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El dueño de Diviertt admite que lanzó 17.500 entradas para el concierto del Madrid Arena

Miguel Ángel Flores, dueño de Diviertt SL, la empresa que organizó en el Madrid Arena el concierto de Halloween donde perecieron aplastadas cuatro jóvenes, admitió el martes ante el juez que ordenó imprimir 17.500 entradas de papel, cifra que no incluye las comercializadas por internet. Pese a lo anterior, el empresario se aferró a que solo se vendieron 9.600 pases y a que retiró los restantes. Pero no explicó por qué entonces había dado a la imprenta orden de lanzar talonarios con 17.500 tiques si el aforo máximo permitido en el Madrid Arena era de 10.600 personas y si, días antes del concierto, Diviertt había comunicado al Ayuntamiento que acudirían unos 7.000 espectadores.

El asunto de la ocupación real del Madrid Arena resulta clave para esclarecer una tragedia que ha destapado un cúmulo de sospechas sobre la relación del Ayuntamiento con Diviertt SL, compañía que pese a sus múltiples deudas con la Seguridad Social ya había celebrado 40 eventos en la Casa de Campo, y así lo confirmó ayer su propietario; una empresa a la que el consistorio garantizó por contrato que nadie más celebraría conciertos un mes antes o después de los allí programados por Diviertt, que pagaba a Madridec 10.000 euros por un concierto de un día y 20.000 por un evento que durase dos.

Ahora, es Flores quien carga contra el Ayuntamiento, al que culpa de no haber evitado que miles de jóvenes que hacían botellón a las puertas del Madrid Arena se colasen en el edificio poco antes de la estampida mortal. Según Flores, no supo que el aforo podía estar inflado hasta que oyó al DJ principal del evento, Steve Aoki, decir que había 15.000 espectadores.

La declaración de Flores, que deberá comparecer dos veces al mes ante el juez del caso, fue larga, reiterativa, por completo exculpatoria sobre su responsabilidad en lo sucedido, y confusa en aspectos como el del aforo real. La seguridad, remachó una y otra vez, era cosa de Madridec, la empresa municipal que gestiona el recinto de la Casa de Campo. Era Madridec, mantiene Flores, la que impuso que Seguriber fuera la empresa encargada de la vigilancia del evento. Diviertt no distinguía entre seguridad exterior e interior, dijo en un momento de su comparecencia. Vino a decir que Kontrol 34 se limitaba a seleccionar personal y a dar las acreditaciones de capacitación.

Según la versión de Flores, ni Seguriber ni la Policía Local hicieron nada para prevenir que el aforo se desbordase. Si se desbordó, no fue cosa de Diviertt, que carece de competencias en materia de control de entradas, ni de cacheo de espectadores ni de organización de la seguridad interna del edificio. De paso, Flores lanzó un dardo a la Delegación del Gobierno: las puertas del concierto, dijo, no se abrieron hasta que el equipo de la delegada Cristina Cifuentes dio el visto bueno, y las abrió Seguriber. El empresario contó que esa noche permaneció con un directivo de Madridec dentro del Madrid Arena para “controlar” juntos el evento.

La confusión preside la parte de la declaración de Flores relativa a las entradas vendidas. Porque el empresario habló de las 17.500 impresas, pero añadió que había que “sumar” las 5.000 de las comercializadoras Tictac Tickets y Ontickets, agregó que los relaciones públicas habían comercializado 4.000, que en taquilla solo se dio salida a 200 y que el número de invitados osciló entre 100 y 150. En su primera declaración por el caso, prestada ante la Policía el mismo día 1 de noviembre, Flores aseguró que los relaciones públicas habían vendido 800 entradas. Y que para taquilla reservaron solo 500 dado que esperaba que en “invitaciones” de patrocinadores y relaciones públicas se irían otras 1.000.

La incógnita empezará tal vez a resolverse una vez efectuado el recuento de las entradas de Diviertt halladas en una caja que, no se sabe cómo ni por orden de quién, fue a parar a otro edificio de la Casa de Campo, el Pabellón Satélite. La Policía encontró ayer la caja y se la entregó precintada al juez. El problema estriba en que múltiples testimonios apuntan a que no se usó lector óptico en el control de entradas, lo que dificulta saber si algunas de ellas se reutilizaron.