Confinados en un acuario: el debate sobre el bienestar de los delfines en cautiverio
Con el agua limpia y tratada, sistema de climatización, entrenamientos diarios, cuidados veterinarios 24 horas y pensión completa con menú individualizado, pero con el inconveniente de no poder salir de una jaula de cristal: así es el día a día de los cetáceos que habitan en acuarios, delfinarios o parques zoológicos.
En España hay 69 delfines mulares, seis orcas y tres belugas que viven en cautividad, según el Ministerio de Transición Ecológica. Datos que nos convierten en el país de Europa con mayor número de cetáceos en esta situación y el sexto a nivel mundial.
Reino Unido cerró su último delfinario en 1993, Finlandia lo hizo en 2015 y lo mismo ha sucedido en otros países europeos como Chipre, Eslovenia, Croacia, Noruega, Islandia, Polonia, Alemania o Suiza. Francia prohibió la reproducción de cetáceos en cautividad en 2017 y en otros lugares, como Brasil, la legislación es tan estricta que apenas quedan delfinarios. En España, solo Barcelona cuenta con una ley que prohíbe el cautiverio de estos animales.
“La cautividad les cambia la vida completamente, tanto a nivel de comportamiento cerebral como físico. Los delfines son animales con una alta capacidad cognitiva, similar a los primates superiores, y tienen una comunicación y una cultura muy desarrolladas”, explica Bruno Díaz, fundador de Bottlenose Dolphin Research Institute, biólogo y director de investigaciones, que lleva más de 20 años estudiando estos animales en O Grove, Pontevedra.
“Son animales muy sociales que eligen de forma voluntaria a sus amigos, mientras que en cautividad se ven forzados a convivir, lo que puede llevar a situaciones en las que terminen agrediéndose entre ellos”, comenta Díaz. “Por ejemplo, la unión entre una hembra y su cría es el lazo más estrecho que existe y en cautividad vemos incluso a hembras agrediendo a sus crías, porque el comportamiento cerebral cambia”, detalla.
Desde el Oceanogràfic de Valencia, centro líder en número de cetáceos en España con 19 delfines y dos belugas, recalcan que la prioridad en los denominados “espacios controlados” es siempre el bienestar animal. “Los días con los mamíferos marinos deben ser muy variables porque, si queremos tenerlos siempre bien estimulados, tanto física como mentalmente, lo importante es que los días no se repitan. Hacemos entre 30 y 50 sesiones al día, entre las cuales puede haber alimentación o simplemente interacción con sus cuidadores”, cuenta Adrián González, responsable de los cuidadores de mamíferos marinos del Oceanogràfic.
“No solo es la imagen que tenemos en mente de un cuidador que va con su cubo delante del animal. Las proposiciones que se hacen a los animales pueden ser también de enriquecimiento para fomentar todas las habilidades naturales que tienen”, aclara. “Además, cada delfín tiene una dieta en base a su actividad física y sus necesidades”, especifica González.
Baño con delfines y espectáculo desde 140 euros
La reciente ley de Bienestar Animal sigue permitiendo la tenencia, el intercambio y la cría en cautividad de delfines en zoológicos y acuarios y respalda igualmente su uso en espectáculos e interacciones, tanto de forma gratuita como comercial.
Ni en el Oceanogràfic ni en el Zoo de Madrid, consultados por elDiario.es, permiten a sus visitantes baños e interacciones directas con delfines. Otros centros como Mundomar en Benidorm o Rancho Texas en Lanzarote sí los ofertan por un precio que oscila entre los 140 y los 186 euros la media hora.
“Aunque aquí no se realizan estas actividades, existen centros que sí las hacen, bajo la supervisión de un equipo especializado, manteniendo los estándares de bienestar y con el objetivo de contribuir al enriquecimiento de los propios animales”, comenta Agustín López, director de biología del Zoo de Madrid. “Se trata de una especie compleja y de gran inteligencia que necesita estímulos constantes en su día a día”, justifica.
Las actividades claramente alejadas de las tareas divulgativas en zoológicos, entre las que se podrían enmarcar los baños y sesiones fotográficas con delfines, fueron desaconsejadas por el Ministerio de Medio Ambiente en 2010.
Un estudio publicado en 2007 en The International Journal of Tourism Research ya concluía que este tipo de programas no eran demasiado educativos. Al preguntar a personas que habían participado en interacciones de nado con delfines en los últimos meses, los encuestados respondieron que no podían recordar detalles de la formación recibida sobre los delfines, no creían que les aportara mucha información y algunos consideraban que los datos eran un “relleno” mientras se preparaba a los animales para la sesión interactiva.
Tanto el Animal Welfare Institute como World Animal Protection consideran que estas atracciones deberían prohibirse, tanto por el bienestar de los animales como por seguridad.
“El participar en espectáculos casi me parece lo de menos porque, cuando un animal tiene problemas psicológicos, el que esté entretenido es incluso bueno”, valora Bruno Díaz. “No hacer nada puede ser peor, surgen los movimientos reiterados y pueden llegar a perder la noción”, opina.
Díaz argumenta que un delfín mular nada a 7 nudos por hora (el equivalente marino a 12 kilómetros por hora) de media en un recorrido diario de hasta 250 kilómetros: “Imagínate recorrer esa distancia en una piscina de 200 metros. En realidad, por muy grande que sea la piscina es una situación sin sentido. No pueden nadar en profundidad ni ejercitar las técnicas de caza y captura de las presas”.
“El cautiverio supone una especie de tortura por las características y las necesidades vitales de la especie”, sostiene el biólogo. “El mismo reflejo del sol en el fondo de la piscina les daña la córnea y produce problemas de vista a los animales”, apunta.
Sin embargo, Adrián González, que lleva trabajando con mamíferos marinos desde 2005, asegura que los niveles de bienestar animal que cumplen centros como el Oceanogràfic son muy altos: “Más allá de una opinión personal, todo está regulado a nivel tanto internacional como europeo. Tenemos parámetros con los que podemos medir y documentar el bienestar animal. Si me preguntas mi opinión personal, evidentemente los animales están muy bien viviendo donde están, si no, yo no me hubiese dedicado a este trabajo desde hace tantos años”.
La activista catalana de 16 años Olivia Mandle reabrió el debate social sobre la cautividad de los cetáceos hace unas semanas, cuando entregó más 150.000 firmas en el Congreso de los Diputados para pedir la prohibición de los delfinarios. Su campaña No es país para delfines, respaldada por World Animal Protection, pretende que la generación actual sea la última de cetáceos que nazca, crezca, viva y muera privada de libertad.
“Sueño con que en nuestro país no existan delfinarios donde se sigan utilizando a estos animales para el beneficio de una empresa. Por muy pedagógico que sea su objetivo, no es normal encerrar a estos animales en pequeñas piscinas día y noche por el resto de sus vidas”, defiende la joven.
La investigación, en el centro del debate
La investigación y la divulgación son precisamente los argumentos que esgrimen acuarios y zoológicos para mantener el cautiverio, al amparo de la Ley de Bienestar Animal. “Para nosotros, nuestros animales son como los embajadores de los que están fuera y gracias a ellos estamos conociendo muchísimas cosas que antes no se conocían”, afirma Adrián González. El responsable de cetáceos del Oceanogràfic asegura que concienciar sobre el medio ambiente y la crisis climática está entre los objetivos principales del centro.
“Intentamos acercar la naturaleza a nuestros visitantes y a todo el que se interese por nuestro trabajo. Que la gente conozca cuántos años vive un delfín o que socializa en estructuras jerárquicas lideradas por un macho… Cosas más allá de lo que conocíamos hace diez o veinte años como un simple espectáculo de delfines”, argumenta González.
Para él, los activistas no son enemigos, sino aliados que trabajan para preservar la biodiversidad, aunque mantengan posturas divergentes sobre ciertos temas o simplemente “preocupaciones diferentes”. “Hay muchas veces que hemos colaborado con ellos y su papel no deja de ser importante porque todos somos agentes que sumamos para la conservación de las especies, pero es importante escucharlo todo porque es muy sencillo seguir ciertos comentarios sensacionalistas no documentados”, dice. “La parte científica que se lleva a cabo en centros como el nuestro es necesaria”, indica.
La visión de Díaz es completamente opuesta: “No se puede contribuir a la concienciación si se trata a los animales como objetos y desde el punto de vista antropomórfico de superioridad y de que obedezcan a la orden humana. Es una visión bastante antigua”.
El biólogo confirma que la costa española es muy rica en cetáceos y que pueden hacerse observaciones sin recurrir a su captura. “Somos parte de la naturaleza y podemos disfrutar de ella viéndola cada día sin someterla. Me parece mucho más educativo un paseo por la playa que acudir a uno de estos recintos”, valora.
En abril, Díaz dirigió el Congreso Europeo de Cetáceos, celebrado este año por primera vez en Galicia. “Se han presentado casi 500 estudios científicos y creo que ha habido uno, o quizás dos, con datos tomados en cautividad. Por tanto, si la excusa es que se hace investigación en cautividad, yo no sé dónde está esa investigación. Para mí, no es justificable”, concluye con rotundidad.
Somos parte de la naturaleza y podemos disfrutar de ella viéndola cada día sin someterla
Estudiar a los cetáceos en libertad puede resultar más costoso y sacrificado porque las investigaciones se pueden alargar varios años. La cautividad permite examinar con más detalle y de manera más sencilla ciertos aspectos de su fisionomía, pero los datos en cuanto al comportamiento, la socialización o la interacción con otras especies se ven condicionados por el entorno.
“Si se quisiera hacer una reintegración al medio natural se debería hacer de una manera correcta, progresiva y evidentemente no todos los delfines tienen un perfil para poder hacerlo. Habría que seleccionar muy bien los individuos, pero son animales que ahora mismo tienen un vínculo muy fuerte con sus cuidadores y es muy difícil cambiarlo”, reflexiona González. “Con Keiko, la orca de ‘Liberad a Willy’, se intentó, pero después de tantos años en cautividad no supo reintegrarse ni volver a relacionarse con otras orcas, seguía a los barcos y buscaba interactuar con humanos”, cuenta.
Los activistas consultados recuerdan que estar en contra de la cautividad no es sinónimo de querer que se abran las jaulas, sino de que no se permita la cría ni el enriquecimiento a costa de una especie.
Sus saltos y su gracia al moverse en coreografía con el oleaje ha convertido a los delfines en una especie de símbolos en sí mismos del concepto libertad. Bruno Díaz invita a reflexionar sobre esta condición: “El ser libre no quiere decir que vivas bien ni muchos años. Puedes tener problemas con depredadores, accidentes, con la contaminación del mar… ¿Pero eso justifica el encierro?”
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