Cuarteles de invierno para el obispo Munilla, 'azote' de divorciados, feministas y personas LGTBI

Jesús Bastante

en religiondigital.com —
7 de diciembre de 2021 22:20 h

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“El progresismo es un virus”. El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, se marcha. De Euskadi, y de las quinielas para alcanzar puestos de responsabilidad en la Iglesia española. En una jugada que muy pocos obispos españoles conocían, el Papa ha nombrado a Munilla obispo de Orihuela-Alicante, alejándole de la posibilidad de convertirse en arzobispo de Pamplona (cabeza de la provincia eclesiástica vasca) o de entrar en otras ternas para liderar los arzobispados de Valencia, Santiago o Valladolid. Un 'destierro' honroso (algunas fuentes llegaron a colocar al obispo en Ciudad Rodrigo o Calahorra), pero que deja a las claras que, al menos mientras Bergoglio sea Papa, las posibilidades de promoción del polémico prelado –y de compañeros de fatigas ultracatólicas como Jesús Sanz (Oviedo), Demetrio Fernández (Córdoba) o Juan Antonio Reig (Alcalá de Henares)– son nulas.

Mal que le pese al otrora factótum de la Iglesia española, el cardenal Antonio María Rouco Varela. No obstante, su edad (tiene 59 años) hace pensar que aún le queda alguna bola extra por jugar, aunque esta sea esperar a la muerte o renuncia de Francisco. El movimiento tiene otra derivada no menos importante para la geopolítica eclesial: una renovación en la Iglesia vasca, que ya comenzó con la marcha de Mario Iceta de Bilbao y tendrá continuidad a comienzos del año próximo con el relevo del arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez. El nuevo obispo vizcaíno, Joseba Segura, mucho más moderado, y el sucesor de Munilla, a buen seguro, marcarán el fin de una conservadora era en la Iglesia vasca.

El líder del más rancio episcopado

Y es que Munilla ha representado, seguramente como nadie, las propuestas más rancias del episcopado español en los últimos años. En el muy conservador seminario de Toledo –todavía en vida del mítico cardenal Marcelo González Martín, el opositor a Tarancón–, a Munilla se lo conoció pronto como el líder de los 'corazonistas', una rama de religiosos muy espirituales y excesivamente volcados en la moral sexual y en la lucha contra “los poderes de nuestro tiempo”, como conocen a la clase política, al menos la que no comulga con sus intereses.

Indiscutible referente de la oposición de la Iglesia vasca a ETA durante sus primeros años como sacerdote, Munilla fue nombrado obispo de Palencia en 2006, dentro de la estrategia de Rouco Varela por 'recristianizar' al episcopado español. Tres años después sustituía a Juan María Uriate al frente de la diócesis de San Sebastián.

En ese momento, tres cuartas partes del clero de la diócesis firmaron un escrito lamentando su designación, e invitando a Munilla a encontrarse con el sentir del pueblo vasco. No hizo caso: el obispo había sido nombrado para acabar con el clero progresista vasco, y a punto estuvo de lograrlo. Hoy, los seminarios de Euskadi antaño repletos están prácticamente vacíos, a excepción de vocaciones extranjeras o vinculadas a los movimientos neoconservadores. No solo los seminarios; también se vaciaron las aulas de catequesis de alguna parroquia después de que el obispo decidiera quitar a su responsable para poner a un miembro del Opus Dei. Las familias retiraron a sus hijos en protesta por la deriva conservadora que imponía el obispo.

Pero la difícil herencia que Munilla deja a su sucesor excede lo eclesial: según denunciaron en su día sectores de la Iglesia vasca, el obispo 'hipotecó' la diócesis, llegando a vender el edificio de la Curia y trasladando las oficinas al Seminario. También cedió el uso de terrenos parroquiales para la construcción de edificios de lujo, como adelantó elDiario.es, para tratar de frenar un agujero económico que podía alcanzar el millón de euros. La oposición que se fue generando frente a la opacidad de las cuentas y las decisiones económicas del obispo llevaron a buena parte de su congregación a rebelarse ante quien amenazaba con transformar la diócesis “en un negocio hotelero”.

Contra el aborto, la igualdad de género o el sexo

En sus 15 años como obispo, José Ignacio Munilla ha sido extremadamente crítico con el feminismo, la sexualidad o la igualdad de género. Hace pocos meses llegó incluso a convocar una jornada de ayuno y oración para protestar contra los sacerdotes alemanes que bendijeron a parejas homosexuales, y siempre se ha negado tanto al sacerdocio femenino como al fin del celibato. En los últimos tiempos, su nombre ha estado vinculado a falsas terapias de reconversión sexual a las que también perteneció el ya obispo emérito de Solsona, Xavier Novell.

De hecho, en multitud de ocasiones se ha posicionado en contra del matrimonio igualitario, al considerar que las prácticas homosexuales “no pueden recibir aprobación alguna”, pese a que el mismo Papa Francisco llegó a preguntarse “¿quién soy yo para juzgar?” a una pareja que se ama. Munilla, de hecho, tiene hasta un libro escrito sobre relaciones sexuales, titulado Sexo con alma y cuerpo y en el que se despacha no solo contra el colectivo LGTBI sino contra las relaciones prematrimoniales y el sexo que no tiene como único objeto la maternidad. Así, pregona que la masturbación es una “violencia contra el cuerpo” mientras que los preservativos “banalizan el acto sexual”.

Ya en 2014, Munilla reclamaba que las mujeres no pudieran abortar en ningún caso, incluso aunque hubieran sido violadas, aduciendo que de la misma forma que no se justifica la aplicación de la pena de muerte a los violadores, no se puede aplicar “al que inocentemente ha sido fruto de ella”.

En la actualidad, el obispo era uno de los principales defensores de organizaciones como HazteOir y su entorno, vinculados a El Yunque, por considerar que eran los únicos que defendían las esencias católicas con su denuncia de la “ideología de género”, sus campañas contra la ley trans o las manifestaciones contra el aborto y la eutanasia. Algo que, desde su nuevo destino, nadie duda que seguirá fomentando. Aunque, al menos durante unos años, le hayan cortado las alas.

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