La cultura del encubrimiento necesaria para perpetuar el abuso sexual que ha señalado Simone Biles

Marta Borraz

17 de septiembre de 2021 22:14 h

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La primera denuncia llegó en 2015. Tres deportistas de la selección de gimnasia estadounidense estaban dispuestas a contar los abusos sexuales que el médico Larry Nassar cometía contra ellas. Hoy se sabe que fueron más de 300 en dos décadas. Pero el FBI tardó en reaccionar y cometió negligencias, no investigó adecuadamente los hechos, ni siquiera habló con las tres gimnastas y dilató el proceso. En el año y medio que pasó hasta su detención a Nassar le dio tiempo a abusar de unas 70 niñas y jóvenes. Ahora son quienes debieron investigar debidamente las denuncias y no lo hicieron los que deben responder por qué ante el Senado de EEUU y ante las gimnastas de élite, entre ellas la medallista olímpica Simone Biles, que exigen reparación.

También McKayla Maroney, Aly Raisman y Maggie Nichols declararon esta semana y entre otras cosas contaron cómo sintieron que minimizaban sus denuncias y cómo los agentes les disuadían de seguir con el proceso. A Biles ni siquiera la contactaron. Pero no solo el FBI fue señalado por las supervivientes, también aseguraron que tanto la Federación de Gimnasia estadounidense como el Comité Olímpico y Paralímpico sabían “mucho antes” lo que estaban sufriendo. “Echo la culpa a Larry Nassar y también a todo el sistema que permitió y perpetró el abuso sexual”, espetó Biles apuntando a las instituciones que le dieron la espalda.

La connivencia del sistema que ha puesto en cuestión la gimnasta más famosa del mundo no es algo aislado en la violencia sexual. Ocurre en mayor y menor escala y quizás el ejemplo más paradigmático es el silencio impuesto durante décadas por la Iglesia en los miles de casos de abusos cometidos por sacerdotes en todo el mundo. Se da también a otros niveles, como cuando se perpetran en un colegio, centro de menores o cualquier otro espacio infantojuvenil y la dirección no actúa o cuando la víctima es una mujer en el ámbito laboral y la empresa mira para otro lado, un modus operandi que CCOO destacó en una reciente investigación sobre acoso sexual en el trabajo.

“La cultura del encubrimiento es la cultura de la propia violación. Esta se sustenta porque hay impunidad y eso es imposible sin la complicidad de la estructura, de las instituciones. Es la base central que hace que la violencia sexual se alimente y se perpetúe porque cuanta más impunidad, más difícil va a ser para las supervivientes relatar lo que ha sucedido”, señala Bárbara Tardón, especialista en violencia sexual y asesora del Ministerio de Igualdad. Las expertas coinciden en que, cuando ocurre, esta connivencia parte de distintos factores que tienen mucho que ver con los estereotipos que han impregnado el imaginario colectivo y con las resistencias de organismos e instituciones a hacerse responsables de lo que ocurre en sus estructuras.

"Las víctimas son incómodas para el sistema porque lo que señalan es que la violencia está normalizada en la sociedad"

Hay, explica Virginia Gil, directora de la Fundación Aspacia de atención a víctimas de violencia sexual, “desconfianza hacia el relato de las víctimas”, corporativismo, “negación” ante el supuesto de que “haya compañeros, hombres en los que se ha confiado, que puedan estar perpetrando eso”, minimización de la gravedad de la violencia sexual y protección del agresor. “Tiene que ver también con no querer asumir como sociedad que es algo mucho más extendido de lo que parece y que trasciende del mito que nos dice que las violaciones las comete un hombre perturbado en un callejón de noche y nunca personas de gran confianza para mujeres y menores”, añade.

Las víctimas, resume Tardón, aquellas que hablan y señalan a un agresor “son incómodas para el sistema”. Y por eso cuando esto ocurre “el sistema cierra filas”, ilustra la experta. “Son incómodas porque lo que señalan es que la violencia está normalizada en la sociedad y que no se está cometiendo según las narrativas que nos han trasladado. Lo que nos han contado es que los hombres que están en nuestro entorno nos protegen, pero cuando ellas narran sus historias están fracturando ese relato patriarcal. Y son incómodas porque a la sociedad le cuesta empatizar con lo que hay detrás de una agresión sexual, porque sería reconocer una realidad que nos afecta a todas las mujeres y que es estructural”.

"El primer fallo del sistema es que la inmensa mayoría de casos no se detectan, pero cuando los menores revelan el abuso, el profesional debe saber cómo acompañarle y a dónde dirigirse. Falta mucha especialización"

Las consecuencias que tiene lo ocurrido en el caso de las gimnastas estadounidenses son claras, creen las expertas. En primer lugar, se produce “una revictimización de las propias denunciantes”, cree Gil, porque cuando buscan ayuda y protección no la encuentran, pero ya han sido expuestas ante el sistema. Pero además “manda un mensaje colectivo” dirigido al resto de víctimas y mujeres en general y a los agresores: “A ellos, de impunidad; y a ellas, que da igual que denuncien porque el sistema les va a fallar, lo que no hace otra cosa que perpetuar la violencia”.

Un cambio de paradigma

Las expertas apuntan también a otro elemento: la falta de herramientas destinadas a reparar y proteger a las víctimas. En ello pone el foco Cristina Sanjuan, experta en prevención de la violencia hacia la infancia de Save the Children: “El primer fallo del sistema es que la inmensa mayoría de casos no se detectan, pero cuando los menores revelan el abuso, el profesional debe saber cómo acompañarle y a dónde dirigirse. Falta mucha especialización”, lamenta. De hecho, en España es reciente la aprobación de la primera ley estatal de protección a la infancia y ha sido también este año cuando el Ministerio de Igualdad ha impulsado una ley integral contra la violencia sexual que será en breve debatida en las Cortes. Pero aún hacen falta más esfuerzos, creen las expertas.

“Debemos admitir que lo que vemos es la punta del iceberg. Y en el caso de los menores no vale con pensar que si ocurriera nos daríamos cuenta, sino que es algo complejo y por eso hacen falta protocolos, formación y medidas para atajarlo”, opina Sanjuan. “Estamos en el camino porque ha habido un despertar social, pero es muy incipiente y tenemos mucho por delante”, cree Gil, que también apela a “un cambio de paradigma”. Tardón coincide en que “todavía las instituciones no están en términos generales preparadas”, pero también que “gracias al movimiento feminista y a gobiernos e iniciativas políticas, la agenda institucional está cambiando a nivel internacional. Y en España es evidente”.

“He ganado 25 medallas en Mundiales, siete en Juegos Olímpicos, y soy una superviviente de abuso sexual”, sentenció Simone Biles el pasado miércoles ante el Senado estadounidense. Superviviente y no gracias al sistema que debía protegerla, sino a pesar de él.