En algún momento indeterminado a finales de los años 60, la compañía Monsanto descubrió que uno de sus productos estrella, los bifenilos policlorados, más conocidos como PCB, eran tremendamente tóxicos. El compuesto tenía una amplia variedad de aplicaciones, desde aislantes para equipos eléctricos, hasta plaguicidas y productos agroquímicos, por lo que la empresa los siguió fabricando y vertiendo sin control durante casi una década. En 1979, dos años después de suspender la producción, fue el gobierno de EEUU quien prohibió la fabricación de este compuesto. En los años siguientes, otros gobiernos emprenderían acciones similares para limitar el impacto de lo que hoy se conoce como uno de los doce contaminantes más nocivos fabricados por el ser humano. Sin embargo, varias décadas después de su prohibición, los PCB siguen generando problemas medioambientales y, según un estudio publicado hoy en Science, su presencia en los océanos amenaza con acabar con la mitad de las poblaciones de orcas del planeta.
“Hubo un tiempo en el que las orcas prosperaron en todos los océanos del mundo, pero, a día de hoy, solo las que se encuentran en las aguas menos contaminadas del Ártico y la Antártida parecen ser capaces de mantener su crecimiento”, aseguran los autores del estudio, un equipo de 16 investigadores de media docena de países.
Según este equipo de científicos, “a pesar de la prohibición casi mundial de los PCB desde hace más de 30 años, las orcas del mundo muestran la preocupante persistencia de este contaminante”, cuyo efecto sobre la reproducción y la función inmune de estos cetáceos “amenaza la viabilidad a largo plazo de más del 50% de las poblaciones de orcas en todo el mundo”.
Aunque las poblaciones de orcas se enfrentan a otras amenazas de origen humano como la reducción del número de presas disponibles o la contaminación acústica, los investigadores aseguran que sus cálculos “demuestran claramente el alto riesgo de colapso de muchas poblaciones de orcas como consecuencia únicamente de su exposición a los PCB”.
El estrecho se quedará sin orcas
Los resultados del estudio indican que el número de orcas está disminuyendo rápidamente en 10 de las 19 poblaciones de orcas investigadas y que la especie puede desaparecer completamente de varias regiones en unas pocas décadas. Los efectos serán más acusados en aquellas poblaciones que viven cerca de zonas industrializadas o en las que la dieta de las orcas se basa en grandes presas que acumulan más cantidad de PCB, como focas, atunes o tiburones.
Teniendo en cuenta estos datos, los investigadores concluyen que las poblaciones más amenazadas son las que corresponden a las aguas cercanas a Brasil, el Estrecho de Gibraltar y el Reino Unido, donde tienden a un “colapso completo en todos los escenarios modelados”, afirman en el estudio. “En estas áreas, rara vez observamos orcas recién nacidas,” asegura una de las autoras de la investigación, Ailsa Hall, del Scottish Oceans Institute.
Estudios anteriores ya habían mostrado que varias especies de cetáceos en estas regiones se encontraban entre los mamíferos más contaminados con PCB en todo el mundo. En particular, un estudio publicado en Scientific Reports en 2016 señalaba el oeste del Mediterráneo y el suroeste de la Península Ibérica como “puntos calientes” de concentración de PCB para los mamíferos marinos.
Otras regiones donde las poblaciones de orcas también se están reduciendo son las que viven en las costas de Groenlandia, las Islas Canarias, Hawai y Japón, y que poseen niveles de exposición que, según los investigadores “causarán disminuciones de la población a diferentes ritmos dependiendo del grupo de exposición”.
Las poblaciones menos contaminadas son las situadas alrededor de las Islas Feroe, Islandia, Noruega, Alaska y la Antártida, que según las estimaciones realizadas, doblarán su número de ejemplares en los próximos 100 años. Sin embargo, las acumulaciones de PCB harán que crezcan entre un 8% y un 15% menos de ejemplares de los que nacerían en ausencia de este compuesto.
Medio siglo contaminando los océanos
Los PCB fueron creados a finales del siglo XIX, pero su producción en masa no empezó hasta mediados de los años 30. Fue la compañía Monsanto Chemical Company la que comenzó la producción a gran escala en EEUU en 1935. Desde entonces se han producido varios millones de toneladas de PCB, de los que una gran parte han terminado en los océanos de todo el planeta.
Aunque las primeras pruebas sobre su toxicidad surgieron en esa misma época, no fue hasta finales de los años 60 cuando diversos estudios confirmaron los daños que provocaban los PCB en los vertebrados, entre los que destacan problemas en la reproducción, la alteración los sistemas endocrino e inmune o el aumento del riesgo de diversos tipos de cáncer.
A pesar de ello, las primeras reacciones no llegaron hasta finales de la década de 1970, cuando algunos países empezaron a prohibir la producción de este material, pero no fue hasta la firma del Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes en 2004, cuando cerca de un centenar de países se comprometieron a eliminar gradualmente las grandes existencias de PCB, junto a otros 12 grandes contaminantes medioambientales, conocidos como “la docena sucia”, entre los que se encuentran el lindano o el DDT.
Las normas nacionales e internacionales lograron reducir la contaminación producida por este material, principalmente en las primeras décadas después de las prohibiciones. Sin embargo, las concentraciones de este contaminante siguen siendo altas en muchas especies debido a su durabilidad y al hecho de que se transfieren de las madres a las crías.
Además, según los autores del estudio “se estima que más del 80% de las existencias mundiales de PCB aún no han sido destruidas” y aseguran que con las tasas actuales de eliminación de este compuesto, muchos países no alcanzarán las metas para los próximos años acordadas en el marco del Convenio de Estocolmo.
Alerta con otros contaminantes
Los investigadores también advierten del peligro que supone que un solo compuesto químico pueda representar “una amenaza sustancial para la conservación de las orcas en todo el mundo”, ya que este hecho plantea preocupaciones sobre el potencial de otros contaminantes persistentes que aún no se han medido.
Los autores del estudio señalan una larga lista de contaminantes que también están presentes en los tejidos de las orcas, como los ácidos perfluoroalquílicos, los retardantes de llama bromados y organofosforados o los naftalenos policlorados, que “aunque no están tan bien caracterizados, pueden contribuir a la falla reproductiva e inmunológica”.