EEUU sacrificó la salud de sus soldados –y de paso de la población española– para minimizar el accidente nuclear de Palomares. Una serie de documentos desclasificados y testimonios del personal implicado en la búsqueda de las cuatro bombas termonucleares que cayeron en Almería en 1966 muestran ahora cómo la preocupación del Gobierno norteamericano se centró en encontrar una de las bombas extraviadas y ocultar la dimensión del accidente lo más rápidamente posible a costa, incluso, de la salud de sus militares, la población y el medio ambiente, según ha revelado el periódico The New York Times.
La documentación muestra que la Fuerza Aérea estadounidense permitieron que sus militares transportaran toneladas de tierra contaminada con plutonio y trabajasen en las áreas radiactivas sin protección. Fueron carne de cañón en una operación de limpieza que califican como caótica.
El experto en química asignado por los militares a esta operación, Wright Langham, expuso en un informe secreto que los soldados llevaban como respiradores máscaras quirúrgicas “aunque no hacen mucho desde el punto de vista de la protección. Pero si hacían que se sintieran mejor, dejábamos que las llevaran”. Y confirmó que “raramente cumplíamos los estándares que marcaba el manual de salud para este tipo de operaciones”. A Langham, conocido como el Dr. Plutonio, no le preocupó esta falta de rigor: “El problema no es de la operación sino del manual”, expuso.
Según su testimonio, ese manual indicaba que se debía “llevar cobertores, botines, taparse el cabello, respiradores, guantes…eso dice el manual. Así que algunos intentaron que se hiciera algo que recordara a ese equipamiento”. Pero dejaron de hacerlo porque se encontraron con que “provocaba confusión en la población local porque preguntaban. ¿Cómo puede ser que vayáis así vestidos y a nosotros nos dejéis ir con la ropa de calle?”.
2.000 euros mensuales en cuidados médicos
El físico nuclear, Francisco Castejón, cuenta ahora que “lo novedoso es comprobar cómo EEUU fue capaz de sacrificar a sus soldados con tal de mantener el secreto. No ya a la población de un país como España sino a su propia gente”.
The New York Times ha rastreado al personal que trabajó allí durante el invierno de 1966. De 40 veteranos contactados, 21 habían desarrollado algún tipo de cáncer. Nueve habían fallecido por esta enfermedad. Las autoridades estadounidenses han sostenido que los análisis que se hicieron durante las labores de limpieza y rescate indicaron que los niveles de contaminación por plutonio para los soldados eran bajos excepto en 10 personas.
Negar una posible asociación entre enfermedades y la exposición del plutonio de Palomares implica liberar a las arcas militares de cubrir los gastos médicos. Uno de los veteranos que ha hablado asegura que el tratamiento de sus tumores supone unos 2.000 euros al mes.
Las nuevas evidencias incluyen los testimonios de algunos implicados en los equipos de analítica que confiesan que no se siguió el protocolo: “¿Seguimos el protocolo? Por supuesto que no. No teníamos ni el tiempo ni los equipos”. El jefe de análisis radiactivos de las FFAA –el Dr. Odland– vio que había niveles alarmantemente altos pero acabó decidiendo que provenían del exterior no de los organismos de los soldados así que descartó 1.000 análisis. Ahora se cuestiona su propia decisión. Dice que no tenían forma de saber si era “el fin del mundo o que todo estaba bien”. Luego también descubrió que el plutonio en los pulmones podía no verse reflejado en los análisis de orina. “Todo lo que puede hacerse es bajar la cabeza y decir que lo sientes”.
El paripé
En esa ceremonia, los militares alojaron a algunos efectivos en las casas de los lugareños para representar que se estaban haciendo mediciones de radiación. Un paripé, según ha contado al periódico estadounidense uno de esos supuestos técnicos que no tenía ninguna formación en esa materia. Se trataba de un cocinero de 22 años entonces quien asegura que les dijeron que apuntaran los medidores geiger a cualquier cosa que les pidiera la población pero con el interruptor apagado: “Se suponía que debíamos fingir nuestras lecturas para no causar problemas con los vecinos”.
Así que la radiación hizo, más o menos, su trabajo venenoso en los organismos que estuvieron expuestos con poco o, posiblemente, un seguimiento equivocado. El propio Ciemat español avisó a EEUU una década después de que no encontraban relación entre el plutonio en los pulmones y los análisis de orina de los que llevaban esa radiación: esas pruebas no servían para detectar la contaminación pulmonar. Con todo, las FFAA norteamericanas continuaban confiando en las pruebas de orina para descartar problemas en otro documento de 2001.
Además, EEUU se desentendió de lo que había dejado detrás. Una vez pasada la tormenta del accidente, el compromiso de EEUU con el acuerdo firmado con España para estudiar las consecuencias que el plutonio podría acarrear a la población fue bastante pobre. De hecho, un informe interno del Departamento de Energía norteamericano confesaba en 1978 que solo habían aportado el 15% de los fondos comprometidos. Cuando España informó de que dos personas, niños cuando el accidente, habían muerto por leucemia, los documentos del Ejecutivo estadounidense “no sugieren que fueran investigados o que se estableciera un programa público de vigilancia de salud pública”.
Acuerdo sin contrato para limpiar
A día de hoy, “nadie pone en duda que toda esa zona sigue contaminada de radiación”, recuerda Castejón. Palomares se contaminó con altos niveles de plutonio. El propio estudio de situación del Departamento de Energía norteamericano ahora desclasificado reflejó “dos áreas con contaminación significativa: 500 microgramos de plutonio por metro cuadrado a 5-10 pies de la zona de impacto y alrededor de 20 microgramos a media milla de distancia”. El área está vallada pero eso solo impide que las personas se paseen por allí. No que la radiación se extienda por las escasas lluvias, el constante viento o los animales que merodean.
“Cada vez se detecta más americio 241”, indica el físico nuclear. Este es un compuesto que deriva del plutonio que llevaban las bombas. El isótopo plutonio 241 emite radiación alfa, con poco alcance que no penetra por la piel. Su problema llega por la ingestión o la inhalación de polvo cargado con este isótopo. De ahí que se relacione con tumores de pulmón, hueso o hígado. Pero el americio 241 es un emisor de radiación gamma muy penetrante. “Si el americio está a diez metros de profundidad puede no salir pero si está a diez centímetros, los salva sin ningún problema”, aclara Castejón.
El pasado 19 de octubre España y EEUU firmaron un nuevo documento sobre la limpieza en Palomares. Ya venía lastrado por una cláusula que especificaba que el documento era una declaración de intenciones y que no implicaba “obligación alguna”. El actual alcalde de Cuevas de Almanzora (al que pertenece Palomares), Antonio Fernández-Liria, cuenta que no ha habido ningún trabajo en la zona.
El Ciemat, que es el encargado del seguimiento de la población, le ha informado oficialmente de que el Gobierno norteamericano “se niega a firmar ningún acuerdo con un Ejecutivo en funciones” y la limpieza sigue sin iniciarse, asegura. Así que sigue paralizado este nuevo proyecto que se escenificó con un apretón de manos entre el secretario de Estado John Kerry y el ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo. De hecho, el Ministerio de Defensa español asegura que no tiene competencias en este plan.
“La zona sigue acotada y la población sigue acudiendo a sus revisiones”, repite Fernández-Liria pero “han sido tantas veces las que se nos ha dicho que se iba a limpiar y luego nada...”, se lamenta, poniendo la esperanza en “a ver si con la próxima visita de Barack Obama hay buenas noticias para Palomares”.