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Crecen los contagios entre mayores de 60 años con la vuelta al trabajo y a las escuelas

A finales de julio, cuando los casos de COVID-19 empezaban a subir en España, el foco de los contagios estaba principalmente en los jóvenes y los brotes asociados a discotecas y bares, según reconocía el propio director del Centro de Emergencias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón: “El ocio nocturno es ahora lo que más nos preocupa”. En esas fechas, prácticamente 1 de cada 3 casos confirmados en España tenían entre 15 y 29 años, según los datos del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) analizados por elDiario.es.

En el inicio de la segunda ola, los jóvenes eran el grupo de edad con más incidencia de casos por cada 100.000 habitantes. Pero su peso en el total de contagios semanales se ha reducido desde el arranque de septiembre. Con la vuelta al trabajo y al colegio ha aumentado la incidencia en niños y especialmente en mayores que escala hasta suponer una quinta parte del total. “Esta subida implica que volvemos a tener una transmisión comunitaria descontrolada y que el virus afecta a todo el mundo, en especial a la gente de las residencias geriátricas”, explica José Martínez Olmos, exsecretario general de Sanidad y profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública.

Daniel López Acuña, que fue director de Acción Sanitaria en Situaciones de Crisis de la OMS, ha identificado el mismo fenómeno. “Venimos alertando durante semanas de que la incidencia entre la gente joven que se dio en verano iba a dar un salto generacional con la reinserción en los grupos de convivencia familiares, la vuelta a los institutos y a los lugares de trabajo”, argumenta. “Nos encaminamos a que vaya subiendo abruptamente la edad de los grupos afectados y, con ello, la demanda asistencial”.

Los contagios entre los mayores de 60 años, los más vulnerables al virus según el conocimiento previo de la pandemia, suponen ya el 21% de los casos confirmados en España, el mayor porcentaje registrado para ese grupo de edad de la segunda ola. También los positivos entre los menores de 15 años aumentaron con la vuelta al cole. En verano, representaban el 10% de los casos; en la tercera semana de septiembre, llegaron a suponer el 15% de los contagios.

“Estamos pagando la factura de las conductas sociales del verano, y lo peor es que esto ya tiene implicaciones entre los que sufren la enfermedad con más severidad”, opina López Acuña. “No es que en agosto y septiembre se creyese que la enfermedad solo atacaba a la gente joven, sino que la baja presión asistencial de esos meses hizo que no se actuase con la celeridad necesaria”, comparte Martínez Olmos.

Aunque los contagios han aumentado en todos los grupos de edad durante la subida de agosto y septiembre, las mayores incidencias se registraron entre los grupos de edad más jóvenes. En la tercera semana de septiembre, se alcanzó un máximo de 203 casos por cada 100.000 habitantes entre las personas de 15 a 29 años. “Es tiempo de tomar decisiones de carácter extremo para evitar la interacción entre las personas de esos grupos”, propone el exdirectivo de Salud Pública. “Solo así se controlará la diseminación de la enfermedad entre los grupos más vulnerables que se están viendo ahora de nuevo afectados”.

“Se observa un incremento de la incidencia en los mayores de 80 años, y en concreto de 90 años”, confirmaba Fernando Simón el lunes en la rueda de prensa de seguimiento de la epidemia. Un aumento de la incidencia que podría verse reflejado en la presión hospitalaria y las cifras de defunciones en las próximas semanas.

“Donde se intensifica la severidad es por encima de los 75 y de forma mucho más terrible [como reseñó Simón] entre los mayores de 85”, describe el epidemiólogo López Acuña. “No creo que vayamos a entrar en la espiral de muertes de la primera ola, pero me preocupa entrar en los meses de diciembre y enero con esta presión asistencial”, reconoce. Martínez Olmos es más tajante: “Se ha perdido el control de la pandemia, y la subida de la media de edad supone una mayor probabilidad de ingresos, de ocupación de UCIs y de muertes”. En lo que ambos coinciden es en que hay que volver a “abatir la curva”.

Si bien lo que se veía en marzo no es lo mismo que lo que vemos ahora, por el aumento y disponibilidad de pruebas diagnósticas, el perfil del contagiado por grupo de edad ha cambiado mucho con la desescalada. Entre marzo y mayo, prácticamente solo veíamos la punta del iceberg: los casos con síntomas más graves o con necesidad de hospitalización.

Por esta razón, la pirámide de casos confirmados en la primera ola esta muy envejecida y todos los grupos de mayor edad están sobrerrepresentados en comparación con la población española. La segunda ola ha sido diferente. Con el aumento del rastreo y las pruebas diagnósticas, ahora se detecta una gran parte de los contagios reales y la pirámide de casos es bastante similar a la de población. La única diferencia, los jóvenes entre 15 y 29 años: representan un 22% de los contagios desde el inicio de la desescalada cuando apenas son un 15% de la población española.

Más gravedad entre la población mayor

Al ser las personas de más edad, que suelen arrastrar patologías de base previas, los pacientes con cuadros más graves de COVID-19, la pirámide de hospitalizados, ingresados en UCI y fallecidos está claramente envejecida. 

Mientras que los menores de 50 años con el virus apenas necesitan asistencia hospitalaria, uno de cada cuatro mayores de 80 es ingresado. Entre aquellos que requieren cuidados intensivos también se ven diferencias por edad. Entre la población de 70 a 79 años los ingresados en UCI casi llegan al 2% de los casos detectados.

Sin embargo, a los expertos les preocupa también el efecto que esto pueda tener en las enfermedades no COVID. “Una demanda enorme de urgencias, de ingresos y de atención primaria conlleva un colapso de la infraestructura que van a pagar, de nuevo, las patologías que requieran de una medicina preventiva”, se lamenta el exdirectivo de la OMS, López Acuña.

La letalidad del virus también es mayor en las franjas de edad más avanzadas: un 3% de los enfermos entre 70 y 79 años acaba falleciendo y el porcentaje supera el 9% entre los contagiados de más de 80 años. “Este escenario se podría haber evitado si se hubieren definido un conjunto de indicadores y umbrales para monitorizar la evolución de la pandemia”, piensa el experto en Salud Pública Martínez Olmos. “Se deberían haber tomado medidas mucho antes de notar un aumento de la media de edad de los infectados y de las muertes”, abunda.

Estas distribuciones son similares a las de la primera ola, aunque en números absolutos haya menos hospitalizados, ingresados en UCI y muertos en relación a los casos detectados ahora que los que hubo en la primavera. Según los datos analizados por el ISCIII, esto sucede por “una mayor capacidad diagnóstica en el segundo periodo”, pero también por una mejora en la capacidad de ingreso, ya que se aceptan “pacientes menos graves de entrada”.

Una diferencia en la distribución de los hospitalizados entre los dos periodos se encuentra en los menores de 15 años. Durante la primera ola, un 15% de los casos detectados en esta franja eran hospitalizados, mientras que ahora no llegan al 5%. Se debe principalmente al hecho de que “en el primer período se realizó test diagnóstico mayoritariamente a los casos más graves, mientras que en el segundo se ha realizado a gran número de niños sin criterios de gravedad”, explican en el ISCIII. También ha cambiado la situación de los mayores de 80 años, que ahora son el grupo con más hospitalizados por caso mientras que durante los meses de marzo y abril fueron superados por los grupos entre 60 y 79 años.

Más allá del número de contagios por edad

El número de casos de coronavirus que se detecta no explica completamente los diferentes niveles de contagio entre franjas de edad. Para tener una fotografía más exacta es necesario mirar la cantidad de pruebas diagnósticas que se hace en cada grupo y el porcentaje de ellas con resultado positivo, es decir, la positividad.

El ISCIII no proporciona datos detallados por edad de estos dos indicadores, pero un estudio realizado conjuntamente por el Institut Català de la Salut, el instituto de investigación Germans Tries i Pujol y el grupo de investigación BIOCOMSC con datos anonimizados en Catalunya nos permite analizar con más detalle estas diferencias.

Durante los primeros días de octubre, entre los adolescentes y niños mayores de diez años y los jóvenes situados en la veintena se registraron más del doble de casos por habitante que en todos los grupos de gente mayor. La incidencia acumulada fue de 216 casos por cada 100.000 habitantes en el grupo de 10 a 19 años y de 201 en la franja de 20 a 29, siendo así los líderes en contagios en Catalunya. En el mismo período, los mayores de 60 años registraron incidencias de Covid-19 de 84 a 111 casos por cada 100.000 habitantes.

Sin embargo, eso no significa que el contagio entre niños y adolescentes y jóvenes en Catalunya estén al mismo nivel. Si nos fijamos en la positividad de las pruebas PCR, vemos que en el grupo de 10 a 19 años es la mitad que en el grupo de 20 a 29: un 5% en el primer grupo y un 10% en el segundo, una cifra muy por encima del porcentaje recomendado por la OMS y similar al resto de grupos en edad laboral. Eso podría significar que los contagios entre jóvenes y adultos están infrarrepresentados en los datos y que podrían ser más las personas que tienen el virus porque no se está llegando a hacerles la prueba.

El nivel de pruebas PCR que se hace también va en la misma línea e indica que el esfuerzo diagnóstico para detectar casos entre los menores de edad es mucho mayor que en el resto de las franjas. En el grupo de 10 a 19 años se han hecho durante la primera semana de octubre más del doble de pruebas que al total de la población. Por eso las cifras conocidas de contagios entre adolescentes podrían aproximarse más a la realidad que las referidas a la población de 20 a 59 años, franja en la que es posible que se estén infradiagnosticando los casos.

Se debe tener en cuenta que la estrategia de diagnóstico seguida en Catalunya es la principal causa de que la positividad entre niños y adolescentes sea más baja que en el resto de la población. La Generalitat ha optado por hacer cribados masivos en las escuelas e institutos y también por hacer pruebas a todos los compañeros de clase de un alumno positivo, lo que hace aumentar el número de contactos estrechos rastreados en estas edades.