La cascada de acusaciones no ha cesado desde el pasado 5 de octubre. Un artículo publicado esa noche en The New York Times resquebrajaba el imponente secreto del que parece haberse servido uno de los hombres más influyentes del cine, el productor Harvey Weinstein. Pero las denuncias por acoso sexual de actrices y empleadas contra el ejecutivo no han venido solas.
Trabajadores de la industria cinematográfica han reconocido que se trataba de “un secreto a voces” y han revelado que no es una sorpresa, según un artículo publicado en The Guardian (Hollywood sabía de las acusaciones a Harvey Weinstein y nadie hizo nada). ¿Por qué hemos tenido que esperar tres décadas para que acabe traspasando las fronteras de la meca del cine?
“Toda la industria le protegió a él directa o indirectamente”, decía la semana pasada la productora de Los Ángeles Emily Best. Dieciséis antiguos y actuales empleados del productor de éxitos como La vida es bella o Pulp Fiction han afirmado haber sido testigos o tener conocimiento de los hechos relatados por las denunciantes. Incluso en un audio grabado por la Policía de Nueva York, el magnate admite haber manoseado a una modelo y dice estar “acostumbrado” a este tipo de comportamientos.
“Hay un sistema que ampara todo tipo de violencia contra las mujeres. Y tiene unas características específicas que consiguen hacer impune al agresor, entre ellas, la cultura del silencio que la rodea y que está íntimamente relacionada con el poder que ejerce”, explica la doctora en estudios interdisciplinares de género, Bárbara Tardón. “El poder es utilizado por el agresor porque sabe que puede imponer el secreto sobre la víctima, pero también sobre el entorno”, prosigue.
Normalizar, dudar
Un manto de silencio que las expertas relacionan con varios factores. Entre ellos, los mitos que rodean a todo tipo de violencia machista y que generan un clima de cierta aceptación de lo que el entorno está viendo u oyendo. “Convivimos día a día con situaciones de acoso sexual, pero no hay una condena social unánime, más bien al contrario, hemos acabado normalizándolas a no ser que interese políticamente quitarse de en medio al hombre acusado, como ocurrió con el exdirector del FMI Strauss-Kahn”, argumenta la socióloga experta en violencia sexual y de género, Beatriz Bonete.
No son pocos los testimonios de víctimas que relatan la hostilidad con la que viven el proceso posterior a la denuncia y aseguran haber sido revictimizadas por la sociedad y el sistema judicial. Un trayecto lleno de obstáculos “perpetrados por los prejuicios que recaen sobre la víctima”, dice Tardón. Entre ellos, la duda constante sobre lo que está contando, pensar que su testimonio es exagerado, creer que tiene parte de culpa o concluir que busca algo a cambio, por ejemplo.
“Nadie me creyó”, ha asegurado la modelo y escritora Zoë Brock al relatar el presunto acoso al que fue sometida por parte de Weinstein en una habitación de hotel. Este tipo de mitos también funcionan con el entorno: “Lo que hacen es convencer a todo el alrededor para que no se posicione respecto a lo que tienen delante. El entorno también tiene miedo a que no le crean, a perder su trabajo, a que duden de su honestidad, a ser víctima del ostracismo. Y se calla. De esta manera la cultura de la impunidad consigue ser hermética”, sostiene Tardón.
El poder que silencia
Pero además de los prejuicios, las expertas identifican el poder como uno de los alimentos principales del silencio. “¿Por qué no hablaron sobre ello? Porque él es poderoso, acosó a jóvenes, la mayoría mujeres que tenían unos 20 años cuando ocurrió, vulnerables, con miedo a que si decían algo o hacían algo, les arruinaría la carrera”, ha declarado en una entrevista con la BBC la actriz Jane Fonda tras lamentar no haber hablado antes y asegurar que debió “haber sido más valiente”.
“No solo ocurre con las propias víctimas, también el resto de personas están coaccionadas porque siempre hay un elemento de poder. Se da una especie de 'seguir el juego' al agresor para no enfrentarte a él. Además, la gente tiene miedo porque de estos perfiles muy concretos, como el de Weinstein, depende el futuro laboral de muchas de ellas”, explica Bonete.
Algo similar ocurre en otros ámbitos, como en los casos de denuncias de agresiones sexuales que se han dado en los últimos años en universidades españolas. De hecho, la sentencia del pasado mes de enero que condena a un profesor de la Universidad de Sevilla revela cómo forzaba el silencio de las víctimas amenazando sus carreras profesionales.
Pero ¿qué ocurre cuando no hay poder? “Siempre lo hay”, dice la socióloga. “En este caso es un contexto laboral, pero fuera de él sigue habiéndolo. De hecho, junto a la dominación, es el elemento definitorio de esta violencia”. Para la experta, es clave que sean los hombres los que también rompan el silencio. “Es muy necesario que ellos mismos empiecen a recriminarse unos a otros este tipo de comportamientos, pero no lo hacen y lo reducen a una especie de colegueo. Al final supone enfrentarse a un elemento de la masculinidad, el del privilegio que da el poder hacerlo sin castigo social, al que no quieren renunciar”, dice.
Las declaraciones de mujeres de Hollywood que no han sido víctimas tampoco han dejado de sucederse en los últimos días. Así, la actriz Emma Thompson ha hablado este mismo viernes en una entrevista en BBC para asegurar que se trata de algo endémico en la industria. “Uno de los grandes problemas en el sistema que tenemos es que hay muchos ojos ciegos y no podemos seguir haciendo que las mujeres sean responsables. Ellas son las que tienen que hablar. ¿Por qué?”, afirma después de apuntar que el caso Weinstein es “la punta del iceberg”.
Montse Pineda, coordinadora de incidencia política de la asociación Creación Positiva, coincide con Thompson al asegurar que no se trata de algo “casual o esporádico”, sino que “las violencias sexuales están naturalizadas y forman parte del propio sistema”. Por eso, dice Pineda, no se produce la ruptura del silencio: “No es fácil que el entorno pueda identificar cosas que socialmente están permitidas. Denunciar este tipo de violencia no está en nuestro código cultural. No solo debemos hablar de un entorno próximo, sino de un entorno global machista”, explica la autora, junto con Patislí Toledo, de un reciente estudio sobre las violencias sexuales en Cataluña.