La única petición que el doctor Daniel Alcolea realiza en el transcurso de la entrevista que sigue a estas líneas es que quede plasmado su agradecimiento para los voluntarios, con alzhéimer y sin problemas de memoria, que se han prestado a extracciones de sangre, resonancias magnéticas y punciones lumbares. Gracias a ellos, el investigador del Grupo de Neurobiología de las demencias en el Instituto de Investigación Sant Pau y responsable de la plataforma de biomarcadores de la Unidad de Memoria del hospital, desarrollado un biomarcador que permite diagnosticar este trastorno con un simple análisis de sangre y una efectividad del 95%.
El avance, en el que han colaborado equipos de investigación de Estados Unidos y Canadá y que ha sido publicado en la revista JAMA Neurology, abre la puerta a acortar los retrasos diagnósticos del Alzhéimer, a las puertas de la llegada a Europa de los primeros fármacos que ralentizan el avance de la enfermedad, pero también a discernir entre problemas de memoria relacionados con los condicionantes sociales y a mejorar los ensayos clínicos.
¿Cómo funcionan esos biomarcadores?
Es un análisis de sangre tradicional, como cuando miras la glucosa, el colesterol o el ácido úrico. En este caso, se mide la molécula p-tau217, un marcador de lo que está ocurriendo a nivel cerebral en las personas que tienen la enfermedad y que tiene una precisión cercana al 95%.
¿Cómo puede una proteína que aparece en el cerebro acabar ‘marcando’ la sangre?
Esto ha sido lo que ha dificultado tanto llegar hasta aquí. Desde hace una década sabemos que se pueden detectar biomarcadores en el líquido cefalorraquídeo, que está en contacto directo con el sistema nervioso, pero en la sangre las concentraciones son muchísimo más bajas. Ha hecho falta perfeccionar mucho más las técnicas de análisis para detectar esas concentraciones que, además, están diluidas en un magma de proteínas que vienen de otros órganos del cuerpo.
Uno de los problemas con el alzhéimer era la dificultad para diagnosticarlo.
Es un cambio radical. Hasta hace no mucho, cuando la persona venía a consulta, el diagnóstico solo se podía hacer por los síntomas, tras excluir otras causas. Desde hace unos años, tenemos algunos marcadores que se pueden medir, pero hay que hacer una punción lumbar, que, aunque es segura, es una técnica invasiva y logísticamente más compleja. Hacer un análisis de sangre facilita muchísimo las cosas.
Tener un marcador alterado, si no tienes síntomas, no nos permite saber si la enfermedad se va a desarrollar en 5, en 10 o en 15 años. Es una información difícil de manejar. Veremos si llega en el futuro, pero todavía no está pensado para esto.
¿En qué fase se puede detectar el alzhéimer con este biomarcador?
El objetivo es utilizarlo con gente que ya tiene síntomas, pero sabemos por estudios más largos, y aquí también lo vemos, que se altera hasta 15 o 20 años antes de que aparezcan. La cuestión es que utilizarlo sin síntomas también tiene sus riesgos, porque todavía no sabemos qué información se puede transmitir. Tener un marcador alterado, si no tienes síntomas, no nos permite saber si la enfermedad se va a desarrollar en 5, en 10 o en 15 años. Es una información difícil de manejar. Veremos si llega en el futuro, pero todavía no está pensado para esto.
Aunque no sepamos cuando se va a desarrollar la enfermedad, ¿no serviría para tomar medidas preventivas?
A día de hoy, no hay ninguna medida preventiva que no puedas aplicar ya, sin saber si tienes este biomarcador. La recomendación sería que, si quieres prevenir, hazlo ya. Mantente activo física y cognitivamente, relaciónate socialmente, evita factores de riesgo vascular o tenlos lo más controlados posible, como la tensión, el colesterol, la diabetes, etc. Son recomendaciones generales, no necesitas un marcador para ponerte las pilas.
En este momento, ¿cuánto dura de media el proceso diagnóstico y qué consecuencias tienen esos retrasos?
Depende mucho de la zona y de la facilidad que tengas para acceder a especialistas. Muchas veces, cuando los síntomas son muy leves, los pacientes pueden pasar varios meses dando vueltas por atención primaria, tarda la derivación a neurología y, a partir de ahí es cuando empiezas a plantear pruebas precisas. A veces puede llegar a haber un retraso de seis meses a un año desde que la persona manifiesta quejas de memoria.
¿Qué consecuencias tiene ese tiempo en el desarrollo de la enfermedad y en la calidad de vida del paciente?
Para empezar, la incertidumbre de no saber qué te está pasando y la ansiedad o la angustia que esto te pueda generar. Es cierto que a día de hoy no hay tratamientos que modifiquen el desarrollo de la enfermedad, así que no hay ninguna intervención farmacológica que altere su curso por saberlo antes o después, pero esto va a llegar muy pronto. Probablemente, en un par o tres meses, tendremos una resolución de la Agencia Europea del Medicamento y veremos fármacos (lecanemab) para los que va a ser relevante hacer un diagnóstico precoz.
Sin embargo, aún no hay ninguno que frene o revierta el avance del alzhéimer.
Tanto el lecanemab como el donanemab, en Estados Unidos, o los que están por llegar en la misma línea, son el primer paso. Por primera vez, se ha demostrado que estos fármacos ralentizan el proceso en el tiempo que dura el estudio, que es limitado, de año y medio. Con lo cual, cuando tengamos más margen y más capacidad para evaluar esta progresión con un poco más de perspectiva y se puedan sumar otro tipo de intervenciones a sus tratamientos, será cuando veamos la magnitud de su eficacia.
Hasta hace poco, no podíamos hacer ni un diagnóstico de precisión de la enfermedad, así que se hacía por síntomas. Cuando hemos tenido información, hemos visto que en la mayoría de ensayos, había hasta un 30% de pacientes que no tenían alzhéimer
Algunos expertos comentan que durante años ha habido mucha investigación en torno al alzhéimer, pero pocos resultados que se pudieran trasladar a los pacientes. ¿Es una situación algo frustrante? ¿Están viendo ahora los resultados de esos esfuerzos?
Decir que es algo frustrante es minimizarlo [risas]. Es muy frustrante, pero es la realidad. Hasta hace bastante poco no podíamos hacer ni un diagnóstico de precisión de la enfermedad, así que se hacía por síntomas. Cuando hemos tenido información, hemos visto que en la mayoría de tratamientos que se probaban, había hasta un 30% de pacientes que no tenían alzhéimer. Ahora que tenemos herramientas fiables que nos permiten hacer un diagnóstico más preciso se ha acelerado el desarrollo de pruebas y tratamientos. Estos marcadores nos permiten seleccionar mucho mejor a los participantes de los ensayos clínicos y a los candidatos a recibir tratamientos.
Tras publicar el estudio, ¿cuáles son los siguientes pasos?
Habrá un proceso de despliegue e implementación de la técnica, con temas regulatorios y certificaciones que entran en juego, pero es muy robusta, los resultados son muy sólidos y en nuestro centro pretendemos implementarla en los próximos meses.
En la práctica, ¿cómo va a mejorar su biomarcador la vida de sus pacientes?
Va a permitir tener una respuesta a la pregunta que nos hacen cuando llegan a la consulta: “¿Qué me pasa?”. Aquí, en el (Hospital) Sant Pau, hacemos muchas punciones lumbares y tenemos mucha experiencia, así que creo que nuestros pacientes están bien diagnosticados, pero tener un marcador en plasma hará que esto pueda extenderse a otros centros que, tal vez, no tienen acceso a este tipo de pruebas. Va a facilitar mucho el proceso y será más cómodo para el paciente.
Tenemos muchas consultas de gente que se queja de la memoria, pero lo que falla son otro tipo de funciones más atencionales, de concentración o planificación, que están muy ligadas al estado de ánimo, la ansiedad, el estrés o, incluso, la depresión
En una enfermedad que habitualmente es larga, ¿se está trabajando en mejorar la calidad de vida de los pacientes? ¿Esa ganancia en qué punto está?
La enfermedad se ha alargado porque hacemos el diagnóstico en fases mucho más iniciales y tan leves que, realmente, no son un problema en el día a día. Estos pacientes manifiestan quejas de memoria, pero hacen su vida normal durante años y se pueden hacer medidas de intervención para mejorar su calidad de vida o planificar qué se va a hacer en el futuro, cuando ya no se puedan tomar esas decisiones.
¿Percibe que nos preocupa cada vez más la memoria?
Completamente. Me da un poco de miedo que este estudio o que este tipo de noticias se puedan malinterpretar y que la gente crea que cualquier problema de memoria es alzhéimer, porque hay una gran preocupación. Vivimos en un mundo en el que todo va muy deprisa, no prestamos atención y, a veces, confundimos esos problemas de concentración, así que creo que la demanda asistencial aumentará. Ahora mismo, en neurología ya tenemos muchas consultas de gente que se queja de la memoria, pero al evaluarla y hacer el test, lo que falla son otro tipo de funciones más atencionales, de concentración o planificación, que están muy ligadas al estado de ánimo, la ansiedad, el estrés o, incluso, la depresión. Es un motivo de consulta bastante frecuente, por eso es importante tener marcadores precisos.