“En el acto de Falange, igual. Dicen que está el aforo completo y hay sitios vacíos”. Podrían estar en cualquier otro sitio, en la presentación de un libro, de visita en un museo o en el teatro con sus amigos, pero una pareja de treintañeros con querencia por los actos de exaltación antidemocrática han decidido pasar la tarde del lunes en el cine del centro comercial La Vaguada, en Madrid. No han venido a ver una película en cartelera, sino el preestreno de Valle de los Caídos, un documental que con toda la intención mantiene el nombre que Franco le dio al mausoleo y que ha convertido la sala en un auténtico cónclave de nostálgicos franquistas de todo pelaje.
Había algún sitio libre, pero los 8 euros que costaba la entrada no han frenado a las decenas de personas que ocupan las butacas y que demuestran que no hay un perfil de franquista: hombres y mujeres de todas las edades, muchos jóvenes, ataviados con banderas de España en diferentes formatos —como pulsera o como lazo en la mochila o el bolso, los más populares— ovacionan con aplausos a los organizadores una vez finaliza la proyección. Son Terra Ignota, una productora que ya hizo un documental sobre el 11M y ahora deforma el pasado para lanzar una imagen del Valle de Cuelgamuros plagada de medias verdades y falsedades.
No hay que rascar mucho entre los asistentes para darse cuenta de quién fue Franco para ellos. No disimulan y sin ningún remilgo hacen en algunos casos apología de la dictadura a pesar de la ley. Es el caso del joven de la pareja asidua, para el que el franquismo “debería haber continuado” y la represión sistemática y organizada en busca de la limpieza ideológica que el dictador orquestó “no es motivo suficiente” para poner el régimen en cuestión porque “solo el aborto en un año ha matado a más personas”. Tiene 30 años. Su pareja, de 25, “afiliada a Vox”, se ríe y afirma que ella es “más demócrata, como me dice él”.
Como si el franquismo no hubiera suspendido los derechos y libertades y no hubiera impuesto una maquinaria de terror que ejecutó, una vez acabada la Guerra Civil y hasta 1946, a otras 50.000 personas por sus ideas. Como si cientos de miles de españoles no hubieran padecido muerte, hambre, miseria y cárcel –en 1940 había, según cifras oficiales, 270.000 presos en España– en condiciones infrahumanas y otros tantos tuvieran que exiliarse. Como si el régimen no hubiera creado 300 campos de concentración por todo el país, no hubiera existido la censura o no hubiera todavía a día de hoy miles de personas desaparecidas en fosas sin que sus familiares sepan dónde están.
Nada de esto existe en esta sala de cine del norte de Madrid. La Vaguada ha acabado proyectando la pieza, de 90 minutos de duración, después de que la productora tuviera que cambiar el primer emplazamiento con el que se anunció, el mk2 Cine Paz, según los organizadores porque la sala “canceló” el visionado. El cine no ha respondido a las preguntas de este medio. A sus 26 años, otra chica que ha acudido con una amiga apuntala el discurso negacionista: “Siempre ha habido dictaduras, se hicieron cosas bien y cosas mal, pero a Franco siempre se le pone como que lo hizo todo mal y eso no es así”.
El Valle como víctima
Aunque el documental se vende como una forma de “desmontar lo mitos” que, aseguran sus creadores, se han vertido sobre el Valle de Cuelgamuros, es en realidad una auténtica oda al negacionismo histórico. Dividido en dos partes, la primera de ellas cuenta con dos voces que se alternan mientras de fondo suena música cedida por la escolanía: uno es el historiador Alberto Bárcena, cuyos libros se han convertido en una brújula del revisionismo, y Pablo Linares, presidente de la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos, una de las organizaciones que están intentando impedir las exhumaciones de los restos de víctimas reclamados por sus familias.
Que “el Valle de los Caídos no es un mausoleo franquista” sino que “fue hecho para la reconciliación de los españoles” es la máxima que uno de los integrantes de Terra Ignota utiliza para presentar la proyección y que acaba repitiéndose durante todo el documental. Denuncia Bárcena una supuesta “persecución” del monumento por parte del Gobierno de Pedro Sánchez “en el poder con todos los enemigos de España, como decía Franco”, que el Valle “se ha estigmatizado” y ha sido víctima de “una leyenda negra antiespañola”. El mensaje de que, con su construcción, Franco “no buscaba otra cosa que la paz” y el “hermanamiento entre españoles” emerge continuamente.
Este es, sin embargo, uno de los mitos por excelencia de la retórica negacionista. El Valle de Cuelgamuros fue concebido, exclusivamente como un monumento a los vencedores de la Guerra Civil, tal y como dejó escrito el dictador en el decreto del 1 de abril de 1940, aniversario del fin de la contienda, en el que ordenó su creación: Cuelgamuros es un conjunto monumental construido entre 1940 y 1958, en pleno franquismo, como un homenaje a los “héroes y mártires de la Cruzada” que “legaron una España mejor”.
“Desde antes de que acabe la guerra ya fue concebido como un monumento para ensalzar a los caídos por Dios y por España. Toda la iconografía y simbología es el lenguaje coral del franquismo: lo religioso y lo militar se unen para hacer apología de la sublevación y de la guerra” que Franco definía como una “Cruzada” contra sus enemigos, explica el profesor de Historia Contemporánea de la UCM Gutmaro Gómez Bravo. Allí están enterrados 33.833 cadáveres, muchos sin identificar y una parte de ellos procedentes de fosas comunes de represaliados republicanos a los que Franco ordenó trasladar sin consentimiento ni conocimiento de sus familiares y que durante varias décadas, hasta la exhumación del dictador en 2019, compartían lugar de enterramiento con su propio verdugo.
Un retiro vacacional
Como si hubiera sido un paraíso y prácticamente un retiro vacacional. Así describe el documental el proceso de construcción del Valle de los Caídos por parte de la mano de obra forzada que contribuyó a su levantamiento. Y es que hasta 1950 los trabajos se llevaron a cabo fundamentalmente con mano de obra reclusa del Sistema de Redención de Penas, ideado por Franco para solventar la masificación de las cárceles, un sistema al que podían acogerse los prisioneros y que, en palabras de Bárcena “se aplicó con un espíritu más que generoso”. “Había presos, pero de esclavos nada”, intenta justificar Linares en el documental.
Los testimonios de extrabajadores y la historiografía apuntan en otra dirección: es verdad, como aseguran ellos, que eran trabajadores voluntarios en el sentido de que se acogían al sistema si querían, pero hay que tener en cuenta que llegaban a Cuelgamuros de las cárceles, “donde el hacinamiento, el hambre, los malos tratos y las amenazas de fusilamiento eran el día a día, por lo que pasar al régimen menos extremo de un destacamento penal era visto como una ventaja comparativa. Esto, en ningún caso, implica que las condiciones objetivas fueran buenas o hasta plácidas, como afirma la literatura revisionista [...]”, explica el historiador y arqueólogo Luis A. Ruiz Casero en este artículo.
El experto narra cómo el frío extremo, las duras condiciones de trabajo o las enfermedades como la silicosis o el tifus exantemático fueron características del trabajo en el valle sobre todo durante el llamado “bienio negro” (1943-1945). Y aunque las condiciones fueron variando en función del destacamento al que los presos estuvieran asignados y la época, “la precariedad, la represión y la escasez fueron la norma”: “Tenían alojamientos precarios y pésimamente aislados en un clima extremo, hacinamiento, alimentación deficiente, con su higiene, movilidad, ocio y relaciones personales severamente restringidos y bajo una firme disciplina”, señala el historiador recuperando el trabajo arqueológico realizado en las chabolas levantadas por los trabajadores.
Eco político
Como si de un mundo paralelo se tratara, los asistentes al preestreno de la producción no albergan ni una sola duda sobre lo que han visto. Hay quienes disimulan un poco más y a la pregunta de qué opinión les merece la dictadura responden con un sucinto “yo lo viví poco”, como hace un hombre que ha acudido con su mujer y que quiere dejar muy claro que son “un matrimonio”. Otro hombre va mucho más allá y hace la intervención revisionista de libro, la que defiende que la Guerra Civil “fue provocada” por la República como si no hubieran sido los franquistas los que se sublevaron contra un régimen democráticamente establecido.
No es un discurso inocente y, de hecho, tiene su eco político en las legislaciones que la alianza PP-Vox pretenden implantar en diferentes comunidades autónomas tras el borrado de la memoria histórica en favor de la “concordia” y, de nuevo, la “reconciliación”.
Tras 45 minutos de negacionismo le llega el turno a los monjes benedictinos, cuya permanencia en el Valle de Cuelgamuros está en entredicho desde la entrada en vigor de la Ley de Memoria Democrática. El prior Santiago Cantera, el monje José Antonio y el exabad Pedro Anselmo Álvarez, un habitual portavoz de las manipulaciones sobre el trabajo forzado, son entrevistados para una segunda parte del documental. Otros 45 minutos pero esta vez plagados de referencias religiosas y vida monástica. Hay quien saca el móvil y quien aprovecha para ir al baño. En un momento dado, Santiago Cantera cita a Santa Teresa de Jesús. Es la primera vez que un nombre de mujer aparece en el documental. Eso sí, en boca de un hombre.