“Francamente casi es casarme, y como yo digo, al día siguiente me tenía que haber separado de él, porque era un hombre...”. A sus 77 años, Rosa (nombre ficticio) ya no está con el hombre que la maltrató durante medio siglo. Aguantó durante cinco décadas, toda una vida, la violencia de género y, aunque ahora está separada de su exmarido, sigue vinculada a él. “Está malo y me llama: que estoy malo, que no puedo esto… porque no esto, porque no lo otro… y voy a hacerle las cosas y hacerle comida. Me arrepiento de haberle aguantado, pero sin embargo le sigo aguantando”.
Según la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, este 2018 han sido asesinadas por sus parejas o exparejas siete mujeres mayores de 61 años, un 16% del total. La cifra es la punta del iceberg de la violencia de género que viven o han vivido mujeres mayores como Rosa. Algunas, como ella, consiguieron separarse de su agresor, aunque en su caso el rol de cuidadora sigue imponiéndose. Otras, la mayoría, continúan en el ciclo del maltrato y muchas veces no logran ponerle nombre. Muy pocas, coinciden las expertas, son las que deciden finalmente interponer una denuncia. Es la violencia de género silenciosa y relegada a la intimidad que impone, en el caso de estas mujeres, una doble invisibilidad.
El informe La violencia en mujeres mayores de 60 años, presentado este jueves y elaborado por la Universidad Pontificia Comillas para la Fundación Luz Casanova, arroja luz sobre una realidad a la que cuesta poner cifras y nombres propios. El 22,3% de las mujeres encuestadas –832 en centros de mayores de la Comunidad de Madrid– se ha sentido en algún momento de su vida maltratada, con una mayor prevalencia de la violencia psicológica. A un porcentaje de entre el 20 y 29% su pareja les ha hablado con gritos, le criticaba y no le valoraba, le insultaba o le trataba con indiferencia, cifra el estudio, del que forma parte la historia de Rosa.
“Los malos tratos en las mujeres mayores se mantienen ocultos. , esgrime la investigación entre sus conclusiones, que apuesta por avanzar en las investigaciones de la violencia en este ratio de edad para enfrentar el desconocimiento y la desprotección. ”Los roles de género están detrás de los muchos años en los que las mujeres mayores de 60 años han aguantado los malos tratos y la violencia. La salida era aguantar por los hijos y para mantener la cohesión familiar“.
La falta de autonomía económica
La violencia de género en las mujeres mayores cuenta con algunas características específicas que trasluce la última Macroencuesta de Violencia de Género, elaborada en 2015 por el entonces Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Aunque, en general la mayoría de víctimas de maltrato no denuncian –en lo que va de año lo hizo un 30% de las mujeres asesinadas–, la cifra desciende en el caso de las mujeres mayores. Ellas acuden en menor medida a la Policía o a los juzgados para señalar el maltrato que están sufriendo (22,2%) que las de menos de 65 años (29,6%). También las mayores piden menos ayuda a otro tipo de servicios (médico, psicólogo...) que las mujeres más jóvenes –solo un 33,8% frente al 46,8%–.
“Aunque la violencia de género no tiene edad, las mujeres mayores viven una especial vulnerabilidad que tenemos que poner sobre la mesa. Muchas llevan viviendo toda la vida con el maltratador y se enfrentan a muchos obstáculos que explican por qué denuncian menos”, explica Ascensión Iglesias, presidenta de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF).
La dependencia económica es una de las barreras que se erige entre las mujeres y la denuncia contra sus maridos. Trabajaron toda su vida cuidando del hogar, sus hijos y sus parejas, pero muchas cobran una pensión mínima porque nunca cotizaron a la Seguridad Social. “No accedían al mercado laboral y en muchos casos trabajaban en negocios familiares y no estaban dadas de alta. Era su forma de contribuir a la economía familiar, pero no tenían ningún derecho. Esta falta absoluta de autonomía económica favorecía y favorece el incremento de su relación de sumisión y de dependencia emocional”, señala Iglesias.
Preservar la unidad familiar
El informe hecho público por la Fundación Luz Casanova, que además de la encuesta ha realizado más de una decena de entrevistas en profundidad, hace hincapié en los largos periodos de tiempo durante los cuales han sido víctimas las mujeres que se encuentran en esta franja de edad. Todas las entrevistadas han vivido un mínimo de once años de maltrato, hasta los 50 años las que más, como en el caso de Rosa.
A ello contribuye también el mandato patriarcal de la buena esposa y de la madre de familia como responsable de preservar la unidad familiar. Un rol que la sociedad reservó con mucha claridad para las mujeres que hoy tienen 65 o más años y que fueron educadas en plena dictadura franquista. “La concepción de que el matrimonio era para toda la vida, que la esposa tenía el deber de cuidar a la familia, sacrificarse por el bien de los hijos y estar al lado del marido o pareja, están detrás”, esgrime la investigación. De hecho, la Macroencuesta informa de que solo el 32% de ellas han roto su relación por este motivo frente al 73,3 de las menores.
Con ello tiene que ver lo que le ocurre a Rosa, que aunque ya no está con su exmarido, sigue cuidándole y ayudándole con las tareas domésticas, tal y como ella misma expresa. Y es que los roles de género en los que las mujeres de su generación fueron socializadas les impuso el deber de cuidar a su familia. “Por eso ello se encuentran con grandes dificultades a la hora de intentar encontrar una salida porque piensan que es el rol que les ha tocado vivir. En muchos casos no se identifican como mujeres maltratadas”, apunta Iglesias. Por otro lado, las que lo intentaron en el pasado se encontraron en muchos casos con la desconfianza, la revictimización y el estigma social.
“Aguanté muchos años y mucha violencia. Yo me fui con mi primer hijo a pedir ayuda a una vecina porque a mis padres no les podía decir nada. No podía aguantar más. Entonces fui a denunciarle con el bebé y le conté todo y me dijo el policía: 'Señora márchese a su casa que algo habrá hecho'”, dice Raquel (nombre ficticio), otra de las mujeres entrevistadas por la Fundación Luz Casanova que tiene 65 años y vivió durante 18 la violencia por parte de su exmarido.
Lo cuentan menos
Desde UNAF ponen sobre la mesa cómo en muchos casos no solo la mujer ha naturalizado el maltrato, sino que esta percepción se extiende al entorno. “A veces ocurre con los hijos e hijas porque, en el caso de que no sean agresiones físicas, no llegan a identificar la violencia que está sufriendo su madre porque han convivido con ello siempre. Por otro lado, a ellas contar que son víctimas les supone un grandísimo esfuerzo y una vergüenza absoluta”, cuenta Iglesias.
De hecho, según la Macroencuesta, las mujeres mayores de 65 años se lo cuentan menos a las personas de su entorno que las más jóvenes –un 62,7% de las primeras frente al 77,8% de las segundas–. Además, también hay diferencia en cuanto a la reacción de los miembros de la familia cuando se trata de mayores: las mujeres que decidieron contarlo recibieron en menor medida el consejo de dejar la relación (52,9%). En el caso de las mujeres menores de 65 años, un familiar le señaló esta idea a un 84,1%.
Para las expertas, la espiral de violencia y trabas que se suelen entrelazar en este tipo de realidades debe ser atajada mediante unos servicios públicos y protocolos adaptados a las necesidades de estas mujeres y una fuerte red de acompañamiento, además de una mayor inversión en investigación. Los datos disponibles señalan que las mujeres mayores desconocen en gran medida los recursos existentes: un 24,4% de las que han sufrido maltrato no conoce servicios de atención.
“Hace falta mayor sensibilización e información teniendo muy en cuenta a las que viven en el entorno rural, que sufren mayor vulnerabilidad. Además, hay que formar a los profesionales que trabajan con mayores, crear redes para que puedan salir de esa soledad compartida y establecer mayores ayudas económicas”, propone Iglesias, que también hace hincapié en la urgencia de incorporar sus voces y escucharlas.
“Preguntar a las personas que es lo que necesitan. No solo informar, sino pensar cómo puedes tú cambiar la situación. Olvidarnos de los prejuicios, dejar de ajustarnos a los protocolos. No soy un problema, soy una persona con una necesidad”, concluye Raquel cuando es preguntada por las alternativas.