Manuel va en el asiento de copiloto cuando, de pronto, avisa al conductor: “Te acabas de saltar un ascensor en rojo”. Basta una milésima de segundo para darse cuenta de que ha vuelto a confundirse al decir la palabra “semáforo”, como cuando va caminado por la calle con su hijo y le dice que mire el ascensor antes de cruzar. No le daba la menor importancia, hasta que hace poco se lo comentó a su agente literaria y esta le confesó que le pasaba los mismo. Manuel buscó en Google y se encontró con que existe una página en Facebook con el título “Yo confundo la palabra ASCENSOR con la palabra SEMÁFORO” en la que decenas de usuarios aseguran tener el mismo cruce de términos.
Una búsqueda rápida en redes confirma la sospecha de que no es un fenómeno aislado: hay cientos de testimonios similares, de personas que confunden esas mismas dos palabras. La mayoría son mensajes solitarios sin respuesta: alguien pregunta si es el único que confunde ambas palabras y nadie le responde. Pero, si se toman en conjunto, ninguno de ellos está solo. ¿Qué extraña relación se establece entre los semáforos y los ascensores para que el fenómeno esté tan extendido? ¿Debería preocuparse Manuel?
“Yo tengo una teoría”, especula un usuario del grupo de Facebook, abierto en 2009. “Durante toda mi niñez en el edificio donde vivía había dos ascensores que en cada puerta tenían dos foquitos que indicaban si se podía abrir o no. Tal vez los colores de luces del semáforo me recuerdan a estos ascensores”. “Acabo de escribir: luz del semáforo y después de enviar tuve que volver a abrir el chat para validar que no había escrito ascensor”, cuenta otro.
Como ‘edredón’ y ‘albornoz’
María del Carmen Horno Chéliz, experta en psicolingüística y autora del libro Un cerebro lleno de palabras, asegura que es un fenómeno bastante frecuente que tiene que ver con la naturaleza de nuestra memoria y con cómo accedemos al lexicón, nuestro repertorio particular de palabras, que se activan a través de una red neuronal y no están almacenadas en un sitio físico, como a veces creemos. “Estas redes están distribuidas por todo el cerebro y se organizan en virtud de todo tipo de criterios”, explica. “No solo por la relación entre el significado y el significante, sino por variables emocionales o experienciales”.
“Las palabras se relacionan por categorías, como en una biblioteca”, afirma la psicóloga María Navarro Pascual. “Aprendemos categorizando cosas, juntando conceptos por analogías o similitudes de cualquier tipo, porque, si no, no podríamos pensar”. “Ante un determinado concepto, hay palabras que se activan simultáneamente, como una red de lucecitas en el cerebro, y se activan a la vez las que tienen atributos parecidos dentro de una categoría semántica”, añade Cristina Arias, logopeda. Si siempre se te activan esas dos etiquetas ante un mismo concepto, ese error se refuerza y la memoria implícita hace que siempre se activen en paralelo.
El nexo entre semáforos y ascensores
En el caso que nos atañe, la vinculación no es estrictamente semántica, porque “semáforo” y “ascensor” no están relacionadas por su significado ni tampoco se parecen fonéticamente, explica Horno Chéliz. Esto es distinto de lo que pasa con otras parejas que suelen ser objeto de intercambio y cuya relación es más obvia, como albornoz-edredón, guantera-bolsillo o alfombra-cortina. “Las dos palabras tienen en común que en ambos casos hay que darle a un botón, se encienden luces y esperamos para avanzar, además de que son aparatos eléctricos”, comenta Cristina Arias. “Puede que se activen por eso, por la experiencia del individuo”.
Las dos palabras tienen en común que en ambos casos hay que darle a un botón, se encienden luces y esperamos para avanzar
En casos como los de “edredón” y “albornoz”, indican las expertas, lo que sucede es que en algunas personas se pueden activar a la vez dos etiquetas léxicas con la misma intensidad, ya que comparten rasgos o atributos semánticos relevantes similares de una misma red. Por ejemplo, ambos objetos son cálidos, sirven para cubrirse el cuerpo o los usamos en casa. “Además, edredón y albornoz comparten frecuencia de uso y cierto parecido fonológico”, indica Arias. “Si en un mismo individuo estas dos etiquetas léxicas siempre se activan a la vez, ocurre un fenómeno de priming, o memoria implícita, que hace que se potencie esta confusión o lapsus linguae, reforzándose y apareciendo de nuevo activada ante la presencia de uno de los dos objetos”.
Neuronas compartidas
El neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga, conocido por el descubrimiento de neuronas individuales que se activan de forma recurrente ante un concepto concreto (como al mencionar a la actriz Jennifer Aniston), cree que la explicación es sencilla. “Por algún motivo u otro hiciste una asociación y la fuiste consolidando”, asegura. “Ambos objetos tienen una señal luminosa y tienen una luz que te indica que tienes que esperar, quizá estableces una asociación inconsciente en tu cerebro y de ahí te viene la confusión”. El especialista recalca que nuestro cerebro establece asociaciones todo el tiempo. “Es la base de nuestra inteligencia, sin eso nunca darías con una idea novedosa”.
Si confundes semáforo y ascensor probablemente tengas neuronas compartidas para ambos conceptos y una activación neuronal sobrepuesta
¿Se activan las mismas conexiones neuronales cuando se piensa en estas palabras cruzadas? “Eso es lo que vimos en nuestros experimentos”, recuerda Quian Quiroga. “Tengo una neurona que me responde a Jennifer Aniston y establezco una relación de algo con ella, como por ejemplo la torre de Pisa”. A partir de ahí, la misma neurona empieza a responder cuando piensas en la torre de Pisa, sin que intervenga nada relacionado con la actriz estadounidense. “Como estableció una asociación, la neurona empieza a responder al concepto asociado”, asegura. “Así que, si confundes semáforo y ascensor probablemente tengas neuronas compartidas para ambos conceptos y una activación neuronal sobrepuesta. Si estuvieran totalmente separadas no tendrías confusión”.
Parafasias inocuas
Cuando este intercambio de palabras está asociado a un daño cerebral, se trata de un problema patológico que los médicos llaman “parafasia”. Esta puede ser de varios tipos: si el paciente dice “jarrón” por “libro”, dos palabras sin relación, se trata de una parafasia lexical. Si se parecen, como “mesa” y “meta”, es una parafasia fonética, y si sustituye una palabra por otra de la misma categoría semántica, como “gato” por “perro”, el fenómeno es de tipo semántico. “Esto es en el contexto hospitalario, pero en la población normal probablemente solo se trata de un error semántico o un lapsus, no habría por qué preocuparse”, señala Cristina Arias.
Cuando este intercambio de palabras está asociado a un daño cerebral, se trata de un problema patológico que los médicos llaman “parafasia”
Como logopeda de la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, Cristina Arias está acostumbrada a ver casos en los que los pacientes intercambian palabras como consecuencia de un daño físico en sus conexiones neuronales. “Recuerdo un paciente anómico al que le poníamos una imagen de un árbol y él te decía ”frustración“, una casa y te decía ”ansiedad“; todas las palabras estaban relacionadas con cómo se sentía”, relata. Y otro caso en el que la persona se quedó en su bucle fonológico y lo único que le salía era la palabra “paraguas”. “Y con eso construía su discurso: paraguas, paraguas, paraguas”.
Una ventana a nuestra mente
Para los especialistas, estos casos no patológicos de parafasia, como el de ascensor y semáforo, son muy interesantes porque nos permiten atisbar por un momento cómo se organiza la mente. “Es como si nos permitieran ver la red semántica, las palabras que están distribuidas por todo el cerebro”, dice Arias. “Estas palabras más relacionadas con acción están más localizadas en la corteza frontal, mientras que otras están cerca de redes asociadas al oído, el tacto o la vista”. Para María Navarro, estos cruzamientos de términos tienen mucho que ver con esa sensación de tener algo en la punta de la lengua. “Ahí es cuando nos damos cuenta de cómo podemos recuperar una palabra y la cantidad de elementos que nos sirven para acceder a ella”, asegura.
Aunque las representaciones semánticas de las palabras se distribuyen a lo largo de toda la corteza cerebral, la localización de las áreas de activación dependerá de las características sensoriales o perceptivas dominantes del objeto, como si es más visual, táctil o auditivo, o si se trata de una acción. Esas áreas tienen que ver con nuestra vinculación con las palabras. “Conozco un caso de una paciente con anomia que no es capaz de nombrar unas tijeras hasta que no se las ponen en la mano”, cuenta Horno Chéliz. Por otro lado, la velocidad y eficacia con la que accedemos a las palabras tiene que ver con nuestro nivel de atención y alerta. En los días en los que estamos más cansados, o nerviosos, será más fácil confundirnos. También si hablamos demasiado rápido, como le pasa a Manuel.
“Me ha consolado saber que hay más gente a la que le pasa lo mismo”, reconoce el periodista y escritor Manuel Jabois, que es el protagonista del inicio de esta historia. “Creo que en mi caso influye que hablo muy rápido, en mi cerebro proceso semáforo, pero cuando llega a la boca llega como ascensor. A veces solo empiezo a decir la palabra y corrijo cuando estoy a medias”, confiesa. “Pensaba que empezaba a funcionar mal mi cabeza, pero parece que es compartido”. Lo mismo le sucede a Lucía Vargas, la creadora de la página de Facebook sobre el tema. “La abrí por pura curiosidad, para saber si efectivamente había más personas a las que le podía pasar lo mismo”, explica a elDiario.es. Esta argentina de 36 años lanzó la cuestión en redes casi como una broma y ahora, más de una década y media después, constata que el club del semáforo y el ascensor tiene miembros por todo el mundo. “Pensé que íbamos a ser dos o tres personas —admite— pero, para mi sorpresa, somos muchos más”.