Un día en el hospital de campaña de Madrid: “Las altas de las personas mayores son las más emocionantes”

Desde hace una semana, los camiones militares, los vehículos de bomberos y las ambulancias se han apropiado de los alrededores del recinto de Ifema. En los pabellones, en los que la Comunidad de Madrid calcula que puede albergar a 5.000 enfermos, el personal sanitario trabaja las 24 horas para atender a los pacientes de COVID-19 que llegan al hospital de campaña más grande del país. “Algunos se quejan porque no hay organización o porque no hay intimidad. Claro, esto es la puta guerra”, sintentiza una de las enfermeras del turno de mañana.

En el trajín de la entrada, entre los centenares de profesionales que comienzan o terminan su turno, y los que llegan por primera vez preguntando a dónde les corresponde ir, los pacientes que han conseguido el alta salen desconcertados. Agradecidos por la atención recibida y acompañados de un ser querido que ha ido a buscarles. En algunos casos, también abandonan este recinto superados por la situación vivida.

“Cuando estás ahí dentro no sabes si vas a salir o no”, explica Mariano, todavía un poco debilitado. A su lado, su hijo, con la voz entrecortada, cuenta la incertidumbre vivida en su casa al no poder visitar a su padre. “Le dejamos en el Hospital de Fuenlabrada y al día siguiente se lo trajeron aquí. Solo nos quedaba hablar todos los días con él por el móvil”, añade. Mariano, que ha recibido el alta este jueves, da las gracias a los profesionales sanitarios. “La atención ha sido excelente”, reseña.

El objetivo de este hospital de campaña es desaparecer cuanto antes, por eso cada una de las altas que se producen se celebran con aplausos. Mamie también ha recibido el apoyo de sus compañeros de ingreso y trabajadores del improvisado hospital antes de abandonar el pabellón ferial. “Les pido que tengan mucha fuerza. Es necesaria mucha fuerza”, aconseja a los pacientes infectados. “Piensas que no vas a salir y gracias a Dios lo he conseguido”, responde, tras pasar cuatro días ingresada en este complejo.

“Este jueves en mi módulo ha habido 15 altas. Las de los mayores son las más emocionantes”, cuenta uno de los celadores que trabaja en este hospital. Este joven no tenía experiencia sanitaria y decidió apuntarse a la bolsa de trabajo para echar una mano. Es biólogo y hasta que se decretó el estado de alarma estaba opositando para conseguir una plaza como agente forestal. “Haces de todo, por ejemplo, como las personas de más edad no saben utilizar los móviles, les ayudamos si quieren hablar con su familia”, reseña.

Celadores sin experiencia que quieren ayudar

Yolanda asegura que también ha dejado su trabajo para desarrollar labores de celadora. En su segundo día en Ifema explica que sale contenta porque siente que hace una labor auxiliando a los profesionales sanitarios o retirando las comidas a los enfermos. “Venimos de mundos que no tienen nada que ver con esto y al ver la situación en la que estaba el país decidimos apuntarnos”, reseña al abandonar el complejo con otro compañero que se dedica a las artes gráficas.

“Vas a ayudar y solo con la adrenalina que te provoca y el sentimiento de que estás haciendo algo positivo, te quedas sin ver la organización y estrategia”, contextualiza Alda Recas, presidenta de la Asociación Madrileña de Enfermería. Los colectivos sanitarios critican que este gran hospital de campaña esté funcionando a costa del personal de centros de salud y residentes de hospitales. “Estamos destruyendo la Atención Primaria para montar la foto de Ifema”, insiste Recas.

Este viernes el Colegio de Médicos de Madrid emitía un comunicado que iba en la misma línea. Este órgano de representación de los sanitarios aseguraba que no es “acertado el modelo” que la Comunidad de Madrid plantea para este complejo. “Supone el cierre de centros de salud para reubicar a sus profesionales en este nuevo hospital”, condenan.

Asimismo, esta entidad apunta que estas medidas limitan “su capacidad de filtro y de manejo de pacientes con COVID-19 desde el propio centro”. En ese documento, advierten que la clausura de este servicio puede contribuir a saturar el resto de hospitales. Sin embargo, desde la Comunidad aseguran que “los ciudadanos seguirán manteniendo el contacto telefónico con los centros de salud”.

Desde el Colegio también alertaban de que la reubicación de residentes de últimos años de especialidad a este centro “también merma la calidad de la asistencia” en los hospitales. Ana es una de estas doctoras, le llamaron el miércoles para comenzar a trabajar aquí un día después, trasladándola desde el Hospital de Alcalá de Henares. Cuenta que por las horas que trabaje en Ifema recibirá un sueldo de 1.100 euros. “Me parece una barbaridad de mal”, apunta sobre su salario.  Esta profesional, que está a punto de terminar su especialización en medicina interna, critica la organización: “No pueden quitar personal cuando los hospitales están a reventar. Allí el panorama es desolador”.

Según los últimos datos facilitados por la Comunidad de Madrid, este jueves el hospital de campaña acogía a 600 pacientes. Por ahora está distribuido en tres pabellones: el 5 es el primero que se abrió, acoge a infectados con síntomas leves; el 9 comenzó a funcionar este jueves con dos centenares de pacientes, tiene 814 puestos, de los cuales 64 son de UCI y la semana que viene prevén abrir el 7, que contará con 32 unidades de cuidados intensivos.

El primer pabellón que se habilitó es el que cuenta con el material más básico, es un espacio diáfano en el que se extienden centenares de camas que no se pueden reclinar. Aquí, los pacientes tienen con menos intimidad, están separados por sexos y tienen la opción de cargar el móvil para estar en contacto con sus familiares. “Es cierto que me ha tocado cambiar algún camisón ahí en medio y algún paciente se ha quejado”, relata una enfermera. Esta profesional reconoce que en el día a día hay cierta desorganización, pero tanto ella como otros compañeros consultados por eldiario.es tratan de contextualizar la dificultad de estructurar las funciones de centenares de trabajadores en un emplazamiento que hace una semana no existía.

La atención se distribuye en tres turnos: mañana, tarde y noche. Este último está cubierto por los profesionales de emergencias del SAMUR y del SUMMA. Antonio, uno de los enfermeros de estos servicios de urgencia, cuenta que una de las quejas de sus compañeros es que los colchones donados para el pabellón cinco conservan “el plástico” con el que viene de fábrica. “No entendemos por qué no lo han quitado”, explica este profesional, que acudió la noche del miércoles a trabajar.

Los sanitarios que atienden a los pacientes hacen turnos de tres horas con los trajes de protección. La mayor parte de los profesionales consultados por eldiario.es destacan que siempre que han tenido que atender a infectados en este hospital han tenido material de prevención. “Hay técnicos que te ayudan a vestirte y desvestirte. Te ponen el mono, te sellan los calcetines con cinta americana, utilizas hasta cuatro guantes, los dos primeros también están sellados al traje”, explica Antonio. En la cara utilizan tres barreras de prevención, una mascatilla FPP2, otra quirúrgica y una pantalla que les cubre la cara entera.

Dificultades de trabajar con el mono de protección

Algunos explican que es complicado trabajar así por el calor que se pasa dentro, porque no pueden ir al baño o beber agua durante las horas de asistencia, porque las historias clínicas se mantienen en papel y no es muy sencillo escribir en esas circunstancias o porque se pierde contacto con el paciente, pero reconocen que se sienten protegidos.

Tras horas de trabajo compartido, una vez fuera, ya vestidos de civiles, muchos de los sanitarios son incapaces de reconocer al compañero o compañera con los que han pasado tres horas asistiendo a pacientes. Esta es una de las anécdotas que comparten al terminar el turno de trabajo. “No te imaginaba rubia”, le comentaba a una de ellas un compañero. Otros optan por contar cómo desconectar al llegar a casa. “Ayer le puse Los Serrano a mis hijos para reírnos un poco”, apuntaba una doctora ya en el párking del recinto ferial. Y algunos no consiguen desengancharse de las consecuencias de esta pandemia. “Está enfermedad es terrible. Ayer dejé a un grupo bien y hoy una de ellas está en la UCI y tiene 35 años”, relataba otra trabajadora de camino a su coche por teléfono.

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