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La COVID-19 acelera el fin de las granjas de visones en Europa pero España se resiste

Raúl Rejón

23 de febrero de 2021 22:45 h

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La pandemia de COVID-19 está acelerando el fin de la industria peletera de visones en Europa. El año pasado se cerraron tres cuartas partes de las granjas y varios países han adelantado la prohibición de estas explotaciones tras revelarse como foco de brotes de la enfermedad. España, de momento, se distancia de esta tendencia: de las 29 granjas operativas antes de declararse la pandemia, 26 siguen activas. El Ministerio de Agricultura publicó este mes un programa de control para una actividad que, de momento, se mantiene.

Los más de 400 brotes de SARS-CoV-2 detectados en granjas peleteras han demostrado que el visón americano, la especie criada para obtener pieles, es un buen reservorio para el virus. Además, el modelo intensivo de producción a base de hileras de jaulas con miles de ejemplares favorece “la transmisión de animal a animal” además de una “muy alta probabilidad de infección con variantes generadas en visones” para los trabajadores expuestos, según indica la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) en un reciente informe sobre control del SARS-CoV-2 en mustélidos. Esta evidencia ha hecho que, de las 2.726 granjas activas en Europa en 2020 (y que producían unos 27 millones de pieles al año), queden operativas 755, según los datos de la patronal Asociación Europea de Peletería. Una caída del 73%.

En España, sin embargo, la industria continúa más allá de las explotaciones afectadas por los tres brotes de coronavirus certificados en 2020 y 2021 (uno en Aragón, uno en Galicia y otro en Castilla y León). En la actualidad funcionan 26 granjas de las 29 operativas al iniciarse la pandemia, según informa la EFSA. 24 de ellas están en Galicia, una en Ávila y otra en Castellón, de acuerdo con los datos del Ministerio de Agricultura que ha culminado este febrero un plan “para la prevención, vigilancia y control frente a la posible introducción y circulación del SARS-CoV-2 en las granjas de visones americanos en España” con la idea de monitorizar las explotaciones que siguen activas, que son casi todas.

El documento europeo dice que España “reforzó las medidas de higiene, seguridad y vigilancia tras los primeros casos de visones infectados en Dinamarca”. El Gobierno danés sacrificó en noviembre de 2020 millones de ejemplares al detectar una variante del virus en sus granjas que afectó a un par de centenares de humanos. Aun así, un primer brote de SARS-CoV-2 ya se había detectado en una explotación de Teruel en junio pasado. Finalmente fueron sacrificados más de 90.000 ejemplares. Después de ese episodio, en enero de este año tuvieron que sacrificarse otros 3.100 visones en una granja gallega, y una semana después ocurrió lo mismo con un millar de visones en Ávila.

“Debido a los brotes de SARS-CoV-2, varios países prohibirán las granjas peleteras los próximos años”, reseña el informe de la EFSA. Tras el estallido del nuevo coronavirus y la sucesión de focos en explotaciones de visón, Holanda ha adelantado y ordenado el cierre de todas sus granjas, prevista en un principio para 2024: 127 granjas han dejado de funcionar después de contabilizar 69 brotes de coronavirus. En Dinamarca se ha prohibido la actividad al menos hasta finales de 2021. Han cerrado 1.100 explotaciones y se han detectado 290 focos de infección.

Además, Francia ha prohibido este tipo de granjas (aunque ha concedido un periodo de cinco años para completar el plan). Tuvieron un brote en una de las cuatro granjas activas. Polonia está en la misma línea. Irlanda está preparando la legislación para acabar con las granjas peleteras, y tiene tres operativas. Eslovaquia, Noruega y la región de Flandes en Bélgica están en fase de clausura de sus explotaciones. En 2022 esta industria estará prohibida en Alemania.

Antes de la COVID-19 ya había países de la UE (o vecinos) que habían prohibido las granjas de visones: Austria, Chequia, Luxemburgo, Bélgica (en Valonia y Bruselas), Reino Unido, Suiza, Croacia, Serbia y Macedonia.

En el terreno de la regulación, en España de momento el único movimiento concreto ha sido la aprobación de una proposición no de ley en las Cortes de Aragón para instar al Ejecutivo autonómico y central al cierre de granjas, aunque solo “hasta que la situación sanitaria frente a la COVID-19 sea la idónea a nivel estatal”.

“El cierre está justificado”

La iniciativa había partido de la organización WWF. Su responsable del programa de especies, Gemma Rodríguez, entiende que en Europa se ha acelerado el fin de esta industria “por el problema de seguridad que implican, que se suma a los motivos ambientales y éticos”.

“En España, de momento, no parece que vaya a seguirse esta línea, aunque vemos el cierre totalmente justificado. El argumento que se utiliza para mantenerlas es el del empleo y la actividad económica, pero ese empleo no es de calidad, hay mucho temporal y precario”, analiza Rodríguez. Y añade: “Además, nos cuestan dinero público porque gastamos mucho tanto en prevención y gestión de brotes como en la erradicación del visón del medio natural, que proviene de escapes de granjas”. El visón americano es una especie exótica invasora que está llevando al borde de la extinción al visón europeo autóctono.

El peligro que suponen las explotaciones de visones para piel radica fundamentalmente en su fórmula de producción, analizan los técnicos de la EFSA. La mayoría de las granjas peleteras son instalaciones de jaulas en áreas abiertas cubiertas por algún techado. Los visones suelen ser criados en pares dentro de jaulas de alambre, muy próximas unas con otras, lo que permite el contacto estrecho entre ejemplares y por lo tanto facilita la transmisión del virus de visón a visón. Una granja cría decenas de miles de visones destinados a la obtención de piel. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria lo describe así: “Las grandes granjas de visones con una alta densidad animal crean las condiciones ideales para que el coronavirus se replique y transmita, lo que incrementa el riesgo de evolución del virus”. Y concluye que “la expansión en granjas supone un peligro para que el virus introduzca nuevas mutaciones y variantes que podrían emerger e infectar a los operarios y alcanzar al resto de la población”.