculares de lo que comieron, los investigadores pudieron confirmar que el organismo parecido a una babosa, conocido como Kimberella, tenía boca e intestino y digería los alimentos del mismo modo que los animales modernos. Afirman que probablemente era una de las criaturas más avanzadas entre los organismos ediacáricos.
El equipo de la ANU descubrió que otro animal, que crecía hasta 1,4 metros de longitud y presentaba sobre el cuerpo un diseño similar al de las costillas, era menos complejo y no tenía ojos, boca ni intestino. En su lugar, la extraña criatura, llamada Dickinsonia, absorbía el alimento a través de su cuerpo mientras atravesaba el fondo del océano.
“Bichos raros”
“Nuestros hallazgos sugieren que los animales de la biota del período Ediacárico, que vivieron en la Tierra antes de la ‘explosión cámbrica’ de la vida animal moderna, eran una mezcla de bichos raros, como Dickinsonia, y animales más avanzados como Kimberella, que ya tenían algunas propiedades fisiológicas similares a las de los humanos y otros animales actuales”, afirma el autor principal, Ilya Bobrovskiy, del GeoForschungsZentrum en Potsdam, Alemania.
Tanto Kimberella como Dickinsonia, que tienen una estructura y simetría distintas a las actuales, forman parte de la familia la biota ediacárica que vivió en la Tierra unos 20 millones de años antes de la ‘explosión cámbrica’, un acontecimiento importante que cambió para siempre el curso de la evolución de toda la vida en la Tierra. Bobrovskiy recuperó en 2018 tanto los fósiles de Kimberella como los de Dickinsonia en acantilados escarpados cerca del Mar Blanco, el noroeste de Rusia, en el océano Glacial Ártico.
“Los organismos ediacáricos son realmente los fósiles más antiguos y lo suficientemente grandes como para ser visibles a simple vista. Además son nuestro origen y el de todos los animales que existen hoy en día. Estas criaturas son nuestras raíces más profundas y visibles”, dice Bobrovskiy, quien realizó esta investigación como parte de su doctorado en la ANU.
El coautor del estudio, el profesor Jochen Brocks, de la Escuela de Investigación de Ciencias de la Tierra de la ANU, dijo que las algas son ricas en energía y nutrientes y pueden haber sido fundamentales para el crecimiento de Kimberella. “El alimento rico en energía puede explicar por qué los organismos de la biota ediacárica eran tan grandes. Casi todos los fósiles anteriores eran unicelulares y de tamaño microscópico”, señala el profesor Brocks.
Los organismos ediacáricos son nuestro origen y el de todos los animales que existen hoy en día. Estas criaturas son nuestras raíces más profundas y visibles
Utilizando técnicas avanzadas de análisis químico, los científicos de la ANU pudieron extraer y analizar las moléculas de esterol contenidas en el tejido fósil. El colesterol es el sello distintivo de los animales. Así es como, en 2018, el equipo de la ANU pudo confirmar que la biota ediacárica se encuentra entre nuestros primeros ancestros conocidos.
Las moléculas contenían señales reveladoras que ayudaron a los investigadores a descifrar lo que los animales comieron en el período previo a su muerte. El profesor Brocks apunta que lo difícil era diferenciar entre las señales de las moléculas de grasa de las propias criaturas, los restos de algas y bacterias de sus intestinos y las moléculas de algas en descomposición del fondo del océano que estaban todas juntas, presentes en los fósiles.
“Los científicos ya sabían que Kimberella dejaba marcas de alimentación al raspar las algas que cubrían el fondo marino, lo que sugería que el animal tenía un intestino. Pero sólo después de analizar las moléculas del intestino de Kimberella pudimos determinar qué comía exactamente y cómo digería los alimentos”, señala Brocks. “Kimberella sabía exactamente qué esteroles eran buenos para ella y tenía un intestino avanzado y afinado para filtrar todo el resto”.
“Este fue un momento eureka para nosotros; al utilizar la química conservada en los fósiles, ahora podemos hacer visible el contenido de los intestinos de los animales, incluso si el intestino se ha descompuesto hace tiempo. Luego utilizamos esta misma técnica en fósiles más extraños como Dickinsonia para averiguar cómo se alimentaba y descubrimos que Dickinsonia no tenía intestino”.